Nueva normalidad incierta

01 Abril 2020 Gente con mascarillas por precaucion de Coronavirus, espera para tramitar su seguro de cesantia en la AFC de calle Miraflores. Foto : Andres Perez


Ha pasado más de un mes desde que se decretaran las primeras medidas sanitarias y un estado de excepción constitucional en el país, la suspensión de actividades escolares y académicas, y desde que miles de personas se encuentran teletrabajando. En los últimos días nos hemos ido enterando, además, de las crecientes cifras de contagios y fallecidos producto de la pandemia del coronavirus y ya empezamos a ver los primeros efectos sociales de esta crisis. Unas 300 mil personas han sido despedidas solo en el mes de marzo (100 mil más que el mismo mes del año anterior) y 56 mil empresas se han registrado en la ley de protección al empleo. No hay que engañarse, el escenario no es alentador y tenemos plena conciencia que apenas nos asomamos a un invierno que será difícil sin que en Chile ni en el mundo haya aún algún horizonte para terminar con esta pandemia. No sin razón el primer mandatario ha señalado “tendremos que acostumbrarnos a una nueva normalidad”.

Pero ¿hacia dónde nos conduce esta nueva normalidad?, creo que justamente ahí está el drama, porque navegamos en la incertidumbre. Es incluso una incógnita si será posible en algún momento retrotraernos a la situación previa a la pandemia. Ya muchos intelectuales y filósofos del mundo han llenado páginas de medios intentando imaginar los aprendizajes para el mundo que está por venir, mientras que los científicos han vaticinado que esta situación se prolongará hasta el 2024 y que el distanciamiento social llegará hasta el 2022, mientras el mundo espera ansioso la llegada de una vacuna que empiece a salvar vidas.

Y pese a que es difícil imaginar la vuelta a la normalidad, es imperioso pensar que en la sociedad chilena sobrevenía, antes de la crisis sanitaria, una crisis social relevante, que de suyo era una situación excepcional y que ha mostrado su crudeza por estos días (precariedad del empleo, colas en las AFC, estudiantes que no tienen conexión en sus casas para poder seguir el año escolar, hacinamiento, violencia de género y la lista es larga), que dejan de manifiesto la necesidad de reformar tanto el Estado como el modelo de protección social y de desarrollo del que algunos hablaban con orgullo - me incluyo-, pero donde muchos eran claramente excluidos. Pedirle a parte importante de la sociedad chilena que se acostumbre a la nueva normalidad, es también pedirle cierta resignación a situaciones que ya eran precarias antes de esta crisis y que ante la desidia del mundo político, nos llevaron al estallido social. Acá no se trata de levantar consignas de izquierda o de derecha, es constatar que es posible que errores no forzados de un mundo político que estaba desprestigiado, puede incubar una situación política de malestar que sea el inicio de un segundo estallido una vez que la emergencia sanitaria pase, porque todo parece indicar que los efectos socioeconómicos serán devastadores.

Lo anterior requiere mucha gestualidad, empatía, humildad y compromiso de la acción gubernamental y del mundo político. La cacofonía de voces, a ratos tratando de sacar ventajas de corto plazo, intentando instalar sus propias agendas, puede ser el punto de partida de un camino sin retorno. Está muy bien que la autoridad sea permanentemente requerida a rendir cuentas por las cifras y las políticas que implementa y, más que sentirse interpelada, debe enmendar el rumbo e invitar a otros en la búsqueda de soluciones que deben comprometer a todos, pero sin estridencia ni puestas en escena que confunden, porque momentos como los que vivimos requieren redoblar los esfuerzos en la sobriedad republicana que implica enfrentar una crisis que marcará a varias generaciones. Ganar confianza y legitimidad será clave para enfrentar los tiempos turbulentos que se aproximan.

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