Cómo está evolucionando lo que entendemos por masculinidad




En su charla TED titulada Why I’m done trying to be “man enough”, el actor y cineasta estadounidense Justin Baldoni propone que frente a la disyuntiva que viven actualmente algunos hombres, quienes se enfrentan a tener que conciliar lo que quieren ser con lo que la sociedad espera de ellos, la alternativa es tomar todas esas cualidades que históricamente han sido atribuidas a lo masculino y usarlas para llegar incluso más lejos. “Pregúntate si eres lo suficientemente valiente como para ser vulnerable; si eres lo suficientemente fuerte para ser sensible. Yo al menos ya no quiero ser parte de esa masculinidad tradicional que decreta que los hombres tienen que ser fuertes, agresivos, proveedores y autosuficientes. Quiero ser una buena persona y creo que eso solo es posible si abrazo las cualidades que han sido devaluadas y catalogadas como femeninas y opuestas a lo que teníamos que ser”, plantea.

El conflicto que despliega Baldoni, quien se autodefine como un actor que Hollywood solo ha llamado para protagonizar roles estereotipados de macho alfa, no es inusual. En tiempos de feminismo son muchos los que se han cuestionado la idea de masculinidad que los ha acompañado durante todas sus vidas; una serie de mandatos y premisas que definen cómo deben ser hombres y mujeres –por cierto reforzando la idea de que los géneros son binarios y dicotómicos– que durante siglos ha servido como una suerte de manual de conducta, pero que hoy, luego de que las feministas volvieran a poner sobre la mesa las demandas por la igualdad, ya no pareciera justificar los comportamientos a los que han incurrido siempre los hombres.

“Hollywood me ve como un hombre fuerte, musculoso y todos los roles que he interpretado exuden machismo. Pero yo no me veo así. Toda la vida nos han dicho que tenemos que ser de cierta manera y es hora de revisar esa pauta que hemos heredado. Mi padre no me enseñó a pelear, a cazar ni ninguna de esas actividades usualmente asociadas a lo masculino. Hoy se lo agradezco, pero de chico lo resentí, porque mis compañeros me hicieron bullying. A su vez, aunque fuese más sensible, mi padre también me enseñó que el sufrimiento tenía que ser en secreto y que no podíamos pedir ayuda. Ni él ni su padre hablaron nunca de lo que estaban sintiendo. Y eso es lo que muchos de nosotros solemos hacer: hablamos de trabajo, de mujeres, de autos, de lo que nos gusta y de millones de cosas insignificantes. Pero no de lo que nos afecta realmente”, reflexiona en su charla Baldoni.

Y es que, efectivamente, en estos últimos treinta años, como explica el sociólogo y académico de la Universidad de Chile, Claudio Duarte, los hombres han sido desprovistos del guión que ellos mismos articularon y que durante mucho tiempo sirvió como un manual al que podían recurrir para justificar sus comportamientos. “Ya no tenemos las herramientas para seguir reproduciendo esta masculinidad tal como se venía dando, estamos sin discurso para seguir argumentando nuestros actos. Ya no le podemos echar la culpa ni a dios ni a las hormonas. Y a esa tensión se le suma otra: quienes nos están cuestionando esto son justamente las personas que estaban subordinadas en la asimetría patriarcal. Es decir, las mujeres y las disidencias sexuales, respecto de los cuales el patriarcado tradicional construyó su eje más fuerte: que los hombres heterosexuales somos fuertes y poderosos y que las mujeres y hombres no heterosexuales son débiles y de segunda categoría. Esos que por siglos han sido violentados por nosotros vinieron a interpelarnos y a cuestionar el paradigma”, explica.

Pero si ese paradigma ha puesto al hombre al centro y en una posición de poder, cualquier posibilidad de cambio podría revertir eso. ¿Están realmente dispuestos a ceder sus privilegios los hombres heterosexuales? Si es que es así, ¿cómo se logra desaprender lo aprendido?

Según Duarte, quien desde que empezó la pandemia ha participado de Pelota al piso, un podcast semanal disponible en YouTube en el que reflexiona sobre masculinidades y sociedad, lo que estamos viviendo ahora es una crisis de lo masculino cuya modulación tiene que ver, en parte, con un proceso de cambios que vienen a cuestionar la masculinidad patriarcal y la idea de que es natural e inherente. “Se nos quiso hacer creer que era natural o biológico que los varones fuésemos más fuertes, inteligentes, que controláramos, que tuviésemos acceso a todos los cuerpos y que gozáramos de un conjunto de privilegios. Y por lo tanto, no se podía cambiar”, explica. “Pero esta matriz de pensamiento se ha venido derrumbando en los últimos 100 años por efectos de la lucha feminista, pero sobre todo en los últimos 30 años en los que el feminismo ha adquirido una fuerza singular. Esto por ningún motivo ha sido intragénero; de hecho, los primeros estudios de masculinidad surgieron por el cuestionamiento de las mujeres ante lo que estaba pasando con la violencia de género. Fueron ellas, y luego las disidencias sexuales, las que impulsaron esta discusión”.

