La culpa no es de la política

Tras la reciente (y dudosa) consulta ciudadana realizada por algunos municipios muchas fueron las voces en contra del accionar político. Otras voces, en tanto y preocupadas por lo que ocurre en el Congreso en materia legislativa, califican a la política como un espacio de corruptos, de traidores y de incapacidad de sintonizar con las legítimas demandas ciudadanas. ¿El problema? La culpa no es la política.
Desde la perspectiva de las ciencias sociales la política es "la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados". Si nos vamos a una conceptualización más filosófica encontramos, por ejemplo en Platón, que la política es una conjunción entre el Estado y la ética. Estos elementos permitirían, en la teoría, establecer los parámetros mínimos de convivencia para vivir en una sociedad correctamente organizada.
Otra propuesta la encontramos en Aristóteles, donde volvemos a encontrar a la ética como principio básico, donde el filósofo plantea que la política es la forma en la cual se convence al pueblo. Pero sin lugar a una dudas uno de mis favoritos, para la comprensión de la actividad y acción política como tal, lo encontramos en Maquiavelo. El autor entiende, entre otros conceptos, a la política como un estudio de las luchas por el poder entre los hombres. En Maquiavelo observamos una intencionalidad de abstraer la política de toda consideración y visualizarla como si fuera un fin, convirtiendo al poder en ese fin, que muchas veces justifica cualquier medio necesario para su obtención.
Y aquí quiero hacer un alto en lo que nos convoca. En ese espacio de reflexión necesario que debemos tener para generar discusiones con altura de miras que nos permitan entender, lo más racionalmente posible, los fenómenos sociales que estamos viviendo como nación. Porque en realidad la política no tiene culpa de nada: son aquellos que ejercen, en los espacios propios del poder político, quienes incurren en actos de corrupción, faltas a la probidad (ética), abuso de autoridad e incumplimiento de las promesas realizadas a sus votantes (riesgo moral). La política, en sí misma, no es ni buena ni mala. Su finalidad, sus objetivos, su contribución y acciones estarán supeditadas a la calidad no sólo profesional, sino también ética y moral, de las personas que la ejerzan.
Para ser más claros aún: quienes buscan ser partícipes de la dinámica política deben ser personas, de preferencia, con los más altos estándares éticos y morales. Con vocación pública real y que no tengan otro fin que no sea el de servir a sus ciudadanos, a quienes depositan su confianza en ellos y los sitúan en escaños o cargos de autoridad (poder). Por otro lado, la ciudadanía tiene también una responsabilidad consigo misma y la sociedad en su conjunto: elegir en conciencia, velando por el bien común, a quienes serán sus representantes. La ausencia de ambos elementos, que duda cabe, se traduce en que personas mediocres, carentes de los atributos mínimos de representatividad, accedan al poder trayendo consigo una seguidilla de malas decisiones que afectan e impactan en las vidas de todos.
Involucrarse en la actividad política es altamente necesario y nadie puede ni debe restarse, especialmente quienes han sido capaces de generar empleos, de aportar a mejorar sus comunidades, de favorecer espacios de inclusividad y movilidad para sectores vulnerables, etc. Si personas de estas características se restan del debate público dejan el camino libre para el avance del populismo, la corrupción, la falta sistemática a la verdad, la ausencia de empatía y la desconexión absoluta entre la política y la ciudadanía.
Por esta razón, la próxima vez que usted denoste o descalifique a la política, ya sea con adjetivos tales como "basura", "corrupta" o"innecesaria", deténgase un momento a pensar en cuál es su responsabilidad en esto, en cómo usted está aportando a la construcción y progreso de un mejor país y el por qué, si aún no lo hace, ha sido incapaz de involucrarse activamente para mejorar no solo el sistema político, sino también la calidad de vida de las personas. Cierto, el desafío no es menor y quizás sea sólo para valientes, pero he ahí también el llamado a no restarse de participar activamente porque, tal como lo planteó Platón: "el precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres".
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