Parientes lejanos
Los parientes lejanos constituyen en sí una experiencia un tanto bizarra.
Desde que era niño mi abuelo materno nos explicaba cuál era nuestro parentesco con las personas más curiosas.
—Ese el padre de mi abuelo, o sea, tu chozno.
No solamente nos daba a conocer vínculos con personas de renombre, sino con parientes que nadie en su sano prejuicio quisiera obtener, porque desconocer esos lazos era propio de gente arribista, que se acuerda de parientes ricos o famosos, ninguno pobre ni N.N.
Y, a veces, me sorprendí informándole a uno de esos lejanos que éramos parientes y la mala cara que recibí en lugar de respuesta, me hizo pensar que en esa relación el pordiosero tenía que ser yo.
Luego, leí que según Víctor Hugo la nobleza francesa llamaba parientes hasta a personas relacionadas en el decimoquinto grado. Pero que en Chile los hijos de primos son ya extraterrestres.
Hay quienes creen que los parentescos es un murmullo de apellidos cuando, en conformidad al estricto rigor genético, estos son solo ruidos casi nominales.
Últimamente, gracias a mis problemas visuales, he tratado a parientes lejanos que padecen la misma anomalía. Como es un gen que transmiten las madres y desarrollan los hijos varones, quienes, a su vez, se los entregan a sus hijas, los apellidos, que son aglomeraciones de varonías, son siempre la última carátula del gen. Por eso, solo coinciden remotamente, como si hubiera que trepar demasiado alto en el verde naranjo genealógico para arrancar la naranja.
El recientemente fallecido historiador y actor Julio Retamal —al que Chile, por supuesto, negó su merecido Premio Nacional— hizo un encomiable favor a nuestra República al revisar uno por uno todos los árboles chilenos y concluyó que formaban parte de un mismo huerto o hasta que poseían un tronco común, lo que vino a confirmar la intuición de algunas tías democráticas o simplemente perezosas que repetían; al final todos somos parientes.
Pero cuando la internet encuentra un individuo idéntico al otro lado del mundo, uno se pregunta si acaso los parientes no son otra cosa que las miles de ediciones intermedias que separan dos igualdades a través de un espectro de similitud.
Además, los parentescos ya no en sentido horizontal, sino vertical, sugieren algo inquietante.
Tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 trastatarabuelos, 64 bitatarabuelos, 128 pentabuelos… Descontados los casos de endogamia, que a veces los hace coincidir en una misma persona, la cifra sigue duplicándose hasta que, precisamente esa endogamia, comienza a explicar que haya muchos títulos para pocos titulares.
Es en ese viejo momento del viaje de las luces en el cosmos, que tantos de ellos quedan reducidos al Adán cromosómico y la Eva mitocondrial, que según algunos estudiosos nunca pudieron haberse dado la mano, al igual que esos matrimonios de sabios que si funcionan es a distancia.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
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