Venezuela: ¿Abstenerse o participar?

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Bajo toda dictadura, los demócratas enfrentan el atroz dilema de si participar en elecciones que no tienen cómo ganar o abstenerse pero quedarse con menos espacios para actuar. La resistencia democrática venezolana enfrenta otra vez ese dilema ante las elecciones convocadas por la dictadura venezolana para el 20 de mayo y para las cuales están invalidados los principales líderes. Su experiencia en esto es abundante. Examinemos los antecedentes.

En 2005, la oposición rechazó participar en los comicios legislativos y la Asamblea Nacional pasó a ser unánimemente chavista. Pero ocurrieron dos cosas. Primero: la abstención, que bordeó el 75%, envió un claro mensaje de desafección. Segundo: en los cinco años siguientes, la oposición careció de espacios parlamentarios pero amplió su arraigo popular y consiguió estructurarse. Así nació el esfuerzo que desembocó en la Mesa de la Unidad Democrática. En 2010, cuando la MUD decidió participar en los comicios legislativos, su caudal electoral fue enorme; quedó apenas un punto porcentual detrás del chavismo, que controlaba casi todo.

El chavismo se las arregló para que la representación parlamentaria de la oposición fuera mucho menor que la suya (33 escaños menos) y se dedicó a dar palizas -hablo de las físicas- a sus adversarios o, como en el caso de María Corina Machado, expulsarlos de su escaño.

A pesar de ello, en 2015 la resistencia democrática decidió volver a participar en elecciones legislativas. Obtuvo una impresionante mayoría absoluta. Pero, otra vez, no sirvió de mucho. La dictadura anuló las elecciones en algunas regiones para restarle escaños a la oposición; luego, empleó al Tribunal Supremo de Justicia para invalidar cada una de sus acciones. Finalmente, en julio del año pasado Maduro hizo elegir una Asamblea Nacional Constituyente con poderes superiores a los del Parlamento.

Podríamos añadir, por supuesto, las elecciones presidenciales, en la que la oposición siempre ha participado sin poder superar los monumentales obstáculos del régimen. O las elecciones regionales de 2017, en las que un gobierno que tenía los comicios perdidos en casi todas las gobernaciones acabó haciéndose con 18 de un total de 23.

¿Cuál es la lección? Que no hay manera, mientras la dictadura siga en pie, de que una oposición que es abrumadoramente mayoritaria en Venezuela traduzca su superioridad en gobierno efectivo. No está clara la vía para alcanzar la democracia, pero una cosa sí lo está: carece de sentido participar en elecciones que son una astracanada, no un proceso serio.

Descartada la invasión externa y el golpe constitucionalista, sólo queda una flecha en el carcaj: la movilización constante, en coordinación con la comunidad internacional, de un "frente amplio" que articule a la oposición política con las instituciones civiles y sociales, hasta hacerle tan ingobernable el país a la dictadura que, con mucha suerte, se produzca una convocatoria electoral creíble. Sólo entonces tendrá sentido participar.

Parte de la oposición lo entiende: se alzan voces que ya hablan de un "frente amplio" nacional e internacional. La propia Mesa de la Unidad Democrática -cuyo diálogo con Maduro duró lo que tardó el dictador en anunciar unilateralmente las elecciones presidenciales para abril- puso, finalmente, condiciones firmes para participar en los comicios.

No faltan , por supuesto, los "disidentes", esos aliados objetivos de la dictadura que siempre se prestan a legitimar fraudes haciendo el papel de opositores simbólicos. Un ejemplo es Henri Falcón, que ha anunciado su candidatura contra la opinión expresa de la MUD.

Pero mientras los cuatro grandes partidos opositores y la inmensa mayoría de los pequeños se mantengan firmes, la farsa de las elecciones carecerá de toda utilidad. Mientras tanto, que siga avanzando el proyecto de "frente amplio" democrático, única arma que les queda a los demócratas.

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