Daniel Goleman, psicólogo bestseller: “La inteligencia emocional es un antídoto contra el egocentrismo de nuestro tiempo”




En 1995, Daniel Goleman (74) publicó Inteligencia emocional, un libro en que postulaba que las personas más competentes no están determinadas solo por el cociente intelectual, sino que la habilidad de comprender y gestionar sus emociones es clave para su éxito. Con su manual, traducido a 30 idiomas y convertido en un bestseller del que se vendieron más de cinco millones de ejemplares en el mundo, cambió la cultura laboral, al punto que sus teorías no solo son aceptadas, sino que inciden en las selecciones de personal que llevan a cabo las empresas.

Para su libro, Goleman estudió el funcionamiento de más de 500 organizaciones y concluyó que las capacidades más importantes en el trabajo, y que también pueden aplicarse a la educación y a la vida, son la autoconciencia, la auto-motivación, el control de los impulsos, la auto regulación de los estados de ánimo, la empatía y la confianza en los demás, así como la persistencia. Estas herramientas componen la inteligencia emocional, que puede describirse como “la habilidad para reconocer los sentimientos propios y ajenos y la aptitud para manejarlos”. sGoleman la resume así: “cómo llevamos nuestras vidas y cómo manejamos nuestras relaciones”.

En la era de las selfies y el narcisismo, ¿por qué la inteligencia emocional importa tanto? “Estos días parecen propicios para el mensaje de la inteligencia emocional. Un elemento clave es la empatía, que abre la puerta a la preocupación por otros y a la compasión. Solo esto, por sí solo, parece un antídoto contra el creciente egocentrismo de nuestro tiempo”, dice Goleman.

El escritor estadounidense, que es psicólogo de la Universidad de Harvard y conferencista internacional, trabajaba como periodista científico de The New York Times, cuando, en 1990, se cruzó con un periódico desconocido que se llamaba Inteligencia emocional. “Qué buen término”, pensó, y lo tomó para el que sería su libro, aunque Peter Salovey, actual presidente de la Universidad de Yale, ya usaba el concepto, que había sido acuñado en 1964. “Me di cuenta de que se iba a esparcir. Ahora todo el mundo usa el término, se volvió bastante enorme”, comenta.

No fue un camino tan fácil. Cuando comenzó a dar charlas en las compañías, no faltaba quien le decía: “No puedes usar la palabra ‘emoción’, no nos la permitimos”, a lo que Goleman respondía: “Pero tu cerebro lleva las emociones donde sea y resulta que los mejores equipos y los mejores líderes manejan sus emociones ingeniosamente, y los estudios lo demuestran una y otra vez”. Como muestra actual, una encuesta de la Escuela de Management de la Universidad de Yale constató que si un jefe está de malas, la gente que trabaja lo resiente y el nivel productivo baja. Si, en cambio, trasmite energía, la productividad sube. “Antes no mirábamos eso, ahora lo hacemos”.

Por lo visto, un liderazgo exitoso tiene que ver, además de la empatía, con aspectos como la inclusión y el respeto. De acuerdo a un sondeo que realizó Businessolver, firma estadounidense de Recursos Humanos especializada en IT y servicios, en 2019, el 82% de los trabajadores “considerarían dejar su trabajo por un puesto en una empresa más empática” y el 78% “trabajaría más horas para un empleado más empático”. ¿Por qué? La empatía empresarial tiene que ver con que el trabajador siente que sus opiniones son escuchadas y que contribuye a hacer una diferencia. Algo importante, si se toma en cuenta que en el mercado laboral del país norteamericano menos de un tercio de los empleados dice sentirse comprometido con los sitios en que trabaja.

Meditación, niños y “human moment”

Goleman dice que las emociones cambian todo el tiempo. “Hay que ponerles atención a las grandes, a aquellas que son perturbadoras, como la rabia, que es muy seductora, pero no es útil”, aconseja. “La autoconciencia, la autogestión y la empatía permiten establecer buenos vínculos. Las emociones son contagiosas siempre, ya se trate de colegas, clientes o amigos. Se produce una transacción emocional, que puede ser grandiosa o puede ser un desastre”, subraya.

