Opinión

Un regreso a clases desigual

Es preocupante que precisamente sea el sector público, que previo a la pandemia ya era el que exhibía los peores resultados, el que hoy siga quedándose atrás.

A dos semanas del inicio del año escolar, el Ministerio de Educación (Mineduc) contabilizó más de 3.000 colegios y 2.200 jardines infantiles que han abierto sus puertas a algún tipo de actividad presencial, ya sea manteniendo un formato híbrido, con jornadas alternadas o recibiendo a la totalidad de sus estudiantes de manera simultánea. Es un logro enorme que, tras un 2020 de mucha incertidumbre, temor y -por qué no decirlo- reticencias a ratos injustificadas, se haya podido avanzar en un paso que ha sido avalado por la experiencia internacional y por diversos organismos y especialistas tanto del área de la salud como de la educación. No se trata de desconocer los valiosos esfuerzos que se han hecho para mantener la educación a distancia, sino de aceptar que ésta solo funciona como complemento a la presencialidad en el aula.

Esta buena noticia, sin embargo, se ha visto opacada parcialmente por una desigualdad que no es nueva, pero que una vez más salta a la vista: la diferencia entre lo que ocurre con la educación pública y privada. Esto, debido a que en la primera apenas un 15% de las escuelas y liceos municipales y un 37% de los servicios locales de educación volvieron a las salas de clases, muy por debajo del 56% de los particulares subvencionados y 73% de los pagados. En ciertos casos, la baja tasa de apertura en el sector municipal responde a la decisión de alcaldes que parecieran no querer correr riesgos en época de campaña electoral, aunque es posible que también incida el temor y desconfianza que aún persiste entre las propias familias y comunidades. De igual forma, es posible que no ayude la actitud del presidente del Colegio de Profesores, quien se ha negado a concurrir a las aulas mientras no concluya el proceso de vacunación.

Es preocupante que precisamente sea el sector público, que previo a la pandemia ya era el que exhibía los peores resultados, el que hoy siga quedándose atrás. La educación es el principal medio a través del cual las sociedades luchan por nivelar las oportunidades desde la infancia, pero mientras las escuelas permanezcan cerradas, dicho potencial se verá limitado. Si bien el Mineduc ha dispuesto recursos e instrumentos para apoyar la apertura, cabe preguntarse si éstos estarán siendo aprovechados por las escuelas públicas o si la ya conocida burocracia podría estar jugando en contra de su correcta utilización. Dados los perjuicios que el cierre de escuelas produce en los niños -especialmente entre los más vulnerables-, es necesario hacer todo lo posible para asegurar que éstas puedan utilizar los recursos disponibles y así superar las barreras que pudieran estar incidiendo sobre la brecha antes señalada.

En cuanto al temor y reticencia al interior de ciertas comunidades, es de esperar que la misma experiencia de apertura de los centros educativos vaya contribuyendo además a despejar las dudas y retroalimentar la toma de decisiones, enriqueciendo los protocolos ya definidos. Un ejemplo de ello es la aplicación de éstos en al menos los 32 establecimientos donde se identificaron a miembros contagiados. Es importante tener claro que, así como en cualquier otro recinto o lugar público, las escuelas no estarán exentas de la ocurrencia de casos. Lo importante es que éstos sean identificados e informados oportunamente, que se aplique el aislamiento correspondiente y que se persevere en la premisa de que el cierre completo sea sólo una medida de última instancia. De igual forma, es clave cuidar el cumplimiento de las medidas de prevención; el distanciamiento, lavado de manos, la ventilación de los espacios y los planes que cada escuela ha diseñado para organizar la enseñanza de forma segura. Solo de esta forma será posible mantener la transmisión al interior de las escuelas por debajo de la transmisión a nivel poblacional y territorial.

Por último, no se debe perder de vista que el año escolar recién se está iniciando. La extensión de la presencialidad hacia las escuelas faltantes, especialmente en el sector público, así como la continuidad de aquellas que ya han abierto sus puertas, dependerá directamente de los esfuerzos que se realicen tanto al interior de éstas, como a nivel familiar y comunitario. Se trata de un proceso continuo, que pasará por momentos mejores y peores, pero en el que, tal como señala la abundante evidencia, es importante persistir si es que queremos reducir las desigualdades que con toda seguridad se incrementaron durante el último año.

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