
Memoria y pensamiento crítico
Por Patricio Domínguez, profesor de Filosofía, Universidad de los Andes
En el libro V de la Eneida de Virgilio se nos narra cómo después de dejar Cartago, Eneas y sus hombres zarpan hacia Italia y los sorprende una espantosa tormenta. Palinuro, el capitán de la nave, propone torcer el curso y dirigirse a Sicilia. Mas, ¿cómo hacerlo? ¿cómo guiarse? Palinuro responde así: “espero poder calcular los cursos de los astros que guardo todavía en mi memoria”. Palinuro conserva en la memoria el mapa completo del cielo, y gracias a ella, Eneas y sus hombres logran llegar a puerto. Pasajes como este nos hacen sonrojar: ¿cuántos de nosotros podríamos ubicarnos en el cielo sin ningún otro apoyo que la propia memoria? Cambiemos “cielo” por cualquier otra materia (historia, literatura, ciencia natural o arte) y el resultado tenderá a ser el mismo. Estamos tan acostumbrados a tener la información disponible a un “clic”, que en nuestra vida mental hemos terminado de relegar a la memoria al sótano de los trastos obsoletos.
Entre algunos pedagogos, el dar por muerta a la memoria se ha convertido en un lugar común. Se dice que hoy, con la información enteramente disponible en Internet, ya no es necesario gastar tiempo y energía en memorizar “datos”, y que los esfuerzos deberían orientarse hacia el “pensamiento crítico” (un tipo de pensamiento por lo general opuesto al mero “repetir de memoria”). Se suele acompañar este lapidario diagnóstico con la observación de que la ciencia cambia día a día, y que lo que se enseña hoy no será válido mañana. La educación de Palinuro habría quedado obsoleta por la aparición de Internet. El Palinuro del siglo XXI mira las coordenadas estelares en Google y gracias a su “pensamiento crítico” puede encontrar el rumbo a Sicilia.
No deja de ser paradójico que este tipo de diagnósticos que pregonan el “pensamiento crítico” sean tan acríticos de sus propios supuestos. En primer lugar, olvidan que la oposición entre “memoria” y “soporte externo” en la formación científica es tan vieja como la escritura misma, y que ya Platón había investigado filosóficamente las ventajas y al mismo tiempo los riesgos de la transición desde una cultura de la oralidad (y, por lo tanto, de la memoria) a una cultura de la escritura. Decir que hoy nos encontramos ante una “nueva era de la información” y que deberíamos por lo tanto innovar pedagógicamente, es, por lo tanto, un cliché vacío producido por la falta de memoria.
En segundo lugar, el menosprecio de la memoria y su oposición al “pensamiento crítico” suele venir de una concepción bastante acrítica de memoria. Se cree que la memoria es una suerte de facultad mecánica de repetir contenidos. Quienes así piensan olvidan que la mente humana difiere cualitativamente de un computador. Un computador puede almacenar toneladas de datos, pero no es capaz de ningún acto reflexivo sobre aquellos. Dicho de otra manera: Google guarda miles de datos históricos, pero es incapaz de producir siquiera una sola reflexión histórica. Esto no se debe a que Google tenga memoria pero no pensamiento, sino a que su propia memoria, al no ser reflexiva, ni siquiera es memoria en el sentido humano. Memorizar en sentido humano implica siempre un acto de comprensión.
En tercer lugar, quienes defienden el “pensamiento crítico” como algo opuesto a la memoria, parecen no advertir que el pensamiento es un acto intencional, es decir, es un acto referido siempre a algo. No pensamos en el vacío. Para proponer une teoría científica sobre lo que sea, es necesario que la conciencia tenga ante sí la totalidad viva de información. Y esta conciencia viva de información no puede darla el soporte externo (sea un papiro o una página de Wikipedia), sino que debe venir de una facultad reflexiva. Las obras científicas, literarias y filosóficas pioneras en la historia de occidente han sido producidas por mentes que han memorizado y rumiado por largo tiempo vastos campos del saber. Sin haber memorizado y masticado por años a los clásicos latinos, Dante no puede escribir su Comedia.
En cuarto y último lugar, vale la pena detenerse en los efectos prácticos de una pedagogía construida desde el olvido de la memoria y el énfasis unilateral en la “comprensión” o el “pensamiento crítico”. Cada año son más los alumnos universitarios que no disponen de la información mínima para situarse en el mundo. Les hemos dicho que la información está en Google y que lo importante es ponerse a pensar. Pero ¿pensar sobre qué? Si no podemos enunciar en orden ciertos teoremas geométricos, ni conocemos los versos de los poetas que queremos analizar, nuestros intentos de “pensamiento” o “comprensión” van a ser nulos. Paradójicamente, por intentar educar estudiantes con sentido crítico hemos terminado por crear un estudiante desorientado y crédulo. Quizá no sea demasiado tarde para reivindicar críticamente a la memoria.
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