Opinión

El sorpresivo resultado de Bolsonaro en Brasil

Hace seis meses Jair Bolsonaro marcaba 15% de apoyo en los principales sondeos en Brasil. El domingo, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, obtuvo, sin embargo, un 46% de las preferencias, 17 puntos más que su más cercano competidor, el candidato del PT Fernando Haddad. Un resultado que lo deja con la primera opción para convertirse en el próximo presidente el balotaje previsto para el 28 de octubre, y que da cuenta del cambio más profundo del panorama político brasileño desde el retorno a la democracia en 1985.

El domingo no sólo el candidato del PSL sacó la primera mayoría, sumando cerca de 50 millones de votos, sino que su partido se convirtió en la segunda fuerza del Congreso, destronando a partidos tradicionales como la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) que tuvieron su peor desempeño histórico. Además, ganó en 17 de los 26 estados federados de Brasil -incluyendo el distrito federal de Brasilia-, y su hijo Eduardo se convirtió en el diputado más votado de la historia de ese país.

Se trata de un resultado sorpresivo y contundente que esconde el profundo descontento de un amplio sector de la sociedad brasileña con el desgastado sistema político de su país y con el legado del PT, que gobernó durante 15 de los últimos 20 años. Es un periodo que no solo culminó con la peor recesión de la historia de Brasil y más de 13 millones de brasileños desempleados, sino que además promovió una masiva red de corrupción con ramificaciones que incluso alcanzaron a gran parte de América Latina. Hoy, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva cumple una condena a 12 años y un mes por corrupción pasiva y lavado de dinero, y más de 70 legisladores han sido investigados por el llamado escándalo de Lava Jato -incluso el 52% de los candidatos vinculados al caso no logró la reelección el domingo. Todo ello alimentó un creciente hartazgo en la sociedad brasileña que fue capitalizado por Bolsonaro, quien se alzó como el candidato del anti-establishment, pese a sus más de 25 años de carrera política en el Congreso. Ni sus declaraciones homofóbicas, xenófobas y misóginas fueron capaces de contener su ascenso.

Un mayoritario porcentaje de los brasileños vieron en el discurso populista de Bolsonaro la respuesta no sólo a la herencia de corrupción y descalabro económico del PT -cuyo nivel de rechazo ni la izquierda brasileña ni la latinoamericana fueron capaces de medir en su real dimensión- sino también el camino para abordar con eficacia otra de las grandes plagas de la sociedad brasileña: los altos niveles de delincuencia. Sólo eso explica que obtuviera casi el 60% de apoyo en un estado tradicionalmente de izquierda como Río de Janeiro, agobiado por la criminalidad.

El candidato del PSL aparece, por lo tanto, como la reacción desesperada de una sociedad que está cansada de una clase política incapaz de abordar con eficacia los problemas que afligen al país y que, además, fue permisiva o directamente promovió esquemas de corrupción. Sin embargo, si Bolsonaro consolida su triunfo el 28 de octubre próximo -como todo parece presagiar- Brasil se enfrentará a una nueva pregunta: si la solución elegida para corregir los errores del pasado será o no peor que la enfermedad.

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