Pero esto no se trata de justificar la violencia que han ejercido históricamente los hombres ni de liberarlos de sus responsabilidades. Tampoco de victimizarlos, porque, como explica Duarte, la masculinidad no es algo que se construya o articule por fuera de los hombres ni algo ajeno a ellos o que les ha sido impuesto. “Los varones hemos construido la masculinidad, nos ha privilegiado, pero también tenemos la capacidad de cambiarla, porque lo que hay que cambiar está en nosotros. En ese sentido somos los principales responsables de realizar esta modificación. Eso es lo que muchos aun no saben. Porque no somos solo reproductores del sistema de dominio. Se trata de una dirección bidireccional o dialéctica; los sujetos construimos la estructura y la estructura incide en nosotros”.

En sus talleres de masculinidad, Duarte ha visto cómo muchos participantes recurren a disculparse, pero también a depositarle la responsabilidad a otras u otros. “Mi mamá me crió así” y “así soy yo” son de las frases más frecuentes, pero así como fueron educados de tal forma, pueden aprender a ser de otra, explica Duarte. “La discusión actual está puesta en cómo aprendemos. Estamos hablando de algo que está mucho más incorporado y metido en nuestros cuerpos y cuya incorporación es reforzada por la estructura social y las instituciones”.

Y es que, como explica Pedro Uribe, psicólogo y director ejecutivo de Ilusión Viril –agrupación dedicada a educar e informar a la comunidad acerca de temas vinculados a las masculinidades y equidad de género– hay un amplio porcentaje de hombres que se están sensibilizando frente a estas problemáticas; otros que llevan más tiempo y que han optado por desarrollar un proceso profundo y otros que abiertamente se resisten y oponen a cualquier cambio estructural.

“Lo que ofrece el sistema es muy cómodo para aquellos que hemos sido socializados como hombres. Si tu jefe hace chistes sexistas y racistas y te ríes, es probable que te hagas su amigo y que te asciendan más adelante. Así como tener un buen auto y trabajo te hace gozar de cierto estatus, porque de lo contrario no eres visto como un igual. Hay una serie de actos performáticos de representación social cultural que responden a un determinado modelo de masculinidad, y hay ganancias y pérdidas. Ciertamente hay muchos que quieren ganar y que no quieren perder sus privilegios”, explica Uribe. “Es un momento complejo porque los cambios sociales nos invitan a repensarnos y a transformar la cultura patriarcal en la que nos hemos criado, pero por otra parte hay ciertos mandatos de género muy instalados –como que los hombres son proveedores, resuelven todos los problemas por sí solos, protegen a los suyos, nunca se muestran vulnerable y son sexualmente muy potentes– y a su vez siguen habiendo espacios sociales donde se nos exige responder así, que inevitablemente entran en contradicción con el cambio. Hay quienes se han comprometido con la igualdad, hay quienes han hecho cambios accesorios o estéticos y están los que se resisten de lleno. Para los que están poco revisados, muy revisados o en vías de, siempre es incómodo, porque no tenemos las pautas de esto y porque sabemos que el machismo –hay autores que hablan de neomachismos– se adapta a todos los contextos”, concluye.

Un estudio realizado por ComunidadMujer previo a la pandemia reveló que en las parejas heterosexuales adultas –de entre 24 a 59 años– que cohabitan y en las que ambos cuentan con un trabajo remunerado, las mujeres destinan en promedio 6,6 horas al día al trabajo doméstico y de cuidado versus 3,2 horas en el caso de los hombres. Es decir, las mujeres hacen el doble del trabajo no remunerado en la casa, incluso cuando además tienen un trabajo fuera de ella.

Por otro lado, en un estudio llamado La caja de la masculinidad, realizado en 2017 por la ONG Promundo, cuyo foco era el de definir lo que significa ser hombre joven en Estados Unidos, Inglaterra y México, se dio cuenta de que para los jóvenes de 18 a 35 años seguía siendo muy importante cumplir con la denominada “caja de la masculinidad”, un conjunto de creencias transmitidas por los familiares y entorno que dictaminan que los hombres tienen que ser autosuficientes, físicamente atractivos, ceñirse a los roles de género rígidos y resolver los conflictos por medio de la agresión. Los resultados revelaron, además, que los hombres que se encontraban fuera de esta caja –y que por ende habían renunciado a estas expectativas y rechazan los comportamientos estereotipados– eran pocos.

