Lecciones de la campaña presidencial: ganar con seguridad



Por Hernán Hochschild, director ejecutivo de Tenemos que Hablar de Chile

Pareciera que cada elección deja obsoletos los análisis que la precedieron y hace surgir muchos nuevos. Así volvemos a teorizar, y es sano que ocurra, para tratar de entender las razones detrás del amplio triunfo de Boric y los abundantes votos de Kast. ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué el presidente electo consiguió 2,7 millones más de votos que en primera vuelta? ¿Qué pasó? Volveremos a intentar una traducción a la voz popular, para explicar qué quiere el pueblo. ¿Cuál es la señal? ¿Qué quiere la gente? ¿Qué buscan las nuevas generaciones, las mujeres?

Creo que no existe tal cosa como una misma voz, con un mismo relato e ideas del pueblo, que permita agrupar a esos votantes en una intención común. Esos millones de votos, del vencedor y el vencido, están repletos de razones y relatos diversos. La pregunta es si podemos encontrar algún hilo conductor en ello o producir un entendimiento que haga sentido al proceso completo.

Desde el privilegio de estar escuchando y leyendo todas las semanas a miles de personas de distintas edades y distintas partes del país, hay un concepto que me parece puede ayudar a articular una mirada común de las distintas elecciones que hemos tenido; de los votantes de Boric y de los de Kast, pero también del plebiscito y más. Y este es el concepto de seguridad.

Pero me refiero a un concepto más diverso de seguridad. Uno con cierta particularidad para cada proyecto de vida, pero presente en la voz de la ciudadanía. Una seguridad institucional, familiar, identitaria y social. Una que para algunos significa tener la certeza de que su Cesfam funcione; para otros la seguridad de que sus hijos puedan salir a la calle. Para algunas, la seguridad de no ser violentadas. Para otras, dejar de ser discriminadas; o para algunos la seguridad de que el banco no se aprovechará con los cobros de las cuotas y las tarjetas de crédito. Ahora bien, hay seguridad aún más profunas, como la seguridad de poder jubilar, o la de enfermarse, o la de que los hijos estén aprendiendo en la escuela. La seguridad, en el amplio sentido de la palabra, en clave material e inmaterial, para vivir mejor.

Pero los problemas que vive Chile no son únicos. La inseguridad no es nuestra marca registrada y Latinoamérica sabe mucho de ello. Nuestro conflicto social tampoco es único. El año de nuestro estallido fue el año de más estallidos en el mundo. Nuestra salida constitucional, no es la primera que sigue este camino: Túnez ya la experimentó tras la primavera árabe. La pandemia, como dice su nombre, ha sido de impacto global. La inflación, no solo marca en Chile y en nuestros vecinos, sino que en múltiples lugares. Y la política, no solo falla en nuestro país, sino que en muchas partes del mundo.

¿Entonces, qué es lo especial de Chile? Que, aunque hemos perdido la confianza en nuestras autoridades, todavía, mayoritariamente, las personas ven en las grandes instituciones —sociales, estatales o privadas— una esperanza de seguridad y mejor convivencia.

Así, aunque las personas desconfían de la política y de las autoridades, todavía, mayoritariamente, esperan mucho de ellas. Al parecer, hemos perdido la confianza, pero no la esperanza. Y como la esperanza es lo último que se pierde, ojalá todas nuestras autoridades recojan la lección del presidente electo: en la hegemonía de las ideas propias, no vive la esperanza de la democracia. Es en la apertura a los errores y al que piensa distinto. Es allí donde surge la seguridad de un país para vivir mejor.

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