
Juventud, ¿divino tesoro?

Durante décadas, los estudios sobre felicidad mantuvieron que esta tenía forma de “U”: éramos más felices en la juventud, sufríamos una caída en la mediana edad y volvíamos a encontrar mayor plenitud en la vejez. Hoy, esa curva se está desdibujando, porque los más jóvenes son ahora el grupo menos feliz.
En Criteria investigamos qué está pasando en Chile y nos encontramos con el mismo patrón: la sensación de felicidad es más baja entre los jóvenes y aumenta progresivamente con la edad. Para medirla analizamos cinco dimensiones: satisfacción con la vida, bienestar emocional, relaciones, propósito y logros personales. La dimensión con mayor correlación con la felicidad es el bienestar emocional -alegría, ánimo positivo, disfrute cotidiano-; y es precisamente ahí donde se registra la mayor brecha generacional.
¿Qué ha cambiado? Para muchos jóvenes, la experiencia cotidiana se ha vuelto más exigente emocionalmente. Las redes sociales no solo conectan, también exponen, amplifican la necesidad de validación, imponen estándares elevados y fomentan una comparación constante que erosiona la autoestima. A eso se suma una creciente incertidumbre laboral, un individualismo más arraigado y un debilitamiento de las relaciones que antes ofrecían contención. Y cuando se resiente el bienestar emocional, también lo hace el vínculo con lo colectivo.
Este cambio en la autopercepción de felicidad de los jóvenes ha venido acompañado de un giro en sus actitudes políticas. Las nuevas generaciones no solo se declaran menos felices; también se sienten menos representadas, partícipes y comprometidas con el sistema democrático.
Y si bien correlación no implica causalidad, vista así, la infelicidad juvenil podría estar manifestándose, entre otras cosas, en el alto abstencionismo que caracterizó al voto voluntario y en una participación más nihilista bajo voto obligatorio: aumento de nulos, blancos y apoyo a candidaturas rupturistas. Ahí están los ejemplos de Milei en Argentina, Le Pen en Francia y Trump en EE.UU. En todos esos casos, el voto joven ha sido protagonista, no tanto por adhesión entusiasta como por hartazgo con el statu quo.
En Chile también observamos mayor apoyo juvenil a figuras disruptivas y un creciente escepticismo hacia las élites políticas tradicionales como motores de transformación social. Todo apunta a un desplazamiento del eje político en la juventud: desde la deliberación ideológica hacia una expresión eminentemente emocional; desde la política como proyecto hacia una como válvula de escape.
Esta es una crisis de sentido para los jóvenes. Una generación que no proyecta futuro difícilmente va a involucrarse en política para construirlo. Lo que hoy aparece como desafección puede mañana tornarse en radicalismo, apatía o rabia desbordada. No sería la primera vez; la historia está llena de ejemplos en que juventudes desencantadas cayeron en el embrujo del totalitarismo. La infelicidad juvenil no es solo un síntoma generacional, sino un grito de alerta para todos.
Por Cristián Valdivieso, director de Criteria
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