Misógino pasivo



SEÑOR DIRECTOR:

La columna de Paula Escobar publicada el domingo pasado (¿Es usted un misógino pasivo?) pone de relieve un fenómeno que ha estado presente en nuestra sociedad durante mucho tiempo: la pasividad en la perpetuación de actitudes misóginas.

La autora destaca cómo la falta de acción y la indiferencia ante las actitudes machistas contribuyen a mantener y normalizar la discriminación de género. En este sentido, es interesante reflexionar sobre la relación entre este fenómeno y la teoría sobre la “banalidad del mal” de Hannah Arendt, la que sostiene que el mal no se origina en personas malvadas, sino que puede manifestarse en comportamientos aparentemente normales y cotidianos. En otras palabras, se refiere a la idea de que el mal puede surgir de la complacencia, la indiferencia o la falta de reflexión crítica sobre nuestras acciones y las consecuencias que estas tienen. En este sentido, la figura del misógino pasivo podría ajustarse a la señalada teoría de la banalidad del mal.

La pasividad ante la discriminación de género no solo contribuye a mantener las estructuras patriarcales, sino que también puede ser vista como una forma de complicidad. Al no tomar una postura clara y activa en contra de las actitudes machistas, estamos contribuyendo a la normalización del sexismo y a la perpetuación de una cultura que fomenta la violencia y la opresión hacia las mujeres. Es importante destacar que la figura del misógino pasivo no se limita únicamente a los hombres: la lucha contra el machismo debe ser una tarea de toda la sociedad. No podemos permitir que la pasividad y la complacencia nos conviertan en cómplices.

Mahia Saracostti

Directora Cátedra Unesco Niñez y Juventud, Educación y Sociedad

Iván Suazo

Vicerrector de Investigación y Doctorados de la Universidad Autónoma de Chile

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