Socialdemocracia en crisis existencial
La derrota de la candidata del Socialismo Democrático, Carolina Tohá, está lejos de ser un fenómeno aislado. Las socialdemocracias están en crisis en distintos lados del mundo, y luchan por no ser artefactos del pasado. La Socialdemocracia, como se sabe, acepta el capitalismo, pero uno regulado y reformado, combinado con un Estado de Bienestar que provea igualdad en lo básico: salud, educación, pensiones. También posee un compromiso irrenunciable con la democracia liberal y todas sus instituciones. Se desarrolló a plenitud después de la Segunda Guerra Mundial, pero ha sufrido sobresaltos y fracasos electorales en estos años del siglo XXI. Han sido derrotados tanto liderazgos tradicionales de la Socialdemocracia (ej: Francia, Alemania), como renovados (Sanna Marin en Finlandia, Jacinda Ardern en Nueva Zelandia). En Estados Unidos, Kamala Harris perdió estrepitosamente frente a Trump.
Esas derrotas se explican, pero solo en parte, por condiciones externas. Los partidos tradicionales -de centroderecha y centroizquierda- están en problemas en esta era polarizada. Para partir, hay factores demográficos: su electorado parece haber envejecido. Y cuando liderazgos populistas en el mundo devalúan o atacan los principios fundamentales de la democracia liberal -separación de poderes, respeto a la libertad de expresión y prensa, respeto al Estado de Derecho-, también son afectados quienes la apoyan sin titubear, que quedan sin libreto frente a la rabia y la fragmentación de las redes sociales. Mientras los populistas radicales hablan en lenguaje simple e iracundo, los socialdemócratas se refieren a conceptos que parecen etéreos y abstractos, con un modo de comunicar lejano. La economía de la atención y el régimen de visibilidad en que vivimos premia a quienes exageran, impugnan y enarbolan retóricas de afirmación de pertenencia al propio grupo versus el “exogrupo”: son ellos versus nosotros. La sobriedad, el matiz, la prudencia, no son emocionantes para la era TikTok.
Hasta aquí las dificultades externas que enfrenta la Socialdemocracia, pero también hay problemas internos. Está la deriva más identitaria y no universalista, como han afirmado algunos pensadores como Susan Neiman y Mark Lilla, que le habrían quitado conexión con las clases trabajadoras que usualmente representó. O la idea de algunos de que su propuesta se descafeinó con la “Tercera Vía” de Clinton y Blair, sobreadaptándose al libremercado.
No es solo eso: hay pulsiones de autodestrucción. Algunos que dicen estar preocupados porque la Socialdemocracia está agónica se ofrecen más bien a practicarle una eutanasia, no a intentar revitalizarla. La primera pregunta sería, entonces, si los socialdemócratas -en Chile y afuera- siguen o no creyendo en ella. Así como se critica en Chile que no defendieron su legado cuando fueron impugnados por el Frente Amplio, hoy día son varios los que ven este fracaso como terminal, planteando una asimilación rápida, esto es, abrazar la candidatura de Jeannette Jara sin condiciones políticas. Los problemas de supervivencia partidaria -cargos, elecciones, listas- tienden a fomentar eso, pero dar un debate de fondo es fundamental para que la Socialdemocracia no se autoelimine. Justamente para ser parte de una coalición de izquierda, debería reafirmar y renovar su ideario: una segunda renovación socialista, como ha planteado Carlos Ominami.
Ese proceso de revitalización debe incorporar temas de hoy, como la precariedad laboral de quienes trabajan en la economía informal, o en servicios en que son supuestamente “colaboradores” y no empleados. Hacer propuestas sobre la crisis de natalidad y el alto desempleo femenino: “Mamá trabaja” debiera ser la base de una propuesta socialdemócrata, como dice Gosta Esping Andersen. Debiera también repensarse la política migratoria, tema al que le hacen el quite, ya que es uno de los drivers del voto actual. Y porque la primera ministra socialdemócrata que se ha reelegido con más éxito en Europa es la de Dinamarca, Mette Frederiksen, que tiene una política migratoria mucho más dura y exigente.
También una renovación socialdemócrata debe revertir la identificación de la izquierda con la regulación más que con la construcción de obras (como plantean Klein y Thompson en Abundance). O ser más creativos para diseñar un Estado de Bienestar para el siglo XXI, usando las nuevas tecnologías y haciéndose cargo de estilos de vida distintos que en el siglo anterior (Hilary Cottam). En definitiva, la SD no puede ser solo un proyecto de redistribución, tiene que también ser uno de desarrollo (Adam Przeworski).
La Socialdemocracia debería reinventarse y revitalizarse, incluso corriendo el riesgo de perder algunas elecciones. Pero primero debe resolver, eso sí, si sigue creyendo en su ideario, más allá de la derrota.
Si hay una identidad que defender. Y no solo los muebles.
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