Jugamos como nunca, votamos como siempre

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Por Julieta Suárez-Cao, académica UC y Red de Politólogas

Las primeras elecciones generales post estallido son bastante paradójicas. A pesar de la relevancia de la figura presidencial en Chile, la administración que tomará posesión en marzo se encontrará probablemente con un Congreso sin mayoría propia y con un proceso constituyente en marcha. Los acuerdos transversales se vuelven imprescindibles para la política diaria y para cohabitar con la Convención Constitucional.

Las encuestas de intención de voto estuvieron mucho más precisas en esta elección, mostrando la alta fragmentación, y se acercaron al resultado final de candidaturas que no superaron el 30% de los votos y con muy pocos puntos de diferencia entre los dos candidatos más votados. De hecho, las encuestas fallan cuando se altera la participación electoral, cuando vota más gente o cambian las personas que participan, y se complica generar un modelo confiable de votante probable. En estas elecciones, la participación mantuvo sus bajos niveles históricos y quedará por analizar si también persistieron sus sesgos habituales.

Es cierto que esta era una elección abierta y competitiva, características que tienden a incentivar la participación popular. Vimos mucha aglomeración en las afueras de los locales de votación motivadas por las reglas de aforo y la lentitud del proceso de marcar tres (o cuatro, en las circunscripciones donde se elegían representantes al Senado) categorías. Sin embargo, estas multitudes no se convirtieron en un espaldarazo a la participación ciudadana. Es difícil pretender que cambie el comportamiento electoral sin haber transformado las reglas que ayudan a mantenerlo en niveles bajos. Ni siquiera llegó a implementarse la ley de votación cercana al domicilio de residencia de los y las electores.

Junto a la baja participación, en la cual se movilizan y participan más las minorías intensas, se confirma que acecha el peligro de la polarización. La extrema izquierda, encarnada en la candidatura de Eduardo Artés, se mantiene insignificante en la política chilena, aumentando un poco los niveles de apoyo de 2017. Es la extrema derecha la que crece más y tensa el sistema a costa de las expresiones más moderadas y modernas del sector. Y es quien enfrentará a la izquierda en el próximo ballotage.

A pesar de ser el bloque más grande en ambas cámaras, al menos hasta el cierre de esta columna, la coalición actual de gobierno se queda sin un liderazgo evidente. La coalición de centroizquierda también sucumbe a la tensión del sistema, realiza una mala elección presidencial y presenta un vacío de liderazgo importante. Sin embargo, como nadie muere en política, vemos que las elecciones legislativas muestran alguna continuidad con las coaliciones protagonistas de estos últimos treinta años. Desde el estallido social de 2019 venimos hablando de incertidumbre y volatilidad en la política chilena, queda otra elección más en cuatro semanas para ver cómo se define el próximo gobierno, ¿quizás el último de esta Constitución?

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