Una Constitución que nos una



Por Javiera Parada, gestora cultural y activista por la nueva Constitución

Para muchos de los que llevamos años impulsando la nueva Constitución, este proceso ha sido un proceso largo, de aprendizaje, de mucha escucha, paciencia y persistencia.

Hace aproximadamente diez años, después de las grandes movilizaciones del 2011, comenzó a hacerse evidente para muchos de nosotros que para avanzar con las grandes transformaciones que la sociedad chilena demandaba era imprescindible cambiar la Constitución. Paralelamente a eso, también para algunos de nosotros se comenzó a hacer evidente que nuestra generación política necesitaba un nuevo pacto político que, haciéndose cargo de los dolores y fracturas de nuestra historia, fuera un pacto que nos permitiera mirar y construir un futuro juntos.

Es por eso que desde distintos ámbitos nos sumamos al trabajo que años antes habían iniciado activistas, académicos y dirigentes políticos, para masificar la demanda de la nueva Constitución y llevarla a cada rincón del país, a los medios de comunicación que durante años habían demonizado la opción de la asamblea constituyente y a espacios políticos donde persistentemente se nos dijo que “en Chile no había crisis” y que, entonces, para qué íbamos a cambiar la Constitución de manera participativa, democrática e institucional.

Como somos unos porfiados optimistas, trabajamos sin cesar: aprendimos de constitucionalismo y a cómo comunicar en simple, porque la Constitución sí importa en la vida de las personas; se sumaron creativos y artistas que aportaron colores, humor, música, videos; se sumaron ciudadanos de todo Chile a algo que había comenzado como una campaña y que terminó convertido en un hermoso movimiento social que llamó a marcar los votos con las siglas AC en aquella elección presidencial del 2013; académicos de todo Chile (algunos de ellos hoy están en la Convención Constitucional) dejaron las escuelas de derecho y salieron a hacer educación popular a las poblaciones y a los colegios; nos reunimos con casi todos los candidatos presidenciales y con casi todos los partidos políticos.

En ese proceso me di cuenta de que el mismo proceso nos ofrecía algo aún más importante y valioso, la posibilidad de encontrarnos que nos había sido arrebatada por nuestra historia, por el golpe y la dictadura, la posibilidad de sentarnos con los distintos, escucharnos, entender los diversos miedos y desconfianzas. Aprender que siempre hay algo de verdad en los otros, también en los adversarios.

El tiempo pasó y la política y el statu quo se resistieron al cambio hasta que la energía democrática se desbordó en las mayores movilizaciones que haya conocido nuestro país desde el retorno a la democracia. El pueblo movilizado empujó finalmente la posibilidad de la nueva Constitución.

En estos momentos cruciales para el éxito o el fracaso de la Convención Constitucional se hace imperioso recordar que fue la inclusión y la unidad la que nos trajo hasta aquí, no la exclusión ni la división. Nuestra generación política tiene la oportunidad, por primera vez en la historia, de construir en democracia, de manera participativa y paritaria, con la participación de los pueblos indígenas, la Constitución del siglo XXI; una Constitución que se haga cargo de la emergencia climática, de profundizar la democracia con más igualdad y libertad e instituciones eficientes para los nuevos tiempos y de los profundos cambios culturales que ha experimentado nuestra sociedad.

Para lograr esto, vuelve a ser requisito esencial no dejar a nadie fuera, que todas y todos nos podamos reconocer en la nueva Constitución, que la sintamos nuestra. La nueva Constitución no puede ni debe ser la Constitución de la revancha. Sabemos que las constituciones que han excluido a un sector político han terminado fracasando. Sucedió con la Constitución española del 31, con la Constitución argentina del 49 y con la Constitución chilena del 80. Es imprescindible que la nueva Constitución convoque a todos los sectores políticos, a la derecha, al centro y a la izquierda, también a los independientes y a quienes no van a votar. Las constituciones son pactos sociales y políticos, excluir a un sector -como ha ocurrido hasta ahora en la Convención Constitucional con la centroderecha y la derecha- no solo es un error desde el punto de vista democrático y de la convivencia, sino un enorme error político de cara al plebiscito de salida.

Aprendamos de los errores del pasado. No desperdiciemos esta enorme oportunidad por ceguera o egoísmo. Durante estos años he aprendido que no podemos cambiar la historia, pero sí podemos construir un futuro distinto, que sea producto del deseo común de vivir juntos.

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