La herencia del 5 de octubre

Conmemorar oficialmente el triunfo del No, conlleva un simbolismo que no es ni debe ser de exclusividad solo de aquellos que votaron No. Lo ocurrido el 5 de octubre de 1988 tiene una connotación que escapa a quienes fueron participes directos o indirectos de ese momento y que trasciende hasta nuestro presente. En la noche agitada de ese histórico día se ratificó el triunfo total de la democracia en términos procedimentales y simbólicos. En torno al SÍ y el NO, no solo hubo un juicio con respecto al pasado trágico sino también con respecto al modo en que debían abordarse los asuntos políticos en el futuro. En ese sentido, la gran derrotada el día del plebiscito de octubre fue la violencia política en todo sentido, en sus formas institucionalizada y no institucionalizada, cuando miles de chilenos se acercaron a las urnas para manifestar, pacíficamente, sus preferencias con respecto a las opciones que se ofrecían en el voto.
La opción NO, fue respetada como tal por parte de aquellos que expresaron otra preferencia como era la opción SÍ y también por quienes ejercían el poder en ese momento. En ese preciso instante, la potencial discrecionalidad del poder, a la que muchos gobernantes se ofrecen de manera explícita o sutil, fue sometida al imperio de la institucionalidad trazada. La Constitución se impuso al propio Pinochet, pero, además, la sociedad civil se impuso como sociedad política. Ese fue el inicio del proceso de transición democrática que permitió, posteriormente, el establecimiento de un gobierno electo por voto libre y popular después de 17 años de dictadura. Ese punto de inflexión tiene una enorme carga política e histórica porque instala la supremacía del régimen democrático, como eje central de identificación política y ciudadana, frente a otras formas autoritarias o dictatoriales que, aunque muchas se presuman como democracias distintas, sobreponen la razón de Estado por sobre las libertades de los ciudadanos.
30 años después, la democracia en Chile, es decir, la competencia abierta mediante votos junto con el resguardo de las libertades civiles y políticas, se ha vuelto el único modo de definir la legitimidad de los cargos políticos. En ese sentido, la democracia ha ido triunfando paulatinamente, pasando de ser estrictamente procedimental con enclaves autoritarios, a una más abierta. Hace tiempo que ya no existen senadores designados ni comandantes en jefe inamovibles, y algo se ha avanzado hacia una mayor descentralización política a la hora de seleccionar cargos de representación regional y la ampliación en el ejercicio de libertades. Además, se ha avanzado hacia un mayor pluralismo partidario y una mayor diversidad social. Pero lo más importante, es que la mayoría de los actores y ciudadanos creen que los cambios y debates deben realizarse dentro de los marcos y cauces democráticos, sin prescindir de aquellos. Esto, aun cuando algunos obtusos desdeñan de la democracia actual como si viviéramos en un orden político de suma cero y otros lerdos enarbolen discursos que abiertamente abrazan la violencia política como medio.
El 5 de octubre, como acto republicano, significó en términos simbólicos la restitución del espacio público democrático en sentido estricto. El proceso de campañas previo tiene un enorme significado como contraste entre la expresión de una sociedad civil pluralizada y el poder gubernamental sin contrapeso democrático a nivel institucional. Se instaura así, de forma paulatina, la lucha política simbólica y pacífica, propia de la democracia, donde el mediador es el propio electorado y donde la sociedad civil se conforma como eje de lo político. Conmemorar el triunfo del NO, debería ser visto como un acto de vindicación del espíritu democrático y republicano. Esa es la herencia clave que ha permitido vivir en una democracia que, a pesar de sus bemoles y expectativas pendientes, es estable y abierta en muchos sentidos. Es esa herencia la que debemos vindicar entre todos.
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