Proyecciones, temor y autoimagen

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Por Carlos J. García, académico Facultad de Economía y Negocios, U. Alberto Hurtado

Una de las tareas más complicadas que tienen los economistas es la de proyectar la trayectoria de la economía para los próximos meses y años. Es muy difícil entregar valores puntuales, porque uno se equivocará casi en forma segura por la enorme incertidumbre que caracteriza el futuro, que por definición en incierto. Basta con recordar las declaraciones del presidente Piñera de hace un año atrás en que él afirmaba que Chile era un paraíso social y económico. Sin duda que esas declaraciones fueron hechas con la mejor intención, pero también -una vez hechas- reflejan los riesgos de hacer proyecciones; bastaron un par de shocks para transformar el oasis en una isla en el medio de un huracán.

Pero no todo es incertidumbre, también influyen otros elementos en las proyecciones: el sesgo a ser positivos. Somos seres humanos que tendemos a olvidar los malos momentos y quedarnos solo con los buenos. Esto sucede con las personas cuando deben hacer proyecciones y también con las instituciones, en particular por el impacto de éstas sobre las expectativas económicas. En efecto, es muy difícil que, al inicio de una crisis, un banco central o un gobierno reconozcan un descalabro económico por las consecuencias que puede traer esto sobre las expectativas. También, es común que se hagan en forma reiterada proyecciones positivas sobre el futuro, cuando ya se está en medio de una crisis. Si bien es una afirmación obvia, el deseo de superar una crisis hace que se deseé superar en forma irreal la verdadera velocidad de recuperación. ¿No es mejor crecer el próximo año un 5% que un solo 2%? En el primer caso, casi borramos de un plumazo la crisis de este año, suponiendo una caída de -5,5% el 2020. Sin duda que la tentación a ser positivo, aunque equivocada, es grande.

Otro elemento que juega un papel importante en las proyecciones es la que destaca la antropóloga Martha Lincoln en la revista Nature de septiembre: una autoimagen de creerse únicos o excepcionales lleva a cometer errores. El artículo lo aplica al caso del Covid-19, citando los casos de los Estados Unidos, el Reino Unido, Brasil y Chile. Según este artículo, estos países actuaron menos aprensivamente, creyendo en sus capacidades sanitarias y económicas para enfrentar la peste. Sin embargo, esta autoimagen habría terminado complotando contra las políticas adecuadas, produciendo los resultados ya conocidos: en nuestro país seguimos teniendo varios miles de contagiados todos los días.

El concepto de autoimagen o sobrevaloración aplicado a las proyecciones funciona de manera similar. Por ejemplo, podemos creer que tendremos una mejor recuperación que el resto de Latinoamérica el 2021, porque somos diferentes, mejor organizados, más trabajadores, con reformas económicas y sociales correctas, menos corruptos, etc. Sin embargo, esta autoimagen no basta, principalmente porque adolecemos de muchas de las insuficiencias de otros países de la región. Peor aún, esta autoimagen agrava la situación, porque nos inmoviliza, obstaculizando los ajustes necesarios. ¿Para qué apoyar a las familias y empresas con más programas fiscales si la recuperación ya viene? Otros países lo necesitan, nosotros no, nuestra institucionalidad lo asegura, más bien volvamos a cuidar el gasto, la responsabilidad fiscal, el orden, la imagen de diferentes, de responsables, de alumno aplicado de Latinoamérica, etc.

Sin embargo -a pesar del sesgo positivo y la autoimagen-, todo parece indicar que será un difícil 2021. La situación en Europa después que las cuarentenas se relajaron y se está complejizando cada vez más. En Estados Unidos, la discusión por las medidas para seguir ayudando a la economía entre republicanos y demócratas está tomando un tono de vida o muerte. Cada vez que esta discusión se posterga o se da algún indicio que serán menor a las esperadas, las bolsas internacionales tiemblan, los precios de los activos se detienen, los bancos amenazan con contraer el crédito, y las sombras de una crisis financiera se asoman. Además, las alternativas para enfrentar la pandemia se han reducido: el experimento de Nueva Zelanda no parece ser factible y la de Suecia, con su costo humano, tampoco.

En definitiva, una recuperación entre 4% - 5% sin vacuna no es alcanzable, ni siquiera apelando a nuestra autoimagen sobrevalorada. Podemos hacerlo un poco mejor que el 2020, pero nada más. Estamos frágiles, con mucha deuda a cuesta, con vaivenes frecuentes en las cuarentenas en distintos lugares del país y, además, se adiciona la incertidumbre financiera mundial. En efecto, las bolsas internacionales suben mientras que la economía real se hunde, así si ocurre un traspié en estas bolsas se acabará la tenue recuperación mundial, incluida la nuestra.

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