Así mismo, según el estudio Images sobre la percepción de masculinidades realizado en distintos países del mundo -dentro de los cuales se encuentra Chile-, casi un 90% de los hombres se declara a favor de la equidad de género. Sin embargo, este alto porcentaje de apoyo se reduce a un 40% hasta 70% cuando las preguntas se dirigen a políticas que contribuyen de manera concreta a mejorar los niveles de equidad, como el cuoteo de género en cargos ejecutivos, el ingreso a universidades o paridad en puestos de gobierno. ¿Por qué los hombres dicen estar a favor de la igualdad pero les resulta tan difícil aplicarla? Según Duarte, esto tiene que ver con que no quieren perder los beneficios y ganancias que han obtenido a partir de lógicas de subordinación. “Los privilegios son aquellos que obtenemos porque estamos sostenidos sobre una subordinación de alguien que nos sirve y nos atiende. Tendríamos que aprender a compartir y eso nos incomoda, porque no sabemos construir una masculinidad desde la segunda posición o desde la última, estamos acostumbrado a crearla desde la primera. Y eso es complicado, porque nos persigue la imagen de lo femenino. Cuando estás cuidando, atendiendo o sirviéndole a alguien, y no estás en el primer lugar, lo ves como que estás feminizándote, y ese fantasma de la homosexualidad nos persigue”, explica.

La socióloga y académica de la Universidad Diego Portales, Florencia Herrera, señala que como sociedad seguimos viendo el género en términos esencialistas, dicotómicos y jerárquicos. “La masculinidad tiene que ver con la configuración de ciertas prácticas de género que no necesariamente están asociadas a un cuerpo de sexo biológico masculino. Todas las sociedades tenemos una manera más legítima y validada de ser hombre, y en Chile se sigue viendo el género como algo esencial que viene del nacimiento y con diferencias irreconciliables entre hombres y mujeres”, explica.

En su investigación Convertirse en padres hoy: experiencias masculinas de transición a la paternidad, Florencia entrevistó a hombres jóvenes que fueron padres primerizos entre 2015 y 2019 para detectar cómo serían criadas las nuevas generaciones. Ahí se dio cuenta de que pese a la existencia de ciertos atisbos esperanzadores, en la práctica no es mucho lo que ha cambiado con respecto a otras generaciones. “Hay un discurso fuerte en los padres con respecto a querer ser papás involucrados, cercanos afectivamente y poco autoritarios. Pero eso se desmorona porque finalmente la validación como hombre pasa por ser proveedores de la familia. Es difícil, en nuestro país, proveer y al mismo tiempo estar presente en la crianza de los hijos; los horarios laborales son extensos y los desplazamientos son largos. Se podría decir que los nuevos padres quieren ser más cercanos, pero a la hora de no logran conciliar ese deseo con la vida porque termina teniendo más fuerza la idea de proveer y no se cuestionan nunca el hecho que la madre es la cuidadora primaria. No hay hombres que digan ‘aquí hay dos cuidadores primarios’. Eso es una roca”, explica.

A su vez, dentro de los resultados preliminares, aparecieron frases como “las niñas son frágiles y delicadas” y “los niños son básicos, primarios, brutos y fuertes”. Los padres hablaban, según explica Herrera, como si se tratara de diferencias de fábrica. “Eso es complejo, porque no deja espacio a ningún intermedio; o eres hombre o mujer. Y seas cuál seas, hay ciertos comportamientos a los que te tienes que atener”, explica. Además, según la especialista, estos papás tenían un discurso muy fuerte con respecto a cómo había que tratar a las niñitas. “Creen que a las niñas se las trata distinto y que los niños tienen que ser hombrecitos. Ahí aparece la homohisteria, el miedo de que tu hijo desarrolle una identidad homosexual. Implícitamente sienten que tienen la responsabilidad de formar la identidad de género y orientación sexual de sus hijos. Y estamos hablando de padres jóvenes que van a traspasar a la noción de cómo tienen que ser hombres y mujeres ateniéndose a la lógica de estas masculinidades. Muchos de ellos incluso hablan de que se preocupan que sus hijas sean abusadas sexualmente, pero no se les ocurre criar a sus hijos de una manera para que no sean futuros agresores”, explica. “Hay una manera validada de ser hombre y es la que se opone a todo lo que es considerado femenino. Siempre tenemos que revisar y ser conscientes que esta resistencia al cambio tiene una razón; hay una defensa de posiciones de privilegio, a nivel consciente o inconsciente”.

Como explica Uribe, estamos en una etapa muy inicial en la que se tiende a polarizar todo. “Lo complejo de esta fase es que empiezan a haber avances sociales jurídicos –se aprueban leyes de matrimonio igualitario, de aborto legal y de protección a familias homoparentales, y para que las mujeres accedan a espacios de poder– pero soterradamente sigue habiendo homofobia, sexismo y machismo. La cultura no cambia en 24 horas. Y mientras sigan habiendo comportamientos discriminadores y segregadores de parte de hombres y mujeres, la cáscara o barniz de posible avance sigue siendo muy frágil”.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.