"Éso"

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Fueron cuatro días de heroica resistencia en Twitter. A través de cientos de mensajes, una periodista y concejala insistió en que la palabra "eso" lleva tilde. Le enviaron citas textuales de la RAE y de la Ortografía de la Lengua Española. La corrigieron profesores de literatura y doctores en lingüística. No hubo caso. Acusó a sus contradictores de "zurdos" y "comunistas", e incluso publicó un documento adulterado con el sello de la RAE para "probar" su punto.

Finalmente, la mismísima Real Academia Española debió intervenir para aclarar que "eso" no lleva tilde y pedirle a la concejala que retirara el logo de la RAE de ese falso documento.

La cruzada de la concejala provocó memes, chistes y caricaturas, pero también me hizo pensar. Después de todo, yo fui el culpable de corregir su ortografía e iniciar esta saga.

Una discusión así debería ser imposible. La ortografía tiene reglas claras y una institución que las dirime. Una podrá intentar subvertirlas, como ocurre con el "lenguaje inclusivo", pero no discutir que existen. Basta tipear "éso" en el sitio de la RAE. El debate se zanja en cosa de segundos.

Sin embargo, esta discusión de cuatro días atrajo partidarios al bando de la concejala cuando ella tocó la tecla ideológica. Algunos entendieron que una tilde podía ser un asunto de izquierda y derecha, y se formaron con «su equipo».

¿Cómo una simple tilde puede provocar un conflicto de "ellos contra nosotros"?

En el siglo XVIII, David Hume decía que la razón es «sólo la esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas». Los experimentos de sicólogos sociales le dan la razón. Los seres humanos somos muy malos al razonar para encontrar la verdad. En cambio, lo que hacemos es formarnos una opinión automática, basada en la intuición, y luego usamos la razón para justificarla. No razonamos como científicos, sino como abogados defensores de nuestros prejuicios.

Y estos prejuicios vienen de nuestra identidad tribal, de pertenencia a un "equipo". Según el sicólogo social Jonathan Haidt , "las personas se atan a equipos políticos que comparten narrativas morales. Una vez que aceptan una narrativa particular, se vuelven ciegos a mundos morales alternativos".

No es tan difícil entender por qué. La evolución premia a los que son mejores en jugar con su equipo, no a los herejes que buscan la verdad a toda costa. Romper los tabúes de una comunidad es una muy mala estrategia de sobrevivencia.

Otro sicólogo social, Tom Gilovich, estudia los mecanismos cognitivos de las creencias. Ha demostrado que cuando queremos creer en algo, nos preguntamos "¿puedo creer en esto?". "Basta encontrar la más mínima 'evidencia' para que dejemos de pensar. Ya tenemos permiso para creer", dice.

Esto ocurre también en personas cultas e informadas. Antes de ser canciller, Roberto Ampuero publicó una falsa noticia sobre el apoyo de Nicolás Maduro a la candidatura de Alejandro Guillier. El diputado comunista Hugo Gutiérrez divulgó la foto de un festejo futbolístico en Buenos Aires atribuyéndola a una protesta contra el gobierno.

Ampuero quería creer que Guillier era el candidato de Maduro. Gutiérrez quería creer que los argentinos se manifestaban contra Macri. Cuando supusieron tener la evidencia, dejaron de pensar.

"Sólo googlea tu creencia", dice Haidt, "y Google te guiará al estudio que está hecho justo para ti".

¿Soy de derecha y quiero creer que enjaular niños en verdad es una política de Obama? ¿Soy de izquierda y quiero creer que los terremotos son provocados por un plan del imperialismo yanqui? Mis redes sociales me enviarán ese contenido, y los algoritmos de búsqueda me darán la "evidencia" de esas mentiras.

Mis redes me dicen en qué cree mi «equipo» y por lo tanto en qué debo creer yo, incluso antes de tener la menor idea sobre de qué se trata una noticia. Los incentivos y castigos también son inmediatos. Si soy de izquierda y comparto ese infundio de que Piñera tiene párkinson, seré premiado con favoriteos y retuits. Si soy de derecha y difundo esa patraña sobre los 3 mil dólares que recibe Bachelet por cada haitiano que llega a Chile, también recibiré esos caramelos de aceptación y pertenencia.

Las redes sociales "muestran lo peor de la psicología moral humana", me dijo Haidt cuando lo entrevisté. Y fue más allá: "Estoy muy alarmado. No estoy seguro que las redes sociales sean compatibles con la continuidad de la democracia como la conocemos".

"La principal forma en que cambiamos de opinión en temas morales es interactuando con otras personas", dice Haidt. "Cuando las discusiones son hostiles, las probabilidades de cambio son escasas".

Exactamente el tipo de discusión en que todos caemos en las redes sociales. Tal vez, la única esperanza para nuestra democracia es que apaguemos el teléfono y volvamos a la anticuada costumbre de conversar entre seres humanos, mirándonos a los ojos e intentando empatizar con el otro.

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