Arquitecta de Chiloé, Macarena Almonacid: “El chilote se siente menos por no haber tenido educación formal, pero acá hay una fuente inagotable de conocimiento”




Cuando Macarena Almonacid (39) estaba en el liceo en Ancud, recibió una visita del entonces arquitecto y académico Hernán Montecinos, quien venía a dictar un programa educativo para los jóvenes sobre la importancia del rescate del patrimonio. Fue esa la primera vez que hizo un croquis en la calle, y también la primera vez que vio una casa patrimonial en su ciudad. De ahí en adelante supo que el lugar en el que había crecido, y en el que había visto a sus abuelos dedicarse con tanto compromiso al campo, estaba colmado de valor patrimonial. Había una configuración de la estructura urbana que seguía cierto arquetipo arquitectónica y materialidades que hacían del archipiélago un lugar muy particular.

En parte, es su afinidad al mundo rural la que la llevó, según ella, a valorar el patrimonio y la cultura. Nadie en su familia se dedicó a la arquitectura, y su hermano mayor fue el primero del clan en acceder a la educación superior. Pero desde chica ella fue moldeando un imaginario en el que el rescate y la mantención de las tradiciones era fundamental. Gran parte tiene que ver también con su instinto y la suerte, porque ahora entiende que se trató de una decisión más de espíritu que de cabeza. Y que si bien ella pudo hacerlo, esa no es la regla general para las mujeres jóvenes, menos si vienen de un lugar más conservador. “Lo que incidió en mi decisión de dedicarme a lo que hago fue reconocer el lugar de donde vengo. Acá estaban mis recuerdos de infancia y ciertos códigos culturales que manejaba bien, pero no estaba al tanto del valor arquitectónico y patrimonial hasta que lo supe ver en el programa de Montecinos”.

Desde entonces Macarena se ha dedicado al rescate patrimonial, más específicamente de las iglesias construidas en madera a lo largo de Chiloé. Ha dirigido obras de restauración de iglesias declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y en el 2015 recibió el premio Promoción Joven, del Colegio de Arquitectos de Chile. Sus estudios los realizó en Valparaíso y luego Valdivia, pero siempre quiso volver a su lugar natal, como lo hacen gran parte de los chilotes que se ven obligados a partir en algún minuto para poder desarrollarse. “Eso es lo que nos pasa a muchos; los que tenemos la posibilidad de hacerlo, nos vamos a otro lado a estudiar pero siempre queremos volver. Esta tierra llama y cuando nos vamos de acá empieza esa melancolía. Con amigos decimos que cada cierto tiempo nos viene ‘el chilotazo’, esa necesidad profunda de volver a cruzar el canal. Varios de nosotros lo cruzábamos llorando”.

¿Por qué decidiste terminar tus estudios en Valdivia y luego volver a Chiloé?

Yo quedé fascinada con Valparaíso, pero habían muchos códigos que me eran ajenos, desde el mismo lenguaje al ritmo mucho más acelerado que el yo traía. Estaba lleno de jóvenes exitistas, con ganas de hacer todo muy rápido. Pero quizás eso no era propio de la ciudad en sí sino que de un modelo que se da en las urbes que nos va enajenando a todos. Pero yo lo sentía y me afectó mucho. En una de mis vueltas a Chiloé pasé por Valdivia y ahí me sentí mucho más en casa. Al final, es el sur. Hace poco habían abierto la Escuela de Arquitectura y decidí quedarme. Mi práctica profesional la hice en Chiloé, en la Fundación de Amigos de las Iglesias de Chiloé, que tenía un museo que siempre estaba cerrado pero que justo cuando pasé por ahí afuera una vez, estaba abierto y me hicieron pasar. Entendí que ahí se dedicaban a la restauración de iglesias y quedé fascinada con ese mundo. Desde entonces, siempre quise volver a eso. Y apenas llegué de vuelta a Chiloé, después de terminar mis estudios, supe que habían cambiado el directorio ejecutivo de la fundación y estaban buscando a alguien. Me sumé a un equipo de arquitectos y carpinteros.

