Prohibido pensar

Ilustración: Alfredo Cáceres.


Cuando una mujer tiene virtudes viriles, hay que huir de ella; si no las tiene, ella misma huye”.  “En otro tiempo, el espíritu era Dios; luego se hizo hombre y ahora se ha hecho hasta plebe”. “Tener fe significa no querer saber la verdad”. “Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: el que siente de otro modo va de buena gana al manicomio.” “Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se debe ayudarlos a perecer”.

Resulta imposible imaginar a un académico hoy, en el siglo XXI, diciendo estas frases en sus clases. Menor probabilidad aún hay que se las publique alguna editorial o medio de comunicación. Si alguien osara decir la décima parte de lo aquí expresado sería expulsado de su casa de estudio, funado por las redes sociales, un paria nacional y exiliado a la isla del silencio. Las citas de más arriba son nada más y nada menos que de Friedrich Nietzsche, uno de los pensadores más importantes del siglo XIX. Es decir, dos siglos después, Nietzsche no tendría lugar en la academia nacional producto de la mediocridad imperante. La Universidad, el lugar por excelencia para la libertad de pensamiento, se ha convertido en una jaula y lo más insólito es que sus celadores son los propios estudiantes, la generación más mojigata y fundamentalista de la cual tenga memoria.

Pero no solo hemos perdido ese espacio privilegiado para la exploración del alma, sino que incluso en la esfera pública se ha instalado la dictadura de lo políticamente correcto. Quien ose tan solo cuestionar o incluso reflexionar sobre las máximas hoy en boga es tratado de traidor, misógino, machista, hetero patriarcal, neoliberal y otra sarta de epítetos que solo tienen por función cancelar el debate, imponiendo verdades a punta de violencia y no por la fuerza de los argumentos. Pensar, solo pensar, se ha vuelto una actividad subversiva. El sometimiento al pensamiento de masas que hoy predomina no es otra cosa que la dictadura de la flojera, de la estupidez.

¡Y precisamente en este ambiente estamos escribiendo nuestra nueva Constitución, el marco que dicta las normas básicas de la vida en común! Traidores son los que no se pliegan al ideario de izquierda, ecologista, indigenista y feminista que prima hoy en la asamblea. ¿Tendrá la Constitución que tener todos los adjetivos que permitan la identificación de los distintos grupos que habitan nuestro país? ¿No será mejor una Constitución carente de adjetivos, que por su carácter universal abarque todos los grupos e incluya todas las diferencias? La vanidad de los convencionales expresada en esa superioridad moral que los caracteriza les hace creer que constituyen una unidad sagrada, la única que gozaría de legitimidad democrática. Miran con desconfianza al Congreso, pues solo ellos serían el poder originario, sin reconocer que su origen se debe nada menos que al propio Congreso. Pero resulta que los estándares de transparencia de nuestro Congreso Nacional son significativamente más altos que los de la Convención y el disentimiento entre los parlamentarios no se castiga con funas o amenazas, como ocurre en la Convención a vista y paciencia de todos.

Más de una de las frases de Nietzsche me repulsa, pero esa repulsión me interpela y me obliga a pensar y con ello a fortalecer mi propio punto de vista. Qué refrescante, estimulante, poder leer a pensadores provocadores en tiempos de la inquisición. La pelea por la libertad de pensamiento y expresión es la única que no podemos perder.

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