Opinión

Los capucha

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Poco a poco se han ido transformando en los protagonistas. Sin rostro, sin líderes, sin un discurso explícito, sabemos poco de ellos. Al verlos, en las infinitas imágenes de las redes sociales, se aprecia que son jóvenes, mayoritariamente hombres, ágiles, semejantes entre sí, evocando un informal ejército encapuchado. Con aterradora eficiencia copan, incendian y destruyen frenéticamente las "zona cero" de Plaza Italia, Antofagasta o Concepción. Nadie sabe bien quiénes son, o cuántos, o qué los mueve. Son la actual manifestación de la violencia como modo de presión social (no siempre fue así).

El miedo, la incertidumbre, las redes sociales, esa antigua necesidad de personificar amenazas, ha ido creando un personaje colectivo; la "primera línea" ha pasado a convertirse en un actor en la actual dinámica, Fuenteovejuna criollo. Un ser imaginario que algunos perciben como un delincuente vandálico, mientras otros insisten en otorgarle aires de héroe, incluso invitarlo para ser aplaudido en el Congreso.

El caso es que este personaje, vándalo o héroe, ha logrado trastornar el orden público, poner en jaque el estado de derecho, literalmente tomarse zonas completas de ciudades y, ante todo, ha mostrado una capacidad de destrucción devastadora.

Los esfuerzos por conocer a este nuevo personaje son todavía precarios. Magdalena Claude (Ciper) y Alfredo Joignant (Nuevo Poder) proponen descripciones basadas en datos exploratorios. Aparecen unos individuos diversos, desideologizados, sin organización, diferenciados por funciones (peñasqueros, escuderos, antigases), con poco contacto entre ellos salvo pequeños grupos (clanes). Ellos mismos se denominan "los capucha". No comparten una doctrina, sino una vaga sensación de rabia. Nadie los representa en el mundo político; quienes lo han intentado, son rechazados con furia. Carabineros parece ser, para ellos, la personificación de lo que odian.

Sin embargo, la cantidad de hechos violentos viene bajando significativamente desde los máximos de octubre. Hoy (enero) se observa menos actores, concentrados en ciertos lugares, en horas y días específicos. Y la total falta de organización del movimiento, hace difícil imaginar cómo podría sostenerse en el tiempo.

El receso abre una ventana de oportunidad para gobierno y oposición. La tregua relativa es el momento para hacerse cargo de las demandas sociales, de esas reformas pendientes que cambiarán para mejor la vida de muchos, pero que aparecen insoportablemente empantanadas. Es la opción civilizada para reparar el malestar. La opinión pública nítidamente apoya los acuerdos (CEP). Gobierno y oposición tienen el deber de representar políticamente las demandas sociales; pero si por la incapacidad de acuerdo retorna la violencia, si el poder se aloja en los capucha, será el fracaso de la política y probablemente de la democracia.

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