Opinión

Un Portales inquietante

Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Es decir, un Portales que lo pone a uno intranquilo, sobre aviso, por lo que dice o cómo lo dice, tratándose de un trasfondo a menudo perturbador, siniestro incluso, como si nos hablara de cerca sobre algo ominoso todavía nuestro. Es lo que ofrece a modo de lectura de Portales, Adán Méndez, a partir de una selección de 260 cartas que ha elegido del epistolario del Ministro. Algunas completas, otras parciales, o solo fragmentos, que cubren dieciséis años de su vida, desde que enviuda tempranamente hasta la última, escrita obligado, camino a que lo asesinen (Cartas personales de Diego Portales. Estudio y antología).

El efecto es el de un autorretrato, aunque obviamente el ojo-oído finísimo del poeta y editor Adán Méndez, no menos su asombro, guían la lectura en esta antología. Su estudio preliminar (que vale leer primero para entender lo que sigue) lo presenta como un personaje contradictorio, escalofriante a la hora de dar órdenes, mordaz, voluntarioso, si bien el Ministro suele desconcertar. Otras facetas se encargan de desvirtuar cualquier imagen inicial unívoca suya. El Ministro exaspera, le quita piso a los que lo demonizan, cuestión que quienes se dejan llevar por libros de detractores vendidos en cunetas, harían bien en desechar.

Méndez alude a los principales debates en torno al personaje, pero no es lo que más le importa, sino el que sea un magnífico escritor. Lo cual permite que hable, no se le condene fácilmente, y sugiera la idea que su maestría literaria, lo más probable, hasta lo salve. Su profundidad humana, cualquiera sea su fama de terrible hombre de poder, se la quisieran sus difamadores. Imaginémonos a Portales sin estas cartas y compleja psicología al desnudo, y quizá la jauría se desistiría. Provocadora tesis la de Méndez: escribe bien y te perdonarán tus culpas. Leo por estos días a Bolívar y pasa lo mismo; claro que con políticos iletrados y masa analfabeta imperando, hoy en día cuesta creerlo. También el que los individuos sean más reales que las fuerzas impersonales. Nuestro mundo, a pesar de su paranoia, no ha caído en la cuenta que los sujetos colectivos movilizados son menos autónomos y espontáneos de lo que se cree; de ahí que la sociología y otras teorizaciones sean menos elocuentes que la historia más empática, no tan abstracta, centrada en personas.

Antes de adentrarme en Portales, cuando estudiaba la Independencia, comparé la escritura de la historia con el Gato de Cheshire y lo difícil que era restituir al gato a partir de lo único que queda: la mueca. Mi tutor, muy de vieja escuela, anotó al margen del último párrafo de mi tesis doctoral donde planteaba el asunto: “¿La mueca es de Portales?”. Fue entonces que comencé a leerlo en esa clave, y sigo en ello, gracias a esta nueva antología e inteligente estudio, de nuevo fascinado.

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