El interés de Goleman por las emociones no es casual. Desde hace décadas está implicado en dónde se juntan la neurociencia y el budismo, que ha explorado en detalle el cerebro humano y los estados de sufrimiento que provoca la mente. En 2012, el psicólogo publicó El cerebro y la inteligencia emocional: nuevos descubrimientos, en que reunió hallazgos sobre la exploración cerebral y su conexión con las emociones positivas y negativas, y en 2017 lanzó Rasgos alterados, su libro más reciente, sobre cómo la meditación transforma la mente, el cerebro y el cuerpo.

He estado en la meditación desde mis días de universidad y la recomiendo. Rasgos alterados es un estudio con la mejor investigación sobre meditación, que muestra que esta te hace ser más calmo, enfocado y compasivo. Vale la pena leerlo”, afirma. El autor, cuya amistad con el Dalai Lama lo ha llevado a divulgar sus cavilaciones en títulos como Una fuerza para el bien (2015), tomó contacto con el pensamiento budista por primera ve, en los años 70, cuando hizo un viaje a la India y otros países orientales.

Los budistas conocen técnicas, especialmente la meditación, para poner fin a las aflicciones mentales, que tiene catalogadas y cuyas cinco principales son el odio, el deseo, la confusión, el orgullo y los celos. Cómo los monjes, las monjas y los yogis logran transformarse interiormente y superar sus emociones negativas ha atraído a científicos occidentales con la idea de robustecer la “neurobiología de las emociones” y trazar nuevos caminos hacia la salud mental.

Goleman ha sido parte de ello, desde sus comienzos, con libros como La mente meditativa (1977). En 2003, narró en Emociones destructivas: cómo entenderlas y superarlas, un encuentro de cinco días que mantuvieron científicos cognitivos (entre otros, el fallecido biólogo chileno Francisco Varela) con eruditos budistas y el Dalai Lama, en 2000, en Dharamsala, India. También es miembro directivo del Instituto Mind and Life, que ha sido fundamental en generar un diálogo entre el budismo y la ciencia.

Uno de los motivos que llevó a Goleman a explorar la inteligencia emocional está relacionada con los niños. Se dio cuenta de que, en el mundo occidental, prima la costumbre de recompensarlos por ser “mejores” que sus compañeros: “pero así es como creamos niños y posteriormente adultos competitivos y centrados en sí mismos”. Él se preguntó: ¿Cómo podríamos tratarlos de otra forma? “Mi libro Inteligencia emocional fue un argumento para enseñarles habilidades sociales y emocionales en las escuelas (SEL)”. Los programas SEL (Social and Emocional Learning) están diseñados para complementar las mallas escolares con la enseñanza de destrezas blandas, desde kínder hasta enseñanza media, y han ido ganando cada vez más espacio, dentro y fuera de Estados Unidos. Entre otros beneficios, mejoran la conducta y el aprendizaje de los alumnos. “Enseñar inteligencia emocional a los niños se ha vuelto un movimiento global, que los ayuda a cultivar las habilidades personales y los talentos desde el comienzo de sus vidas: autoconciencia, autodisciplina, empatía y herramientas para relacionarse. Los considero regalos”, sostiene Goleman.

Como los niños del siglo XXI tienen más distracciones que las generaciones pasadas, y el bombardeo de información y estímulos disminuyen su atención, esto “crea tensión”, según Goleman, porque “independientemente de que se hable de multitasking, uno solo puede poner atención plena a una sola cosa al mismo tiempo. Hace 25 años estaba preocupado porque los niños no estaban aprendiendo herramientas para la vida, que se aprenden de la madre, el padre, los hermanos y las interacciones con otras personas. Hoy, como nunca antes, los niños pasan mucho tiempo frente a las pantallas. Eso significa que no están teniendo esa interacción. Así que no solo necesitamos enseñar SEL en los colegios, sino que también meditación”.

Otro tema que le preocupa es la posible desaparición del llamado “human moment” (momento humano), por la invasión de la tecnología en la vida diaria, que atenta contra la comunicación cara a cara. La pandemia ha impulsado la vida online y, probablemente, la condicionará por los próximos dos años, como han pronosticado investigadores de Harvard. “Actualmente, las interacciones virtuales hacen más difícil el ‘human moment’ (donde nos compenetramos con otros y nos sentimos bien). Uno no puede tocar o hacer contacto visual con alguien por internet. Se necesita más esfuerzo para conectar”, comenta. Para Goleman, la inteligencia emocional es indispensable para llevar una buena vida y “a medida que pasemos más tiempo solos frente a las pantallas, esto creará un déficit en capacidades humanas como la empatía, así que la inteligencia emocional se volverá cada vez más importante”.

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