Rabias a estatuas



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Más que el derribamiento de monumentos en EE.UU., Inglaterra, y Chile, recientemente, lo que lo deja pensando a uno es el tratamiento que hace del tema la prensa. Que el fenómeno responda solo a protestas, atribuidas a supuestos giros culturales, sociales o de época -ninguna otra explicación ofrecida sino esta vaguedad- no convence.

El querer terminar con imágenes o figuras simbólicas es, desde luego, un fenómeno antiguo (los llamados iconoclastas datan del siglo VIII). En tiempos actuales, sus expresiones son múltiples. Por un lado, tenemos todos esos casos aislados de individuos no en su sano juicio: el grafitero que escribe su nombre dañando geoglifos, como los de Nazca; ya antes, la mujer que acuchilla la Venus Rokeby de Velázquez, o el que martillara la Pietá de Miguel Ángel en Roma. Por el otro, quienes, operando en colectivo, responderían a motivos religiosos o ideológicos: vándalos durante la Revolución Francesa que profanaron las tumbas de los reyes en Saint-Denis; anteriormente, los que destruyeron tímpanos y vitrales de catedrales góticas durante la Reforma; y, en nuestros días, talibanes y yihadistas que arremeten en contra de encarnaciones emblemáticas: los Budas de Bâmiyân, las Torres Gemelas, y en Palmira.

Con todo, se trata de una misma psicología y morbo. De hecho, sigue habiendo gente convencida que atacar imágenes afecta no a lo que representan, sino a la persona retratada, como si estuviese viva, y a la cual habría que “rematar”. Es más, tras destruir símbolos, se erigen nuevas efigies y se las venera: “¡Abajo la Virgen, reyes y zares!/ ¡Viva la Diosa Razón, Marx-Engels-Lenin-Stalin!”. Hoy en día: “¡Abajo Colón, Pedro de Valdivia y Baquedano!/ ¡Viva el ‘Negro Matapacos’!”. Es decir, gente para nada iconoclasta, sino idólatra que se postra ante cuanto tótem y fetiche le es ofrecido para, con ello, convencerse que destruyendo se cambia la historia. Tal y cual. Uno lee la prensa norteamericana últimamente y se topa con disparates. Que se embodeguen o tumben estatuas de Robert E. Lee y Jefferson Davis significaría que, al fin, se estaría ganando la guerra contra los Estados Confederados. ¿A pesar del triunfo de la Unión en la Guerra de Secesión? ¿No importan los últimos 155 años?

Suele afirmarse que la razón por la cual se erigen estatuas es porque las masas son iletradas y pedagógicamente responden mejor a través de la vista y oído, vía propaganda que hace las veces de historia. Porque, lo que es la historia en serio, un poco más compleja, debe explicar por qué es tan absurdo levantar estatuas como derribarlas, además, respondiendo a un poder errático. Cuestión que a la prensa le cuesta entender y dilucidar. En el mejor de los casos, solo lo registra y se deja llevar por el espectáculo. Quienes derriban estatuas ¿aceptarían que se quemen libros?

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