La memoria del horror

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Museo de la Memoria (Crédito: Laura Campos).


El nombramiento de Mauricio Rojas volvió a abrir una herida que pensábamos estaba ya cicatrizando. En el último cuarto de siglo, la sociedad chilena ha avanzado en reconocer y repudiar de forma transversal las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron durante la dictadura. Sin embargo, el apoyo a las palabras de Rojas sobre el Museo de la Memoria hace pensar que, una parte de la derecha todavía no entiende que los crímenes cometidos por civiles no son comparables a los crímenes cometidos por el Estado.

La principal crítica al Museo de la Memoria es su parcialidad: solo cuenta una parte de la historia, la de las víctimas de los militares, haciendo caso omiso del contexto de violencia que vivía el país. ¿Dónde se conmemora a los asesinados por los grupos terroristas de izquierda? ¿Acaso sus vidas no importan?

Toda vida es importante y la violencia, venga de donde venga, es repudiable. Pero eso no impide distinguir dos niveles totalmente distintos de violencia: aquella que es cometida por civiles (narcotraficantes, terroristas políticos, etc.) y la que comete el Estado. Como sociedad democrática hemos convenido establecer reglas de convivencia, entregar el monopolio de la coacción al Estado bajo reglas muy estrictas y crear instituciones que velen por el cumplimiento de dichas reglas. El estado de derecho no es sino un acuerdo social, que resguarda, entre otras cosas, la paz y la justicia para todos los miembros de nuestra comunidad. Si cualquier persona es atacada, esta puede y debe acudir al Estado para su protección. ¿Pero qué ocurre cuando el Estado se convierte en terrorista? La confianza democrática se quiebra, las personas quedan en absoluta indefensión, a merced de un carnicero que no tiene límites para su poder y crueldad. No hay institucionalidad que lo ataje, solo la fuerza del pueblo. Durante la dictadura no existieron instituciones del Estado que protegieran los intereses de los ciudadanos. El Poder Judicial fue cómplice de los horrores de la dictadura. También lo fueron los medios de comunicación.

El Museo de la Memoria no está para recordar a los caídos por los grupos terroristas de izquierda, sino para recordarnos lo que ocurre cuando hay terrorismo de Estado. ¿Significa, entonces, que la pregunta por el contexto no es relevante? En absoluto. El Museo de la Memoria no solo debería generar tristeza y rabia, sino también debería incitar a preguntarnos por las condiciones que permiten que algo así ocurra. Con condiciones de posibilidad no me refiero únicamente a las preguntas por el contexto histórico, político y social: ¿Cuáles fueron los factores que incidieron para que un Estado y parte de la sociedad se vuelva sanguinariamente en contra de otro grupo?, sino que debería llamar a cuestionarnos por nuestra propia naturaleza humana: ¿Bajo qué condiciones nosotros, los seres humanos, dejamos de ser humanos y nos convertimos en bestias?

Las respuestas a estas preguntas no tienen por qué estar en el Museo de la Memoria, pero la pura constatación del horror no es suficiente para evitar que ello vuelva a ocurrir. Responder estas preguntas debiera ser tarea de cada uno de nosotros y la formación escolar debiera entregar las herramientas para convertir a los niños en personas críticas, capaces de pensar libremente, sin miedo, para abordar este tipo de asuntos. Libertad y coraje son fundamentales para abordar estas cuestiones en profundidad, pues las respuestas no son obvias. De ser obvias, no existiría la ambivalencia de la izquierda a la hora de condenar las violaciones a los derechos humanos ocurridas en Rusia, la República Democrática Alemana, Cuba o recientemente en Venezuela, ni la incomodidad de parte de la derecha a la hora de condenar lo que sucedió en Chile durante la dictadura.

Como dice Juan Manuel Garrido en su libro El imperio de la humanidad, siguiendo a Kant y también a Arendt, "lo inhumano está al acecho de todos. Lo inhumano es actuar conforme a la idea de humanidad que creemos conocer sin tener que mirar, conforme a la ley que creemos presente inequívocamente en la conciencia, es tener certidumbre de qué está bien y qué mal".

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