La urgencia de regular las redes

FILE PHOTO: Woman holds smartphone with Facebook logo in front of a logo of Meta in this illustration picture taken October 28, 2021. REUTERS/Dado Ruvic/Illustration/File Photo

Por Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group y GZero Media

Facebook ofrece un producto que proporciona la interacción social, la información y las noticias que consumen 3.000 millones de personas. Por eso es tan importante que los críticos, los legisladores y los reguladores hayan acusado a la empresa de utilizar algoritmos que promueven contenidos extremos, odiosos y a menudo falsos, con el fin de impulsar el tráfico y maximizar los beneficios. El consejero delegado, Mark Zuckerberg, niega rotundamente estas acusaciones, pero los gobiernos de todo el mundo están empezando a reconocer la magnitud de la amenaza que suponen.

Para ser justos, Facebook no se resiste a las peticiones de nuevas normas. No quiere tener una responsabilidad directa en la salvaguarda de la democracia. Quiere ganar dinero y mantener su ventaja competitiva. Sus dirigentes no intentan crear algoritmos que polaricen al público. Su objetivo es ampliar la empresa impulsando la participación de los usuarios. Los ejecutivos de Facebook dicen que quieren que el gobierno establezca nuevas reglas que se apliquen en todo internet y en todas las redes sociales, reglas que determinen cómo deben funcionar, qué tipo de información deben publicar y qué no deben publicar. Dicen que quieren que esas normas se apliquen de forma equitativa a todas las empresas.

Pero los ejecutivos de Facebook piden un cambio, en parte, porque no temen que el cambio llegue realmente. No es probable que los políticos modifiquen de forma efectiva el funcionamiento de Facebook, porque no se ponen de acuerdo sobre la naturaleza del problema, y mucho menos sobre qué hacer al respecto. En Washington, los funcionarios públicos de la derecha insisten en que Facebook ha cedido a la presión de la “corrección política”, una forma de censura impuesta por la izquierda. La discusión honesta de los problemas políticos y sociales graves, advierten, a menudo cae fuera de los límites de lo que se considera un debate socialmente aceptable. Señalan a Donald Trump, que fue “removido” por la empresa a principios de este año, para argumentar que la derecha es silenciada con mucha más frecuencia que la izquierda.

Los políticos de la izquierda, por su parte, dicen que el verdadero problema es que Facebook tiene demasiada influencia y demasiado poder de mercado, y que promueve la desinformación inventada por la derecha para, por ejemplo, apoyar la falsa acusación de que las elecciones presidenciales de Estados Unidos fueron robadas a Donald Trump. Advierten que sus algoritmos están haciendo que un país políticamente tribal sea aún más tribal. Si la izquierda y la derecha no se ponen de acuerdo en el problema, no se pondrán de acuerdo en las medidas a tomar.

También hay un ángulo geopolítico en esta historia. Los dirigentes estadounidenses y chinos creen cada vez más que están enzarzados en una lucha por el dominio tecnológico futuro. Estados Unidos depende principalmente de los innovadores del sector privado en Silicon Valley y otros lugares para mantener la ventaja estadounidense en el desarrollo de la inteligencia artificial. China confía en el poder del Estado para orientar el dinero y otros recursos hacia una estrategia de desarrollo tecnológico más centralizada. Si los reguladores estadounidenses adoptan medidas que debilitan a gigantes tecnológicos como Facebook -en un momento en el que China está recopilando y procesando los datos producidos por 1.300 millones de personas, y con escasa consideración por la privacidad personal-, los legisladores estadounidenses están socavando la seguridad nacional de Estados Unidos y los valores en línea en los que dicen creer.

Hay arreglos de sentido común que pueden hacerse para evitar que Facebook divida a las sociedades sin romper o socavar críticamente la empresa. En primer lugar, prohibir la publicidad política. Eso minimizaría la difusión de la desinformación política y elevaría el nivel del discurso. En segundo lugar, modificar los algoritmos para reducir la importancia de la política nacional en el sitio en general. En tercer lugar, al igual que en la red social LinkedIn, garantizar que cada usuario sea verificado como una persona real. No se permiten cuentas anónimas ni bots. Hacer que cada usuario firme un acuerdo para cumplir las normas contra la incitación al odio y la desinformación, y luego utilizar la verificación para evitar que los infractores de las normas que han sido expulsados del sitio se registren con un nuevo nombre.

Estos serían unos modestos primeros pasos para afrontar los retos que plantea no sólo Facebook, sino las formas de tecnología digital en general. La mejor estrategia que pueden adoptar los reguladores, y el público, es abrir un debate mundial sobre la mejor manera de adaptarse a un mundo en el que las empresas tecnológicas tienen cada vez más poder sobre sus espacios digitales. Los líderes mundiales se reúnen cada año desde mediados de la década de 1990 para debatir qué hacer con el cambio climático. Al igual que con la subida de los mares y los patrones meteorológicos cada vez más erráticos, debemos actuar ahora para limitar el daño que las empresas de tecnología de la información pueden infligir a la democracia y a la sociedad. Pero también debemos adaptarnos a un mundo en el que algunos cambios ya son inevitables. Es una prioridad urgente, porque el cambio tecnológico en la forma en que vivimos, recopilamos información y entendemos el mundo que nos rodea está llegando mucho más rápido que el calentamiento global.

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