La desigualdad en campaña



Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

Las demandas redistributivas son las predominantes en la actualidad chilena. El estallido social y la pandemia llevaron la agenda de la desigualdad social al nivel más alto de politización. Cada sector del espectro político ha reaccionado desde sus premisas ideológicas. La izquierda promovió un pacto refundacional basado en la ampliación de derechos sociales, canalizado a través del proceso constituyente. La derecha -en el poder- buscó imponer la razón tecnocrática (focalizar antes que redistribuir) y, en el intento, quedó cercada por la demagogia más a la mano (como el retiro sistemático de los fondos previsionales). En tiempos electorales, donde el marketing político parece imponerse a la política sustantiva, el “debate” adquiere dimensiones personalistas: la idoneidad de los presidenciables para el cargo e “historias de vida” con pretensiones inspiradoras. La intención (fallida) de moralizar la discusión de campaña termina frivolizándola, considerando los antecedentes de revolución social y emergencia sanitaria.

A nivel de las propuestas electorales no hay mucha novedad ni creatividad. Quienes proponen instalar el carácter redistributivo de manera más decisiva corren el riesgo de caer en medidas irresponsables en un contexto de precariedad de ingresos; quienes privilegian las normas del mercado, apelan a paliativos temporales. Por antecedentes conocemos que, en materia de políticas efectivas contra la desigualdad y más allá de discursos, la izquierda en el poder terminó moderándose y la derecha en el poder no pudo salir de su esencia doctrinal, que el Estado no puede intervenir “en algo tan natural como la desigualdad”. Como consecuencia, Chile se ha convertido en un outlier: el país de mayor ingreso per cápita con menor porcentaje del ingreso bruto en gasto público.

Mi hipótesis es que “la demanda” ha estado históricamente tergiversada en el país. A nivel político, ésta se expresa esencialmente a través de procesos electorales y éstos han solido tener elementos distorsionadores (el binominal, el establecimiento del voto voluntario) que adulteraron el mandato de la sociedad. Así, el votante medio chileno se inclinó artificialmente hacia el campo de menor distribución y más competencia del libre mercado. El modelo neoliberal tuvo sus garantes, por años, en la arena legislativa; y el voto voluntario (votan quienes más recursos tienen) eligió al candidato que interpretaba el país como una sociedad de clases medias consolidadas (Sebastián Piñera). La famosa “crisis de representación” fue autoinfligida por una élite que no leyó el reclamo de la sociedad, más allá de los comicios.

El primer paso para luchar contra la desigualdad económica es garantizar un mandato popular diáfano. El cambio a sistema electoral proporcional ayuda, pero no es suficiente sin una mayor participación. En una sociedad desigual, es más probable que el aumento de votantes de sectores de menos ingresos conduzca a favorecer los candidatos (presidenciales, parlamentarios) cuyas propuestas favorezcan la redistribución. Salvo, obviamente, que se activen otros ejes de debate (liberal/conservador) que primen sobre la agenda redistributiva. Con valores liberales más difusos en la sociedad, la derecha extrema -nativista, autoritaria- puede tener más margen en el largo plazo.

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