Entre el encanto de la nueva Constitución y las promesas rotas



Por Modesto Gayo, académico Escuela de Sociología UDP

Digámoslo claramente y sin entrar a valorar su calidad: aprobar la nueva Constitución es la única vía hasta ahora conocida de garantizar que el Estado de Chile entrará en un proceso de reforma institucional sustantiva en los próximos años. Es fundamental entenderlo así, puesto que la confusión que los sobrevenidos reformistas de derechas e izquierdas están inoculando en la esfera pública del país en nada contribuye a aclarar o mejorar el panorama de los cambios que igualmente se requieren. ¿O preferimos continuar con la Constitución de 1980?

Indudablemente, toda constitución puede reformarse, por las buenas o las malas, pero para ello debe existir un acuerdo suficiente, de 2/3, 3/5 o 4/7, o la mitad más 1. De algún modo, en la situación actual, qué más da, puesto que nadie puede dar por sentado ese grado de concordia dentro de una historia que parece conducirnos a la polarización política y los juegos de suma cero. En otros términos, basta haber visto las primeras franjas del Apruebo y el Rechazo para entender que hablar de amor es el mejor medio de expresarse odio mutuo.

Si aprobar no fue necesariamente progresista, como han manifestado destacados líderes de las filas del conservadurismo nacional, particularmente dentro de RN, rechazar en este segundo plebiscito tampoco queda restringido a caricaturas de “momios” y “fachos” propios. Precisamente porque hay un importante apoyo al Rechazo en el progresismo que es urgente comunicar que la promesa de reformas o nuevas vías hacia nuevos procesos constituyentes son palabras en el aire, promesas hueras, compromisos firmados en el agua.

El 5 de septiembre, después del plebiscito, no será fácil sencillamente pensar que todo fue una vuelta de carnero, un piscinazo cruel, una broma costosa y larga. Ante la posibilidad de convertir la promesa de cambio en una mentira, aprobar es la única vía posible para confirmar que existe una mayoría social que efectivamente respalda una agenda de reformas que no pertenece a ningún gobierno o partido político, a ningún Presidente. En la soledad efímera y radicalmente decisiva de la urna, nos enfrentaremos a la toma de decisión democrática más relevante, peculiar y jurídicamente profunda que cualquier ciudadano chileno haya podido adoptar casi en toda la historia de esta nación plural.

Las promesas de reformas posteriores al plebiscito colaboran en presentar a la propuesta de nueva Constitución como una especie de farra o fiesta irresponsable, de cuya resaca no deseamos hacernos cargo. Deberíamos verlo de otro modo. Ante el trabajo dedicado y profundo que hoy se nos ofrece para una lectura atenta, en dos semanas estaremos en disposición de decidir sobre lo que en conciencia consideremos mejor para la sociedad que habitamos. No es momento de restarle importancia a dicho voto. Muy por el contrario, debemos celebrarlo en conjunto como una oportunidad de encontrarnos reflexivamente y aceptar de forma constructiva lo que como pueblo se decida.

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