Por una democracia precavida
Cada cuatro años participamos en la fiesta de la democracia. De entre un set de ideas diversas, elegimos aquellas que reflejan mejor nuestras convicciones y expectativas. Cual consumidores “vitrineamos” y votamos por la propuesta que más nos convence, o que menos nos disgusta. Mientras para algunos el voto es un trago amargo, que solo se ingiere obligado, para otros es una bebida embriagante, compuesta de diversos y contradictorios ingredientes: esperanza, desconfianza, temor, optimismo, autoritarismo o solidaridad, conspiracionismo o esoterismo.
Gracias al intensivo uso del marketing, en la actualidad, las ofertas electorales son confeccionadas como trajes a la medida, para públicos objetivos, extremadamente bien perfilados. Esas ofertas están hechas para el consumo masivo, inmediato, a ratos desechable. No están creadas para un ciudadano ideal sino para un ciudadano de carne y hueso, con luces y sombras. Y como las ofertas del Cyber Day, a menudo, son muy seductoras, difíciles de resistir.
Las ofertas electorales más seductoras son las que confirman nuestras creencias. Refugiarnos en nuestras creencias es cómodo, tentador, hasta adictivo. Escuchar nuestro pensamiento reverberando en el espacio público, gracias a la convincente palabra de un/a candidato/a –sobre todo, si interviene el carisma– puede ser una experiencia altamente afrodisiaca. Poco importa si esas creencias son o no fundadas (v.gr. la inseguridad está asociada a la migración), o si las promesas basadas en ellas son o no viables, (v.gr. los migrantes deportados costearán sus propios pasajes de retorno). Como en las transacciones de comercio online, podemos aceptar una oferta electoral de manera impulsiva. Aun a sabiendas de que la ilusión durará poco, podemos hipotecar lo que tenemos, y comprar lo que no necesitamos, inclusive si es algo perjudicial.
Ilusionarse en un mundo donde las esperanzas escasean y las necesidades abundan está lejos de ser un pecado. Antes bien, es algo muy humano. Ser crédulo o muy desconfiado, tampoco es, en sí mismo, un defecto. Depende del contexto. Pero, hay predisposiciones y combinaciones muy volátiles y peligrosas. Algunas de ellas fomentan formas de democracia iliberal que socavan instituciones y derechos. Por ejemplo, juntar a un electorado muy crédulo (o, al contrario, nihilista) con candidatos populistas es como juntar “al roto con el descosido”. Mezclar presidencialismo con populismo y autoritarismo es también una combinación explosiva.
Precaución y sentido crítico por parte del electorado son condiciones esenciales para que la mejor versión de la democracia prospere. Una democracia debe garantizar no solo los derechos de libertad sino también los derechos sociales, los derechos de los trabajadores o los derechos de las minorías. Solo así una ella se comporta, parafraseando a Ferrajoli, como la ley del más débil, es decir, como una real alternativa a la ley del más fuerte, la cual prevalecería en su ausencia.
Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público Universidad Austral de Chile
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