Paula

Comunidad mapuche y Covid-19: “Esta pandemia ha servido para darnos cuenta de lo importante que es cultivar los propios alimentos”

Desde su experiencia como dirigente de una comunidad mapuche en Chonchol, Ana Calbuqueo (63) cuenta cómo les ha afectado la crisis, cuáles son las dificultades que cruzan y por qué les afecta tanto, a nivel emocional y ritual, el distanciamiento social.

“Vivo en la comuna de Chonchol, en la Región de la Araucanía, y hace tres años que soy la presidenta de la comunidad mapuche Domingo Chañillao, que agrupa a 15 familias, y de la red de mujeres mapuche Trawun pu zomo. Aunque llegué hace 20 años a esta zona, mis vecinos me eligieron porque soy habladora y sé expresarme y reclamar cuando hay que hacerlo. Aquí de a poco se han ido los jóvenes y se han ido perdiendo las costumbres más autóctonas, aunque quedamos muchos campesinos y agricultores mayores. La pandemia, en ese sentido, nos ha perjudicado mucho porque todos vendían sus cosechas, sobre todo hortalizas, al por mayor en el centro de Temuco, y ahora no queda más que vender a los vecinos.

Lo preocupante es que no está alcanzando para comprar semillas para el próximo cultivo. Además, hay muchas pérdidas, porque ya no se está vendiendo todo lo que se había cultivado. Yo hago chocolates artesanales, y como tengo mis años ya, no me puedo exponer así que tuve que dejar de salir a vender. No alcancé a abastecerme con mercadería para hacer más chocolate y estoy vendiendo poquito, cuando me vienen a comprar a la casa. Por suerte tengo una pensión. También me preocupa que acá muchas mujeres mapuche no hablan bien el castellano y cuando van al consultorio no saben explicar qué es lo que les pasa, entonces no les tienen paciencia y no se dan el trabajo de atenderlas como corresponde. En el contexto actual es importante que los médicos al menos hagan un esfuerzo por comprenderlas. Una se pregunta cómo es posible que nadie en Chile hable el mapudungun, cuando los mapuche tuvieron que adaptarse y aprender el castellano. Siempre destaco lo inteligentes que son, porque no es fácil manejar dos idiomas. A mí lamentablemente mi padre no me enseñó mapudungun, y me hubiese encantado, por eso aquí en Chonchol comencé a reconectar más con mis raíces.

Afortunadamente, en esta zona no hemos sabido de contagios. Creo que se debe a que los intercambios de productos son entre nosotros y la gente se está movilizando menos a los pueblos grandes o a Temuco. La enfermedad no es lo que más no afecta: nosotros tenemos otra pandemia que se arrastra hace años, que es la falta de agua debido a que estamos rodeados de forestales. Durante el verano tuvimos muchos problemas de riego y el agua potable tenemos que comprarla, siendo que la gente no está de acuerdo en pagar por agua porque desde la cultura mapuche es un bien gratuito y de la naturaleza.

Lo que más ha costado es adaptarnos a una cultura de distanciamiento y aislamiento. Estamos acostumbrados a darnos la mano, a besarnos, a compartir entre 20 un mate y cuando alguien toca la puerta de la casa inmediatamente se le deja pasar, que tome asiento, que se sirva algo. Ahora solo nos limitamos a saludarnos con la mano y decirle que no a una persona, que no puede pasar a tu casa. Es muy difícil. A mí incluso a veces se me olvida y me acerco más de la cuenta sin darme cuenta, porque se me hace poco natural. Es como si una despreciara a esa visita. Cuándo vamos a volver a saludarnos y nos vamos a tomar un mate juntas, nos decimos entre vecinas a lo lejos. Si una lo analiza, eso produce dolor. Acá todos nos conocemos y es una cosa espantosa tener que desconfiar de la otra persona, creer que es sospechosa, que no puede acercarse. Yo me crié en una familia muy achoclonada, cariñosa, con generaciones y generaciones y todos nos conocemos, incluso los primos lejanos. No estoy acostumbrada a esta distancia social.

Cuando me vine a vivir a Chonchol las mujeres me enseñaron a trabajar el campo, a ver las plantas, a reconocer las flores comestibles. Tenemos un lazo muy fuerte. Si alguien muere entre todos ayudamos a la familia para hacerle una comida de despedida al finado; si un vecino está enfermo se le hace una visita y se le da una cooperación, y tenemos nuestros ritos mapuche todos los meses. El We tripantu –Año Nuevo mapuche, que se celebra en junio– para nosotros es una ceremonia maravillosa, porque se conecta con el rebrote de las plantas, con la historias de nuestra comunidad, de nuestros padres, de nuestros abuelos. Y los Llellipun, que son ceremonias mensuales en donde nos juntamos conversar y a conocernos mejor, a contar historias, a tomar mate y sopaipilla, también tuvimos que dejarlos. Siempre le digo a la gente de la comunidad que deberían escribir esas memorias orales para que no se pierdan. Es increíble cómo se mantienen, de generación en generación, esos relatos familiares.

Pienso que cuando pase todo esto nos vamos a volver a juntar, porque la relación persona a persona no se puede terminar. Necesitamos encontrarnos. Vamos a poder tomar mate en un mismo espacio, tal vez cada uno con su matero, pero compartiendo el agua, y van a salir todos los recuerdos de estos tiempos en que estuvimos aislados. Esta pandemia ha servido para darnos cuenta de lo importante que es cultivar los propios alimentos. Veo tanta gente en la ciudad que sufre porque no tiene nada para comer, pero si tuviéramos la preocupación de conectarnos con la tierra y cultivar en nuestros patios, tal vez estaríamos mejor. La gente tiene que empezar a recuperar la tierra”.

Más sobre:SociedadCoronavirus

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¡Oferta especial vacaciones de invierno!

Plan digital $990/mes por 5 meses SUSCRÍBETE