Opinión

Las violencias en la próxima elección presidencial

Aton Chile DRAGOMIR YANKOVIC/ATON CHILE

El tema central de preocupación es la seguridad. Desde 1990 que el temor es mucho más alto en Chile que en países en situación de conflicto interno. Bajen o suban los delitos, el miedo está instalado como una forma de definir nuestra convivencia. Partimos desde la desconfianza y la sensación generalizada que es la impunidad y la semiorfandad frente a un Estado ausente o insuficiente o ineficiente lo que nos acompaña diariamente.

El temor no es un fenómeno inventado ni generado únicamente por la profusa cobertura de los medios de comunicación. Es un problema social de larga duración e impacto en las vidas de millones de personas que dejan de habitar la ciudad, que limitan su forma de vinculación con otros, que abandonan el espacio público, que se encierran y construyen múltiples amenazas y enemigos reales e imaginarios. El temor es también fuente de mayor violencia vinculada con la frustración y la desesperanza de sentir que todo está de forma permanente puesto en cuestión.

De nada ayudan los discursos altisonantes de la política y sus representantes sobre la seguridad. Nada peor que la sensación (o realización) que aquellos encargados de protegernos están de forma permanente peleando por los medios sobre la definición de las responsabilidades del caos o la crisis, como literal todo el espectro político llama hoy a la situación que vivimos. La ciudadanía espera propuestas de política pública seria, basada en datos y resultados que permitan enfrentar el crimen y prevenirlo. Muchas veces confía que las propuestas que se debaten tienen esa seriedad, lamentablemente no siempre es así.

Mucho podríamos discutir sobre la presencia de estructuras criminales violentas y de mercados ilegales poderosos. También de las mejores formas para combatir la capacidad de corrupción que tienen estas estructuras e incluso sus vinculaciones con organizaciones en otros países. En la mayoría de los casos las soluciones son estructurales, requieren mano dura para el castigo e inteligencia para llegar a aquellos que se debe castigar. Pero esta vez creo que es fundamental reconocer una pieza fundamental del problema al que no le estamos dando la relevancia que merece: las violencias.

Las violencias en plural, porque lo que nos inunda no es la violencia criminal de los carteles, sino la cotidiana que dificulta la convivencia en las escuelas, donde cada día somos testigos de situaciones de abuso, acoso y maltrato directo o digital que terminan con comunidades enteras impactadas por peleas, cuchillazos y lesiones. Violencias también que tiñen nuestra convivencia en el espacio público, donde pareciera que el que grita más o el que directamente amenaza logra lo que quiere. Las múltiples peleas nocturnas, los homicidios en el marco de las fiestas clandestinas son solo algunas de estas situaciones. Las violencias contra las mujeres, pero también contra los niños, niñas y adolescentes están documentadas y requieren políticas públicas urgentes. Las leyes son importantes, pero son literal el primer paso para reconocer un problema que no cambia cuando se aprueban. El trato a los migrantes, o a los que parecen serlo, está generando un ambiente de profunda frustración.

El debate político está en deuda, avivar el discurso de la violencia es como el fuego que muchas veces se sale de control y termina dañándonos a todos y arrasando las bases mismas de un futuro mejor. Una propuesta país que ponga énfasis en la necesidad de reconocer y abordar estos problemas estructurales podría ser el primer paso para, además, enfrentar de forma seria la criminalidad.

Por Lucía Dammert, académica de la Universidad de Santiago de Chile.

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