Opinión

León XIV, la enormidad

Newly elected Pope Robert Francis Prevost arrives on the main central loggia balcony of the St Peter's Basilica for the first time, after the cardinals ended the conclave, in The Vatican, on May 8, 2025. Robert Francis Prevost was on Thursday elected the first pope from the United States, the Vatican announced. A moderate who was close to Pope Francis and spent years as a missionary in Peru, he becomes the Catholic Church's 267th pontiff, taking the papal name Leo XIV. (Photo by Andrej ISAKOVIC / AFP) ANDREJ ISAKOVIC

Cuatro votaciones, dos días. La media de los últimos tres cónclaves sugiere que la Iglesia Católica ha tomado nota de la ansiedad que rodea la elección de un nuevo Papa y está tratando de reducir la ola de especulaciones que la invade. La Iglesia les teme -esto ya se sabe- a las redes sociales y a la velocidad de vértigo con que imponen sentencias y estereotipos. Mejor abreviar, mejor evitar.

El elegido ha sido uno de los favoritos, el cardenal estadounidense Robert Prevost, de 69 años, agustino, exprefecto de la Congregación para los Obispos, que gobernará la Iglesia como León XIV. La elección de este nombre remite inmediatamente al Papa que inauguró la doctrina social de la Iglesia con su encíclica Rerum Novarum, de 1891, pieza bisagra de la modernidad católica, que inició la defensa de los pobres y el rechazo al capitalismo salvaje. Otra cosa, menos conocida, hizo también León XIII: reforzar la expansión del catolicismo por Estados Unidos, donde sobrevivía como minoría frente a una abrumadora mayoría protestante. Lo que el nombre de León XIII pueda tener de remoto para un católico de otras latitudes, no lo es en absoluto para uno estadounidense.

En los primeros meses de su pontificado, lo más probable es que León XIV sea confrontado con lo que tenga de continuidad o ruptura con el Papa Bergoglio. Es un ejercicio inevitable, pero poco sustantivo. Los defectos de la gestión de Bergoglio -su desorden administrativo, su mescolanza doctrinaria, su personalismo, su inclinación a improvisar- son bien conocidos y dependen casi exclusivamente de rasgos de personalidad. La metodología pacífica y racional de los agustinos puede ser suficiente. Le Monde lo ha descrito como “un hombre de escucha y de síntesis, clasificado entre los moderados, que conoce tanto el terreno como los engranajes del Vaticano”.

El nuevo Papa está consciente de que el centro de su misión no radica en lo que pervive de Bergoglio, por mucho que reformistas y conservadores pierdan las uñas por esto, sino en lo primero que invocó en su discurso inaugural: “La paz esté con ustedes”. Es una inteligente superposición de las palabras de Cristo ya resucitado con un deseo actual, urgente, imperioso. Lo reforzó enseguida con un llamado a “rezar por la paz en todo el mundo”, con la fe en que, al final, “el mal no ganará”.

León XIV ha de percibir, incluso mejor que otros (el cardenal y secretario de Estado Pietro Parolin podría haber sido su único competidor), que sus objetivos estratégicos se expanden hoy desde su país natal hasta el otro lado del globo, desde la Rusia tronante hasta la Europa intimidada, del norte al sur y de vuelta, de oriente a occidente.

Cada interpelado reaccionó en su estilo. Trump se declaró “excitado”, el estado en que parece estar todo el tiempo; Putin apeló a continuar el diálogo con el Vaticano “sobre la base de los valores cristianos que nos unen”. Ursula von der Leyen se declaró esperanzada en una Iglesia “con sabiduría y fuerza”.

En el inconducente debate de si un Papa debe ser más humilde o más solemne, más pastor que teólogo, más oveja que pastor -ponga la disyuntiva que quiera-, lo que la humanidad parece pedirle a la Iglesia es algo más preciso: un político, no con los instrumentos menores de la política, sino con los de la Iglesia.

El del Vaticano no es un gobierno cualquiera. Ya no hay quién se pregunte, como alguna vez hizo Stalin, cuántas divisiones manda el Papa. Unida, es la división más grande del planeta, unos 1.500 millones de fieles distribuidos por todas las geografías. Después del fin del poderío militar de la Santa Sede, con la revolución de Garibaldi, esa enorme legión rara vez ha estado unida, como lo sabían los papas más lúcidos -no por nada, también los más atormentados-, Paulo VI y Benedicto XVI.

Sin embargo, la situación del mundo se ha vuelto tóxica. ¿Por qué se habla tanto de guerra en Europa? ¿Por qué se distribuyen kits de supervivencia en colegios y consultorios? ¿Por qué se gastan papers y artículos en calcular los tanques y los drones que faltan? ¿Ya nadie cree que la palabra puede ser un conjuro, que la desgracia puede ser llamada de puro insistir en ella?

Con todos los símbolos biográficos que lo rodean, León XIV parece representar, más que cualquier otra cosa, una convocatoria a la unidad de la Iglesia en un panorama en el que proliferan, como presagios, las refriegas oportunistas: un peligroso roce armado entre India y Pakistán, un movimiento de naves en el mar de China, una conflagración infame con el auspicio de Ruanda en contra del Congo, otra que lleva años entre los dos Sudán, la prolongación inacabable de la sangría de Gaza. Y el centro de todo (por ahora): Ucrania, que entra al cuarto año de guerra.

El Papa Francisco había establecido un “diálogo” con Rusia que Putin limitó a los desplazados y refugiados. A León XIV le tocará pasar a hablar de la guerra en serio, y de la escalofriante posibilidad de que escale hasta otros niveles. Con China, Bergoglio firmó un acuerdo secreto -que ha permanecido en esa condición-, pero ese es el tipo de cosas que a veces lo empeora todo, como sucedió con el acuerdo secreto entre Hitler y Stalin en 1939. Lo que haga el Papa Prevost puede cambiar el curso del mundo.

¿Se puede concebir una tarea más enorme?

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