Opinión

Europa en la encrucijada

REUTERS Johanna Geron

En 2025 fui a Europa en marzo y volví a ir en septiembre, tratando de comprender lo que allí está ocurriendo. En verdad he pasado prácticamente toda mi vida viajando a Europa por razones familiares, académicas y políticas. Viví allí 16 años, conozco más de algo de su historia y he seguido sus cambios a través de los años.

Sin embargo, en marzo quedé impresionado del cambio que se había producido en relación con la mirada de futuro que expresaban académicos, políticos y ciudadanos comunes, que rompía una cierta continuidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que produjo los 30 años “gloriosos” en los que Europa dio un salto adelante en su progreso material y de convivencia democrática.

Daba la impresión de que era un cambio casi definitivo, donde a partir de mirar su patrimonio histórico, artístico e intelectual con orgullo, su construcción civilizatoria milenaria y su elaboración de un pensamiento ético y estético de orientación universalista, Europa se dirigió hacia un progreso caracterizado por la libertad y la igualdad de los seres humanos y por los derechos de las personas.

Después del fin de la Rusia soviética parecía que no amenazaba al continente una reversión bélica, la implantación de regímenes autoritarios, fanatismos religiosos o nuevos intentos colonizadores. Parecía que todo eso había quedado atrás. No eran los más fuertes del planeta, pero sí el lugar donde existían las sociedades más igualitarias y prósperas en el mundo.

Con el acceso de Trump a la Presidencia de Estados Unidos ese camino comenzó a eclipsarse. Estados Unidos dejó, de la noche a la mañana, de ser su aliado histórico, su par rico y poderoso, con quien compartían nada menos que el sistema político democrático que no ha tenido parangón en cuanto a los valores de libertad, igualdad y prosperidad en la historia de la humanidad.

Todo ello se oscureció, Trump en su segunda presidencia ha sido como los borbones después de la Revolución Francesa, quienes “nada olvidaron y nada aprendieron”. Como si la historia no existiera, para él Europa pasó a ser una región más con quien competir rudamente, cobrar cuentas, imponerle su supremacía, cuando no su brutalidad. Ya no existe un ethos compartido y tampoco un pensamiento occidental basado en las reglas democráticas y en la libertad de crítica y expresión. Se puso así en suspenso una historia y un espacio político-cultural que, con errores, imperfecciones y también arbitrariedades, había marcado pasos gigantescos en el progreso de la humanidad.

Ello ha conducido a un retroceso en la vida internacional, le dio alas a un tirano como Putin en la reconstrucción del imperio zarista a través de la impunidad a su agresión bélica contra Ucrania. Le dio a Netanyahu la posibilidad de transformar un justo derecho a la defensa de su país del terrorismo de Hamas en una cruel e interminable masacre de civiles palestinos.

En esta atmósfera internacional, la democracia de los procedimientos y la democracia sustantiva se ha debilitado lo indecible, han surgido en todas partes aspirantes a tiranos que, en nombre del pueblo, de la revolución, del orden o de la patria, han reflotado soberanismos nacionalistas y autoritarismos. Eso estaba a la vista en el mes de marzo, en el mes de septiembre había empeorado.

Europa y la herencia democrática de la que es portadora se encuentran en una grave encrucijada, hablar de preguerra en las democracias más cercanas a la frontera con Rusia no es hoy una exageración, es una experiencia de vida de sus poblaciones.

Lo que sucede en Ucrania les recuerda a cada instante la frase latina “de te fabula narratur” (de ti habla esta historia). Hoy existen escolares en Polonia y los países bálticos que además de estudiar, deben aprender a disparar; la imagen de un soldado de Corea del Norte en Letonia no es un cómic de ciencia-ficción; nadie piensa que Putin es un tigre de papel, es un tigre que genera muerte; las confianzas se han roto más allá de las obligadas expresiones diplomáticas; las organizaciones multilaterales se han debilitado y existe un caos en las relaciones económicas y políticas que atraviesa todos los continentes. Las amenazas se han vuelto normales.

China, mientras tanto, observa con astuta serenidad, y habla con sentido común en ese mundo que se hace daño en la trifulca perpetua. Pura ganancia para ellos en la lucha por la futura supremacía política.

Pero la encrucijada europea no es fruto solo del caos generado por Trump, también se debe a su propia debilidad, su incapacidad de avanzar en fortalecer su unión, su lento impulso federativo que requiere como agua un sediento para tener más fuerza propia y aprovechar de sumar su ciencia, su tecnología, su capacidad de defensa autónoma.

Sólo entonces sus valores democráticos tendrán influencia y su voz tendrá más peso.

Los esfuerzos existen, pero los soberanismos de extrema derecha trabajan para que no tengan éxito, y su actual debilidad atrae a quienes culpan de todos los males económicos a la democracia liberal y que, como Chamberlain con Hitler, están dispuestos a ceder la libertad por una ilusoria y efímera seguridad.

No piensen que ello nos es lejano para los demócratas de otras latitudes como nosotros. Si el resultado fuera una Europa disminuida, nos quedaríamos sin referente y nos empequeñeceríamos también nosotros.

La gravedad de la situación no se nota en las calles, la vida cotidiana prosigue, desarrollándose quizás con más miedos y menos esperanzas. Siempre ha sido así antes de las catástrofes, quienes andan frenéticos son los que las preparan, los que mueren suelen ser los que pensaron que nada sucedería.

Desde nuestro extremo austral, también necesitamos de un mundo en paz y de una convivencia democrática. ¿No habrá llegado el momento de que quienes compartimos los valores democráticos reforcemos nuestro espacio democrático público para enfrentar los muchos problemas que como país debemos resolver, y dejemos a los rosqueros de ambos extremos políticos refocilarse, aisladamente, con sus doctrinas delirantes?

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