¿Cómo ha sido liderar equipos de carpinteros, un rubro en el que históricamente escasean mujeres?

El trabajo dirigiendo hombres siempre presenta desafíos, pero por suerte cuando formamos equipos con los carpinteros siempre ha habido una relación de respeto mutuo. Yo aprendo mucho de ellos, desde las técnicas hasta la filosofía de vida, y cuando estamos en una obra terminamos viviendo la cotidianidad juntos. Cuando he sentido discriminación ha sido más bien por trabajar con personas que son de la capital o de grandes ciudades y que nunca han vivido acá, y por ende no tienen esta herencia cultural. Yo trabajo símbolos de las comunidades en las que crecí. Este lugar no es un objeto de estudio para mí, sino que soy parte de esta comunidad.

Por el resto, siempre existen estigmas cuando una es mujer y joven, porque ahí además hay una doble discriminación. Te miran en menos y no confían en tus capacidades. Yo por lo menos me formé desde el quehacer, nunca hice un magíster en patrimonio. Pero fui aprendiendo de mis colegas y de los carpinteros. Por suerte me tocó trabajar con muchas mujeres arquitectas y hoy cuando me toca liderar equipos, siempre trabajo con mujeres.

¿En qué se sustenta tu búsqueda actual? ¿Cómo ves la importancia del rescate patrimonial hoy, luego de un estallido que en parte empezó a cuestionar la monumentalización?

El patrimonio está en constante movimiento; lo que hoy día simboliza algo para un grupo humano, probablemente simbolice otra cosa el día de mañana, y probablemente tenga otro significado y carga. Como sociedad tenemos que tener la capacidad de leer eso y de evolucionar con lo que nos hace sentido y lo que sentimos que es valioso o no. Si hay estatuas que ya no nos representan, tenemos que tenerlo en cuanta. Finalmente todo tiende a patrimonializarse y muchas cosas, como los monumentos, hoy día no tienen una carga positiva para la sociedad o básicamente ya no significan nada.

Personalmente el viaje por el patrimonio para mí ha ido creciendo: Lo primero que pude identificar cuando empecé a viajar a los distintos lugares del archipiélago fue que hay múltiples capas dentro de una misma cultura. Fue lindo darme cuenta que yo también era parte de eso y finalmente es desde ahí que surgió la necesidad de proteger esta cultura y hacerme parte, como defensora o vocera de la puesta en valor de lo que tenemos. También me di cuenta que se trata del autoestima; históricamente en Chiloé nos hemos sentido menos, siempre nos dijeron que no íbamos a surgir y nos vendieron un falso modelo de desarrollo del que no nos sentíamos parte.

El chilote muchas veces se siente menos por no haber tenido educación formal, pero acá hay una fuente inagotable de conocimiento, y a mí me interesa visibilizar eso. Finalmente entendí que el patrimonio tiene que ver con lo material, sí, pero más que eso con todo un ecosistema; son las personas, los entornos y todo lo que involucra la restauración de esa iglesia. El patrimonio tiene que ver con aceptar lo que somos, relevar el autoestima, querernos para cuidarnos. Para que persista la cultura. Estamos trabajando con elementos de pasado pero que podrían determinar nuestro futuro. Yo trabajo sobre un edificio material pero hay personas que lo rodean, y que además, así como pescan para comer y ralean árboles para tener leña, ocupan técnicas antiguas heredadas para construir. El ser humano que habita este lugar es una capa más de información. Y eso es importante porque lo que pasa con el centralismo es que todo lo que no calza se tiende a marginalizar y, por sobre todo, folclorizar. Chiloé, así como muchos otros lugares del norte o sur, se vuelven objetos culturales. Nos folclorizan pero también nos abandonan.

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