Un fondo solidario robusto para pensiones

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Por Paula Benavides, economista

Se nos acabó el tiempo. El debate de las próximas semanas será clave para cristalizar o no una reforma que permita avanzar hacia un sistema de pensiones con más dignidad y seguridad de los ingresos en la vejez. Uno más justo y con mayor legitimidad.

El nudo más difícil de desatar es la disyuntiva entre aumentar algo más las cuentas individuales con propiedad de los ahorros previsionales, por un lado, y la creación de un fondo colectivo robusto y con solidaridad, por el otro.

Hace poco, un dirigente sindical me señalaba que las personas sienten una profunda desafección con el sistema de pensiones. Esta perspectiva, me parece, refleja el punto de partida que hoy tenemos en el pilar contributivo: uno basado únicamente en cuentas individuales de ahorro, donde los riesgos recaen mayoritariamente en las personas. Y no, uno donde los riesgos se distribuyan socialmente. Cada recurso adicional que vaya a las cuentas individuales solo aumentará ese problema.

No es extraño entonces que se reclame la propiedad de esos fondos y que en determinadas circunstancias críticas se pida su retiro, como el 10% en Chile, o bastante más en Perú. En contraste, cuando las personas han gozado de buena salud durante un año, no piden la devolución de su cotización de 7% en Fonasa. La diferencia está en las características de seguridad social, aspecto que será fundamental para construir un mejor sistema de pensiones, del cual las personas se sientan parte.

¿Por qué entonces pasar a un esquema mixto con un fondo solidario robusto? Porque permite ganancias de eficiencia para lograr un mejor resultado en términos de monto y seguridad de las pensiones. Por ejemplo, entregando en forma más eficiente seguridad frente a riesgos como el de la rentabilidad de los mercados financieros, a través de reglas para definir los beneficios con arreglos inter e intrageneracionales, que agrupan a toda la población.

Se evita, además, el costo en rentabilidad de las inversiones excesivamente líquidas que requiere un esquema individual, con múltiples posibilidades de cambio.

Y se permite solidaridad entre generaciones, que hoy es urgente, así como intrageneracional desde altos a bajos ingresos y equidad de género.

¿Cómo debería ser ese fondo? Uno que financie aumentos relevantes en las actuales pensiones, por los que se ha esperado largamente, pero resguardando celosamente su sostenibilidad. Al ser parte de un pilar contributivo debería asegurar ingresos en la vejez reconociendo la historia previsional del trabajador, y no entregar meramente beneficios fijos. La solidaridad debe ir desde altos a bajos ingresos, y no al revés, como sucede con elevados requisitos de años cotizados.

El fondo necesita de una institucionalidad robusta, un diseño que resguarde incentivos a cotizar y parámetros que se actualicen a las tendencias demográficas y del mercado laboral. Este tipo de fondos no es una novedad, existen en muchos países desarrollados.

Avanzar en este nuevo componente, no significa renunciar a reformas significativas al actual sistema de capitalización individual. Es posible mayor eficiencia, menores márgenes y más participación social. La separación de la administración de cuentas respecto de la de fondos es una medida importante para hacer esa diferencia.

Los cambios en un sistema de pensiones no son inmediatos, lo importante es comenzar. Hay que integrar distintas visiones y solo el diálogo llevará a construir un consenso. Un sistema mixto con un fondo solidario robusto podría desentramparnos y apuntar a lo que las personas piden hoy: mejores pensiones y más seguridad.

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