Nuestros textos escolares: mirando más allá del papel

Centro de distribución de textos escolares 2018


Esta columna fue escrita junto a Paul Gertler Académico de la Universidad de California, Berkeley, Estados Unidos.

Como en cada marzo, con el comienzo del año escolar en Chile, se ha producido una interesante discusión pública sobre el costo y la pertinencia de los textos escolares existentes en el país. Así, se argumenta tanto respecto del alto costo de estos (incluso en comparación internacional) como de su extensión y contenidos. Sin embargo, esta discusión no considera una pregunta previa: ¿necesitamos textos escolares impresos en papel?

Esto cobra especial relevancia cuando se observa que los sistemas educativos están cambiando rápidamente hacia una mayor digitalización. Como Andreas Schleicher, de la OCDE, se preguntó en 2015: "¿Por qué deberían limitarse los estudiantes a un libro de texto que fue impreso hace dos años, y que quizá fue diseñado hace diez, cuando podrían tener acceso al mejor libro de texto y al más actualizado [digitalmente]?" Sin embargo, es verdad también que moverse a libros digitales (en un computador u otro dispositivo digital) puede tener consecuencias negativas: quizás es más posible desconcentrarse, quizás se aprende menos. Por lo demás, sabemos de mucha evidencia que la entrega de medios digitales a estudiantes escolares no aumenta sus aprendizajes y, de hecho, en no pocos casos los baja.

Así una pregunta posible es qué pasaría si cambiáramos los textos en papel por textos digitales. En un artículo publicado en el año 2017 nos hicimos exactamente esa pregunta en el contexto de un programa educativo en Honduras. Nuestro estudio es de los primeros que utilizan evidencia rigurosa en una muestra grande para contestarse esta pregunta. Los resultados muestran que las computadoras y los libros de texto tradicionales no arrojaban diferencias en el desempeño de los alumnos. En otras palabras, el cambio de los medios de presentación del contenido de lo impreso a lo digital no generó ninguna diferencia en el aprendizaje de los alumnos.

Sin embargo, la elección de libros en papel versus digitales plantea una disyuntiva adicional: por un lado, utilizar un libro digital adicional cuesta menos que uno en papel (porque no es necesario imprimirlo) pero por otro lado, esto implica proveer de dispositivos digitales a estudiantes y esto tiene un costo fijo alto. En términos de costos, en nuestro estudio, consideramos el hecho que las computadoras usadas en el programa pueden almacenar múltiples copias electrónicas de los libros de texto en sus discos duros junto con los costos de la asistencia técnica, Internet y el funcionamiento de las computadoras, además de la capacitación de docentes. Por otro lado, consideramos los costos de los libros de texto en papel que se sustituían por formatos digitales. Además consideramos los incrementos de los futuros ingresos laborales debido a un mayor alfabetismo digital de estudiantes que utilizaron computadoras. En este escenario, encontramos que a igual aprendizaje, reemplazar solo dos libros digitales era más caro que comprarlos en papel. Sin embargo, hasta la computadora portátil más básica puede almacenar mucho más que dos libros de texto en su disco duro. En el caso de este programa, el cambio del texto impreso al digital de tres libros más sería suficiente para que, en principio, el programa fuera costo efectivo.

Entonces, nuestros resultados fueron que los alumnos que utilizaron libros digitales no tuvieron peores resultados que los que utilizaron libros de texto, y que hay otros beneficios en juego. Por ejemplo, la flexibilidad de tener libros que se pueden ir actualizando on-line (sin necesidad de tener que imprimirse). Se requiere llevar adelante más estudios sobre otros beneficios potenciales (o sobre los efectos dañinos) del uso de libros digitales, pero esperamos que estas conclusiones sean un paso hacia adelante para contribuir a orientar las futuras políticas públicas en Chile.

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