Columna de Valeria Palanza: La cuestión esencial de la representación democrática

Sesión de Sala de la Cámara de Diputados


Se acerca la fecha de tomar una decisión con respecto al texto propuesto para reemplazar la Constitución de 1980. En lo personal, he sido crítica de la Constitución que nos rige, principalmente porque tiene mecanismos que están reñidos con las condiciones de una democracia representativa saludable. No obstante, hoy me toca advertir sobre los peligros de su reemplazo por el texto constitucional propuesto, que, en términos de su sistema político, es un retroceso, aun comparando con la Constitución de 1980.

La propuesta restringe el vínculo de la ciudadanía con quienes elige, haciendo más difícil que las decisiones políticas obedezcan a ella antes que a otros intereses. En democracias representativas, por medio del voto la ciudadanía elige a quienes toman decisiones, y así regula el accionar político. Las condiciones de la representación, por este motivo, son un elemento clave en democracia. El texto constitucional propuesto, sin embargo, entrega una democracia menos representativa, lo que implica una democracia de menor calidad.

Dos puntos del texto constitucional propuesto disminuyen gravemente la representación de la ciudadanía: la cantidad de representantes que conforman el Poder Legislativo y el tamaño de los distritos en los que se les elige. Estos elementos afectan de manera tal las características del sistema que toda decisión política que se tome en adelante será atravesada por el vínculo de representación que surja. Es fundamental porque dicho vínculo es una de las pocas herramientas con las que cuenta la ciudadanía para incidir en las decisiones políticas. Mientras los cálculos especializados indican que se debería aumentar el número de representantes en el Congreso, el texto propone reducir el número de diputadas y diputados de 155 a 138. En paralelo, propone reducir el tamaño de los distritos de un rango de entre 3 y 8 a un rango de entre 2 y 6 representantes por distrito.

En Chile, el vínculo de representación fue muy débil durante buena parte de los 30 años de democracia, desde 1990, principalmente a causa del sistema binominal que rigió durante la mayor parte del período. El sistema binominal fue responsable del desapego de la ciudadanía hacia la política, ya que le transmitió que a pesar de sus preferencias y de la expresión de dichas preferencias a través del voto, las decisiones políticas iban en otra dirección. Y efectivamente, esto ocurría porque las preferencias de la ciudadanía no se logran transferir de manera efectiva cuando la representación es tan poco proporcional, más aún en un sistema de lista abierta.

De manera promisoria, se superó un poco la restricción democrática al reformarse el sistema electoral en el sentido de, por un lado, aumentar el total de escaños, y por el otro, pasar de distritos de dos a distritos de entre 3 y 8 escaños. Esta reforma llegó tarde, porque su implementación se hizo realidad en 2018, tarde para prevenir el descontento expresado en 2019. No obstante, el sistema electoral vigente tiene cualidades cuya continuidad debería mejorar el sentir de la ciudadanía hacia la política. Lamentablemente, el texto constitucional propuesto retrocede a una realidad más parecida a la del binominal, dejando abierta la puerta para su reinstalación en los hechos. Esto es grave para la democracia, en especial si se considera que quedaría en la Constitución lo que debiese establecerse por ley electoral.

Por Valeria Palanza, decana de Historia, Geografía y Ciencia Política UC

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