Opinión

Tiempos imperiales

Trump-Putin summit in Helsinki (42436934)

El mundo que se había conformado después de la Segunda Guerra Mundial comenzó a hacerse irreconocible con el fin de la sociedad industrial y el comienzo de la sociedad de la información, en el último cuarto del siglo XX.

Primero cayó el llamado “campo socialista”, con la Unión Soviética a la cabeza, y surgieron voces optimistas que pensaron que el triunfo de Occidente en la Guerra Fría llevaría a un mundo más homogéneo y armónico, que algunos llamaron “Pax americana”. En ese mundo la democracia liberal sería un referente cada vez más universal.

Sin embargo, la cosa fue mucho más compleja y desdichada. Mientras más avanzaba la sociedad digital, la inteligencia artificial y la neurociencia, cada vez ellos iban menos de la mano con avances en la convivencia pacífica y la anhelada mayor armonía. La democracia y la convivencia pacífica comenzaron a hundirse en un atardecer donde sus contornos se hacían cada vez más difusos.

Ese Occidente que parecía tenerlo todo comenzó a fragmentarse. A perder impulso sus valores civilizatorios adquiridos duramente a través de muchos años con terribles experiencias como la de dos guerras mundiales. A debilitarse a tal punto que el referente democrático se empezó a extraviar en muchos países europeos y, lo más grave, los Estados Unidos, la potencia democrática principal, quedó en manos de un presidente que carece de convicciones democráticas.

En Rusia se perdió toda esperanza de evolución a una democracia verdadera. China se transformó en una potencia de primer orden económico tecnológico y militar; adoptó la economía de mercado, pero sin dejar de ser insólitamente una dictadura comunista. India también se transformó en una potencia que aspira a un lugar bajo el sol; su democracia, sin embargo, se ha debilitado y el autoritarismo y el fanatismo religioso han crecido.

En torno a estos enormes mamíferos geopolíticos hay también varias potencias medianas que en nombre de odios ancestrales llegan incluso a masacrar poblaciones civiles.

Ya no vivimos en un mundo en paz, donde se avanza hacia una acumulación civilizatoria, donde el respeto a las reglas impide la violencia, donde el peligro nuclear de autodestrucción desciende, donde los derechos humanos son respetados. Todo ello va tristemente a la baja.

No vivimos en un mundo donde exista un mínimo consenso que permita hablar de una comunidad internacional con instrumentos jurídicos respetados. Casi todo depende de la fuerza de los poderosos, sean ellos públicos o privados. El multilateralismo aparece impotente y débil. No vivimos en tiempos de un mundo pluralista que aspira a resolver sus incordios pacíficamente, vivimos en tiempos imperiales donde la fuerza es lo que cuenta.

Trump ha mostrado en su política interna y externa su completa ausencia de interés por las reglas democráticas, se mueve en una dimensión amigo/enemigo, entendiendo por enemigo a quien discrepe de sus ideas narcisistas, frívolas y cambiantes de lo que son sus intereses y los de su país. Hace solo lo que le conviene, sus principios son un misterio, se apoya en los derechos de la fuerza más que sobre la fuerza del derecho. No se reconoce en la tradición de valores propios de una democracia y naturalmente, menos aún, en su protección. En verdad, se siente más cómodo con los demás emperadores, ellos son sus pares. En su pensamiento “no hay lugar para los débiles”.

Putin es producto de uno de los servicios secretos más crueles de la historia, es un coronel-presidente astuto, hábil, resentido y corrupto. Solo tiene una idea fija: reconstruir el imperio de los zares con el espíritu de superpotencia soviética. No es el bienestar de su pueblo lo que le atormenta, es el dominio territorial; la política para él es el uso y abuso de la fuerza, abuso que considera legítimo porque su misión es sagrada. Al igual que Trump, miente como respira, la realidad debe siempre adecuarse a sus deseos.

Esas dos personalidades imperiales tienden a admirarse mutuamente y mantienen una relación de tierna simpatía, que la vida puede hacer cambiar. Por ahora saca siempre ventajas el más frío y el más frío es Putin.

Sin duda saca ventajas también Xi Jinping, con su sonrisa inescrutable y su silencio que no es neutro, pues ha apoyado a Rusia en su invasión a Ucrania, Él espera que el tiempo pase y Trump desaparezca con aranceles y todo. Total, los estadunidenses tienen esa rara idea de hacer elecciones.

¿Qué nos queda de esperanza a los demócratas venidos a menos?

En primer lugar, que la democracia en Estados Unidos resista. En segundo lugar, como señala Mario Draghi, el expresidente del gobierno de Italia, que “los europeos entiendan que hay un mundo que terminó y que muchas de sus características han sido borradas (…) la dimensión económica ya no basta, porque ella no lleva consigo poder geopolítico”.

Si Europa quiere defender los valores democráticos debe adaptarse al mundo actual y construir fuerza política conjunta, unidad de acción y capacidad de respuesta tecnológica. En otras palabras, se trata de resistir estos tiempos oscuros y poder superarlos, antes de que lleven a la humanidad al despeñadero.

Debemos ser realistas, América Latina tal como está no cuenta demasiado, y hay pocas esperanzas de que pueda hablar con una voz que sea audible en el futuro próximo.

En Chile deberemos valernos de mucho pragmatismo, dejar de lado fantasías maximalistas o regresivas. Somos un país mediano, de desarrollo medio o medio-alto, y de población más bien pequeña, que no atraviesa su mejor momento y que requiere de un mundo menos hostil para avanzar.

Se trata de cuidar lo que tenemos, hacer muchos esfuerzos para tener crecimiento, estabilidad económica y cohesión social, apegarnos a nuestros valores democráticos y a nuestros principios históricos en política internacional. Tratar de llevar buenas relaciones con todos los países y mantener bajos niveles de conflicto interno, porque ello puede terminar debilitándonos.

Solo así con prudencia, sabiduría y esfuerzo podremos avanzar en el pedregoso presente y estar en condiciones de avanzar más rápido cuando vengan tiempos mejores.

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