
Lo político y lo social

Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
No son lo mismo, apuntan a cuestiones muy distintas, hemos estado insistiendo en columnas pasadas este punto. La realidad con toda su crudeza se encarga, además, de confirmarlo.
Nuestras miradas políticas sobre la realidad deben ser negociadas cuantas veces sea posible, mejor, hasta llegar a acuerdos y seguir conviviendo. Lo social no presume lo mismo. Tratándose de estados de suma necesidad, lo que se pretende es conmover, angustiar o escandalizar, nada que a su vez se esté dispuesto después a ser pactado. Las convicciones sociales, por su parte, suponen creencias, cruzadas intransigentes, casi religiosas. Es más, lo social siempre emplaza; viene a decir: “mire usted, tarde o temprano, se le juzgará, de modo que comprométase o tendrá que justificarse”. Quienes insisten en determinadas causas sociales suelen apelar a la mala conciencia y cargan las tintas. Con cuánto bluf, es difícil generalizar, pero no hay que ser ingenuo, cada vez que se denuncia, se apuesta y fuerte, como en el póker. Plantearse de esta manera puede volver tramposo el juego, lo que no impide que sigan en ello.
La muerte del malabarista es un ejemplo, aunque lamentable, de lo que sucede de extralimitarse las llamadas “causales sociales”. En vez de dejar que se ponderaran las complejidades del caso conforme los procedimientos instituidos y leyes correspondientes, entraron a operar de inmediato denostaciones como lo del ACAB instalado hace rato en la conciencia colectiva (no solo en muros), o la convicción de que en un caso así no puede no haber prejuicio, discriminación y violencia; tal la víctima, tal su supuesto verdugo. Ante diagnósticos patológicos de ese tipo, ¿cabe duda alguna de que la realidad no se la construye y escenifica? A su vez que, también de inmediato, desde el mismo mundo político, se hinchara por la sanación pirómana en desmedro de cualquier otra solución (“En Chile la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no lo quememos todo?”), es como para darse por notificado: en Chile no cabe sino ajusticiar, da lo mismo el derecho; olvídese en intentar autodefenderse, ni eso se lo concederán; si de antemano lo llegan a sindicar de asesino, téngalo por seguro, no dejará nunca de serlo, ni hasta el último segundo del último disparo que por casualidad gaste.
Útil de todas formas lo dicho por Catalina Pérez, diputada y presidenta de RD. Constata que agitadores (pensemos en Trump, en ella también) los hay, in pectore y descarados. Se van de lengua, hacen notorio lo que piensan, y dejan atónito a más de alguien. Señal que algo de política y cordura siguen intactos. Cuesta imaginarse algo más irresponsable que defensores de lo social estén convencidos de que el cuerpo social está enfermo y debe rebelarse de manera salvaje para salvarse. Además, ella es abogada. ¡De antología!
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