Opinión

Lecciones de Nueva York

Residentes con mascarillas caminan con telón de fondo la ciudad de Nueva York. Foto: AP John Minchillo

Por Iván Poduje, arquitecto

Existen pocas ciudades tan admiradas como Nueva York, tanto por su belleza y diversidad, como por su capacidad para sortear crisis de magnitud, como la depresión del 30, la ola criminal de los años 70 o la amenaza terrorista de inicios del 2000. Más recientemente, la ciudad se puso en la vanguardia en la prevención del cambio climático, con un ambicioso plan para rediseñar su borde costero y transformar miles de industrias en parques y viviendas accesibles.

Por ello sorprende el trágico desempeño de la Gran Manzana ante la pandemia del Covid-19, que suma 11 mil muertos en un área metropolitana de 8,4 millones de habitantes, lo que contrasta con los 86 fallecidos que tiene el Gran Santiago con siete millones de capitalinos. ¿Qué explica esta enorme diferencia? Algunos afirman que sería la densidad, pero Nueva York es más extensa que Santiago y su centro, Manhattan, tiene menos infectados por habitante que su periferia.

Más relevante es el millón de turistas chinos que visitó la ciudad en 2019 sin saber lo que ocurría en Wuhan, aunque creo que la verdadera razón fueron las peleas entre autoridades. El Presidente Trump partió minimizando la pandemia y se enfrentó en una disputa personal con el gobernador Cuomo, que hizo lo mismo con el alcalde De Blasio. Esta trifulca diluyó el mando y retrasó las medidas de testeo y contención. Bastó una semana para que se dispararan las curvas de contagio de Brooklyn y Queens y el virus se propagara sin control por barrios segregados de minorías latinas, asiáticas y afroamericanas.

En Chile, el Presidente Piñera nunca dudó de la gravedad de la pandemia y antes de terminar febrero tenía listo un plan basado en un testeo masivo con reforzamiento de la capacidad hospitalaria y cuarentenas secuenciales. Otro acierto fue empoderar a su ministro Jaime Mañalich, un panzer con carácter y conocimiento para tomar decisiones bajo presión, y potestad sobre autoridades municipales. Todo indica que el centralismo presidencial chileno que tanto criticamos, ha sido clave, ya que la primera lección de Nueva York es que el tiempo vale oro, y se requiere una estructura vertical para tomar decisiones con rapidez ajustando por prueba y error. Eso no implica excluir a expertos y actores, pero sí moverse con autonomía a sus opiniones divergentes, como ocurrió con el Colegio Médico o los alcaldes.

La segunda lección de Nueva York es que la segregación urbana propaga muy rápidamente el virus por el hacinamiento de viviendas y medios de transporte público, especialmente si se combina con inmigración informal que también está presente en Santiago. Por ello el riesgo sigue latente y preocupan las curvas de contagio de Puente Alto, Maipú o Quilicura. Ahí debemos poner foco y atención. Afortunadamente estamos a tiempo para hacerlo.

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