Lo mejor y lo peor



Se dice que las sociedades tienen los políticos que merecen, pues es la misma sociedad que padece sus defectos -o se beneficia de sus virtudes- la que los elige. Vaclav Havel decía que también es efectivo lo contrario, pues “la sociedad es el espejo de sus políticos. Depende en gran medida de los políticos qué fuerzas sociales se liberan y cuáles se reprimen, si se apoyan más en lo mejor de cada ciudadano, o si lo hacen, por el contrario, en lo peor”.

O sea, no solo tenemos los políticos que nos merecemos; sino que nos convertiremos en un reflejo de nuestros líderes, con sus virtudes y sus miserias. Es triste, pero al verlo en esta perspectiva es indudable que no vamos por buen camino. El discurso populista, la falta de respeto al estado de derecho, el “gatillo ligero” para denunciar sin fundamentos serios y la incapacidad casi total para reconocer los errores, ni qué decir de disculparse, son los rasgos que crecientemente definen nuestro debate político; lo peor es que todo esto tiene consecuencias en el tipo de sociedad en la que nos estamos convirtiendo.

Por mencionar dos ejemplos, hace unos meses un grupo de parlamentarios denunció con escándalo que en la estación Baquedano del Metro funcionaba un centro de tortura, al poco tiempo se demostró que aquello era una falsedad absoluta; esta semana recién pasada, otro diputado denunció que el buque Sargento Aldea, que está operando como hospital de campaña para ayudar en la crisis sanitaria, estaba contaminado con asbesto; la Armada tuvo que aclarar y desmentir la acusación, junto con lamentar que el legislador no hubiera tenido la deferencia -yo agregaría el rigor- de consultar a la institución.

Así, se ha vuelto un patrón el desprecio por las formas, parece que todo se justifica si es que se persigue aquello que el autor define como bueno. A nivel político, eso se traduce en violar reiterada y conscientemente las competencias de los órganos del Estado, para muchos la ley es respetable sólo cuando les acomoda, los fallos de los tribunales hacen justicia únicamente cuando son favorables a sus posiciones.

El incidente, anecdótico en lo particular, de un señor funando en un supermercado a otro cliente que cometía la infracción -y la imprudencia- de ir sin mascarilla, es la expresión ciudadana de lo mismo, no existe la noción de que el monopolio de la coerción es del Estado, que existen procedimientos para su aplicación. El agresor se justifica: “las formas no fueron adecuadas, pero sí el fondo”. Aunque trabaje en las Naciones Unidas prefiere funar a denunciar, ¿percibirá la contradicción?

En fin, el mismo Vaclav Havel decía “no es verdad que el hombre de principios no sea adecuado para la política”. Ojalá nos preocupemos de demostrar que tenía razón en ello.

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