Los anti



Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

¿Hasta qué punto la victoria de Gabriel Boric -en las primarias de Apruebo Dignidad- se debió al anticomunismo que portaba Daniel Jadue? Esta pregunta -que parece perdida en el anecdotario del pasado irrelevante- reclama importancia porque podría evidenciar que, ante determinadas disyuntivas, las animadversiones asociadas a algunos candidatos influyen más en los resultados que los correspondientes atractivos. Con nueve postores a ocupar La Moneda, vale la pena preguntarnos si alguno de ellos tendrá que lidiar con el obstáculo de una identidad negativa que pueda activarse en su contra.

Daniel Jadue y Joaquín Lavín, favoritos en el primer tramo de la competencia, eran portadores de los anticuerpos más macizos en sus campos políticos. Nadie como un comunista o un integrante de la UDI para despertar rechazos históricos, pero tan resilientes que cobraron actualidad incluso en una consulta electoral caracterizada por la tradicional participación de los seguidores (de las “maquinarias”). Odios tan duraderos que lograron también movilizar -aparentemente- a sus respectivos “antis”, al punto de romper con los pronósticos electorales -desde los más espontáneos hasta los más educados.

La salida de la competencia de estos icónicos representantes de la partidocracia tradicional no significa que las identidades partidarias negativas salgan de la ecuación de la predicción electoral. ¿Cuánto de anticomunismo heredará Boric? ¿Cuánto de antipiñerismo proyectará Sichel? Son preguntas no menores que iremos respondiendo en la campaña, pero para nada absurdas si se recuerda, por ejemplo, como la etiqueta de “Chilezuela” melló la favorabilidad de Alejandro Guillier en los comicios pasados.

Las identidades negativas no solo marcan la posibilidad de éxito electoral definitivo sino también el potencial de crecimiento de los presidenciables. La candidatura de José Antonio Kast, por ejemplo, podría tener un techo bajo -aunque no insignificante- porque al apelar a un nicho conservador del electorado también despierta los rechazos de una mayoría que prefiere aplacar cualquier extremo. (Obviamente no todos los techos electorales se deben a animadversiones en contra: algunas candidaturas presidenciales son indiferentes del todo para la ciudadanía, no despiertan ni afectos ni rechazos).

Pero quizás el “anti” más potente en el Chile actual, en términos políticos, es el anti establishment que reposa en el ciudadano en el que se intersectan las más diversas repulsiones a la clase política. Ese descontento politizado -no el indiferente, sino el activo políticamente- es el que tendrá mayor capacidad de decisión en este mar de simpatizantes de baja intensidad. La pasión política -hoy en el país- habita en quienes rechazan todas y cada una de las ofertas del establishment. Así, para este elector esquivo quedan finalmente dos opciones: encontrar la opción de un “mal menor” o, sencillamente, abstenerse. Ambos caminos, lamentablemente, solo endurecen la crisis de representación que, ya a estas alturas, se vuelve endémica.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.