Estados Unidos y la promesa (incumplida) de libertad



Por Patricio Valenzuela, académico de Ingeniería Industrial e Investigador Instituto Milenio MIPP, U. de Chile, y Sebastián Acevedo, sociólogo y magister en Políticas Públicas de la Universidad de Chile. Estudiante de Doctorado en Criminología, Universidad de Manchester

Los efectos provocados por el Covid-19 y los recientes estallidos sociales en varios países alrededor del mundo han dejado al descubierto, nuevamente, una de las “pandemias sociales” más críticas: la desigualdad. Desigualdad igualmente latente en nuestro país, Chile. Pero los ojos del mundo se han enfocado en Estados Unidos. La muerte del afroestadounidense George Floyd, víctima de la brutalidad policial, ha generado una serie de consecuencias y disturbios sociales a nivel global. De hecho, el lunes 15 de junio, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aceptó la propuesta de los países africanos de organizar un debate urgente sobre racismo y violencia policial. Analizar el caso de Estados Unidos puede permitir detectar problemas históricos y estructurales que permitan prevenir sucesos similares en otras latitudes.

El racismo y la brutalidad policial en Estados Unidos no son hechos puntuales y contrastan con la vanguardia política y académica del país del norte. Estados Unidos fue la primera colonia en independizarse del Imperio Británico marcando una pauta política para el resto de las colonias de América. Como reflejo de algunos de sus logros, el mismo Karl Marx le escribió, en el año 1864, al Presidente Abraham Lincoln felicitándolo por su lucha contra la esclavitud. El siglo XX consagró a la tierra de George Washington como potencia mundial con un explosivo avance en la ciencia y la economía, además de un rol crucial en las dos guerras mundiales. En el terreno académico, la gran mayoría de las mejores universidades del mundo se encuentran en Estados Unidos, siendo pioneros en investigaciones sobre conflictos urbanos, segregación y abuso policial.

Sin embargo, el currículum de vanguardia política y académica que pareciera sustentar el sueño de la libertad y progreso en Estados Unidos se tropieza con un problema estructural: una profunda desigualdad. Estados Unidos posee un nivel de desigualdad similar al de Chile, de acuerdo al Coeficiente de Gini reportado por el Banco Mundial. Nivel inaceptable de desigualdad en gran parte del mundo desarrollado.

Para poder comprender los hechos de abuso policial, y los consecuentes eventos de violencia en Estados Unidos, es fundamental explorar los factores detrás de la desigualdad y la segregación. Pese a los años dorados de la economía estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial, en los años 60 se comienza a observar un aumento exponencial del crimen, el cual alcanza su punto máximo en los años 90 para luego descender significativamente. En un estudio pionero titulado “Understanding why crime fell in the 1990s”, Levitt atribuye la caída en el crimen al aumento del numero de policías, la disminución del consumo de crack, la legalización del aborto y, principalmente, al aumento del numero de personas en prisión. En 1970, la población penal era de 200.000 presos; actualmente, esa cifra supera los 2 millones de convictos convirtiendo a Estados Unidos en el país con más presos per cápita del mundo. Como es de esperar, la proporción de personas de raza negra en las cárceles es mayor que la de otros grupos.

Aunque el postulado de la efectividad del encarcelamiento como medida de disminución del crimen fuera correcto, lo cierto es que sus costos sociales son elevados. Cada persona encarcelada deja potencialmente a una familia desarticulada, comenzando un círculo virtuoso del delito, ya que los hijos de hogares monoparentales tienen más probabilidades de caer en el camino delictivo. En su libro “Great American city: Chicago and the enduring neighborhood effect”, Robert Sampson analiza cómo las diferencias en los resultados académicos y económicos, entre individuos de distintas razas, se explica por la transmisión intergeneracional de desventajas socioeconómicas. En Estados Unidos, al igual que en Chile, nacer en un barrio determinado condiciona no solamente la biografía de los hijos, sino que también la trayectoria de los nietos.

El “sueño americano” puede existir, pero parece ser una excepción a la regla. En un reciente libro “Uneasy peace: The great crime decline, the renewal of city life, and the next war on violence”, Patrick Sharkey reporta que en Estados Unidos la esperanza de vida al nacer de un hombre blanco es de 78 años, mientras que la de un hombre negro alcanza solamente a 72 años. Si bien Sharkey muestra que Estados Unidos se ha convertido en un país más seguro en las últimas dos décadas, advierte que es una paz inestable. En el Estados Unidos de hoy hay menos crímenes, pero las desigualdades y la discriminación, por parte de las policías, continúan siendo una bomba de tiempo.

Mientras Estados Unidos no logre la creación de una Policía de la Policía —con orientación de justicia, equidad y derechos humanos—, este país no puede ser visto como la nación democrática que ostenta su slogan. Es cierto que gracias a Lincoln la esclavitud se abolió hace más de 150 años. Sin embargo, la segregación racial, la discriminación policial, el encarcelamiento y el desigual acceso al sueño americano parecieran ser una nueva condición de esclavitud.

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