Jarpa antes de Jarpa



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Sorprende que las semblanzas de Sergio Onofre Jarpa no se detengan en esa historia en que el personaje no era aún quien finalmente devino, aunque sus orígenes e inicios ya lo anticiparan. Puede ser que se trate de una época demasiado lejana, ignorada, mal comprendida: años de depresión económica (los 30), guerras a partir de la civil española, de realineamientos políticos y, si bien vendría la posguerra después del 45 -giro positivo mundial-, Chile se estancaría para luego estallar. Entendible que de ese caldo de cultivo surgiera alguien como Jarpa.

Hombre de campo y provincia (nació en un fundo en Rengo), sin ser el típico potentado latifundista. Un mundo, el suyo, de internado en Santiago (un Patrocinio de San José austero y estricto), de administradores y arrendatarios de predios, oficio que él mismo ejercería desde joven, complementado eventualmente con trabajo en otros rubros (importador de cadillacs y aviones Cessna). Lo cual desmiente el cuadro caricaturesco, oligárquico y rentista, que usualmente se tiene del agro tradicional. Tampoco sus simpatías políticas eran las proverbiales. Más corporativista o gremial, alguna vez simpatizante del Ibáñez complotista (el 38), agrario-laborista en los 40, para nada adicto a medidas económicas ortodoxas. Desde entonces, pues, anunciando lo que vendría. Un estilo frontal, menos político, sino antipolítico, nacionalista, que llevaría a su tipo a sepultar -antiguo anhelo- los viejos partidos de derecha (el Liberal y Conservador) y, con ello, la moderación, cooptación y respeto institucional. “Portaliano” se autodenominaban haciéndose eco de Edwards y Encina.

Solo una vez me tocó divisar a Jarpa a lo lejos (qué sanas son las distancias sociales). Fue en un restaurante de comida chilena en calle Manuel Montt, aunque podríamos haber estado en Rancagua, Talca o Valdivia. Desierto en esa ocasión, salvo él y la mesa en que me encontraba con otras dos personas. Almorzaba solo, correctamente vestido, cero sofisticado, aunque con una pinta que me recordó esos bustos de emperadores romanos, o quizás, al cónsul Cincinato. En sus memorias, editadas por Patricia Arancibia et al., aparece relatando, con disimulada satisfacción, las veces que políticos lo habían “llamado” para conversar y negociar (hasta Allende le habría propuesto un frente continental en contra del imperialismo yanqui a cambio de apoyo unánime en el Congreso para ser presidente).

Ese es mi único recuerdo en vivo. Concuerda con la imagen del político que se las tiene que ver con otros pesos pesados -“perros grandes”, según su folclórico lenguaje. Si el hombre se debió entender, no solo con Allende, también Frei, Aylwin y Pinochet, con quienes se parecía y no poco. Detestaban al viejo Chile liberal. Ni que se hubiesen puesto de acuerdo en liquidarlo, que lograron.

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