Susan Sontag: cultura con glamour

La cultura está llena de apellidos y clichés. En la polémica sobre el Museo de la Memoria han aparecido varios, como ése que afirma que la cultura es un territorio propio de la izquierda. Como lo dijo con gracia el poeta Raúl Zurita, "antes pasará un camello por el ojo de una aguja, que un UDI por la puerta de un museo".
Pero la cosa política es sólo uno de los motes de la cultura. También está el que debe representar un estilo de vida, una suerte de inteligencia superior, una seriedad que no admite frivolidad alguna. Así, las personas cultas pasan a ser una tribu que se indentifica no sólo por lo que leen o escuchan, sino también por lo que hablan, como se visten o piensan.
Nada más pretencioso que aquello. Al final, es apropiarse de algo por la forma más que por el fondo. Es transformar la cultura en una pose, un mero estilo que, en resumen, resulta ser tan frívolo como todo lo que se pretende renegar.
Por eso me gusta Susan Sontag. Porque nos recuerda que todo aquello es una tontera. Que no hay estilos ni recetas mágicas. Que, por el contrario, la esencia del intelectual es romper con los estereotipos. Que de eso se trata la cosa.
En el caso de Sontag, eso fue claro desde el comienzo, especialmente al cruzar dos líneas prohibidas del establishment de la época: abrir la cultura a lo popular y hacerlo con glamour, tanto que es considerada la primera "it girl" de la historia.
Irrumpe en Nueva York en los sesenta, hastiada del ambiente académico en Harvard. Sueña con ser escritora y, pese a que los 29 años publica su primera novela, entiende rápidamente que en el ambiente de rebelión social que se está viviendo, la gente prefiere leer ideas que historias. Así, vuelca su energía a escribir ensayos en revistas y diarios, algo que resulta clave en su carrera.
En el plano de las ideas, Sontag desafía a los intelectuales de la época al poner a la misma altura intelectual un cuadro de Jasper Johns, una película de Jean-Luc Godart y la música de los Beatles. "Si tuviera que elegir entre The Doors y Dostoievski, elegiría, por supuesto a Dostoievski. ¿Pero tengo que elegir?", era su máxima. Fue un escándalo para la elite conservadora de la época, pero tuvo gran influencia en las generaciones jóvenes de académicos y artistas.
Pero su cruzada también estuvo en el plano de las formas. Ella quiere ser una estrella. Para ello, para ser conocida, no duda en comenzar a escribir sus ensayos en revistas como Vogue, Harper´s, Life y Times Magazine, publicaciones que los intelectuales desechaban por frívolas. Pero Sontag sabía que esas revistas tenían la circulación que ella necesitaba para salir del nicho intelectual e impactar de verdad.
El efecto es inmediato, pero tiene su punto cúlmine en 1964 con la publicación de su ensayo "Notas sobre el Camp", donde hace un inventario de "artefactos" culturales que hay que considerar, los que incluyen desde las lámparas Tiffany, la ópera de Bellini, Gina Lollobrigida y la pintura de Warhol, entre otros. La guía se convirtió rápidamente en un manual de estilo de vida y la pregunta de si algo era camp o no era equivalente a decir si algo estaba in o out.
Así las cosas, y con sólo 31 años, la revista Times la nombra la intelectual joven más talentosa de Manhattan, lo que le permite también imponerse en la vida social de Nueva York con una presencia única. Tenía todos los atributos de una estrella. Parecía irradiar una mezcla irresistible de intelecto, modernidad, sexo y belleza a las que pocos podían resistir. Jasper Johns, Bobby Kennedy y Warren Beatty cayeron en sus encantos, aunque Sontag terminó emparejada con la fotógrafa Annie Leibovitz. Andy Warhol, deslumbrado, filmó siete screen test de ella, honor que tuvieron sólo personajes como Bod Dylan, Allen Ginsberg, Dennis Hooper, Edie Sedgwick y Lou Reed.
Todo este frenesí en torno a su figura fue resumido por el New York Times de la siguiente manera: "De pronto ahí estaba Susan Sontag. En lugar de ser anunciada, fue proclamada. Entró de la nada a la escena intelectual, recibida con algo similar a un desfile de carnaval".
¿Cómo encasillar a Susan Sontag? No es fácil. Inteligente, valiente, bonita, glamorosa, frívola de cierta manera -¡quiero ser Greta Garbo!, decía-. Eran demasiadas cosas a la vez. Por eso, ella deja no sólo sus ideas, sino también la certeza de que etiquetar la cultura en formas únicas es un error, una tontera de marca mayor.
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