Opinión

¿Tregua o paz?

¿Tregua o paz?

Es posible que estemos en un momento decisivo de la guerra en Ucrania. La extensa cobertura de la reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin (en Alaska), y del encuentro de Trump con Volodymyr Zelensky y varios líderes europeos (en la Casa Blanca), nos dejó una pregunta simple en apariencia, pero de enorme trascendencia: ¿necesitamos una tregua para alcanzar la paz?

Europa lo tiene claro. El canciller alemán, Friedrich Merz, lo dijo sin rodeos: “No puedo imaginar que la próxima reunión se celebre sin un alto el fuego”. Para ellos, detener el combate y las muertes es una condición necesaria para sentarse a la mesa. Trump, en cambio, empuja otro camino: negociar la paz directamente, sin escalas intermedias.

La lógica europea parece de sentido común. Primero, porque es urgente detener las muertes ahora, y un acuerdo de paz tomaría tiempo. Segundo, porque una tregua permitiría alcanzar un mejor acuerdo de paz. Es cierto. ¿Cómo negociar mientras caen las bombas y mueren miles en el frente? ¿Cómo hacerlo cuando un día es uno el que avanza tras un ataque exitoso y al siguiente es el otro el que recupera terreno? Negociar bajo presión extrema rara vez conduce a soluciones duraderas y los vaivenes de la guerra tienden a generar desbalances de poder que hacen imposible una negociación seria. La tregua, en cambio, ofrece oxígeno, detiene la sangre y crea un mínimo terreno común para alcanzar acuerdos robustos y duraderos.

Sin embargo, esta vía no está exenta de trampas. En la práctica, una tregua fija líneas de armisticio que muchas veces terminan consolidándose en el mapa. Lo que nace como una medida provisional se convierte en frontera de facto. Chipre lo sabe desde 1964, y la península de Corea vive con esa herida abierta desde hace más de setenta años. Cuando la negociación fracasa, lo transitorio se congela y perpetúa una división que responde a un momento militar específico más que a una solución política.

Además, la tregua puede ser (mal)usada como herramienta estratégica. Quien se siente debilitado en un momento determinado puede ganar tiempo, rearmarse, reorganizar sus tropas y volver al ataque con más fuerza. La pausa, en lugar de acercar la paz, puede terminar prolongando la guerra bajo otra forma.

El dilema, entonces, es real.

En mi opinión, la tregua es un elemento importante en el camino hacia la paz. Sin embargo, es necesario tomar medidas para no caer en sus trampas. La más importante, probablemente, son las garantías de seguridad que hoy deben ofrecer EE.UU., Europa y Turquía. Esas garantías permitirán que cualquier negociación ocurra con los dos beligerantes sobre la mesa y en condiciones de relativa igualdad. Esas garantías también permitirán fijar un proceso de paz donde la tregua dé paso a la paz por la vía de un acuerdo que se sostenga en el tiempo y sea apoyado por la población. Así, quizás sea posible alcanzar una paz que no sea apenas el preludio de la próxima guerra.

Por Benjamín Salas, abogado, colaborador asociado de Horizontal

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