‘Deja de moverte, porque esto no duele tanto’: La normalización del dolor de la mujer en la inserción del DIU

La normalización del dolor de la mujer en la inserción del DIU

El dispositivo intrauterino (DIU) es el segundo anticonceptivo más utilizado por las mujeres en Chile. Muchas de ellas probablemente experimentaron dolor durante el procedimiento de inserción a pesar de que, según la mayoría de los profesionales, deberían haber sentido sólo una molestia, y que en algunos países ya se han comenzado a investigar opciones analgésicas. ¿La razón? Entre otras cosas, la normalización del dolor de las mujeres en la salud sexual y reproductiva. Esta es una investigación realizada por dos estudiantes de periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile que destaca las barreras culturales e institucionales que dificultan reconocer el dolor femenino en este procedimiento.




Cuando Fernanda Medina (23) se puso por primera vez el dispositivo intrauterino (DIU) a los 19 años, nadie le advirtió que la implantación dolería. Mientras estaba acostada en la camilla con los pies sobre los reposeros y las rodillas separadas, el pequeño pinchazo que le había mencionado el doctor, se sintió como algo mucho peor. “Sentí como que me hubieran cortado, y me dolió muchísimo. Yo no tengo idea si fue realmente un corte, pero así lo sentí”, dice.

Según las cifras del Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS), un 17,4% de mujeres que se atienden en establecimientos primarios de salud utiliza un dispositivo intrauterino, convirtiéndolo en el segundo método más utilizado luego de la pastilla anticonceptiva, que alcanza un 31%.

Muchas de esas mujeres –al igual que Fernanda– probablemente experimentaron dolor durante el procedimiento de inserción del DIU, a pesar de que, según la mayoría de los profesionales, deberían haber sentido sólo una molestia.

La fisiología del dolor

El DIU es un dispositivo hecho de plástico en forma de T, cuyo tamaño llega hasta los 3,5 centímetros de alto por 3 de ancho, aproximadamente. Existen dos tipos: el no hormonal, más conocido como la T de cobre, que tiene una duración de doce años; y el hormonal, de cinco años, que funciona liberando una hormona llamada levonorgestrel.

La inserción de cualquiera de estos, puede durar entre 5 y 15 minutos. La colocación consiste, primero, en la medición del útero, utilizando un delgado instrumento cilíndrico de plástico llamado histerómetro, que le indicará al profesional qué tan adentro debe introducir el dispositivo. Según el procedimiento estándar, es necesario pellizcar el cuello del cérvix con una pinza en forma de tenazas, llamada pinza Pozzi, para inmovilizar la cavidad cervical. Finalmente, el médico carga el DIU en el dispositivo de colocación y lo introduce lentamente, para luego depositarlo dentro del útero.

El ginecólogo de la Clínica Alemana, Manuel Parra, sostiene que “en general, cuando uno introduce un elemento extraño en la cavidad uterina, hay tres momentos en que se produce el dolor: cuando pinzas el cuello, cuando se realiza la histerometría y cuando abres el dispositivo”.

Francisca Cañas (22) es otra usuaria. Se puso el DIU a finales de 2021, en una clínica privada en Santiago. De acuerdo a la doctora, sentiría solo un pinchazo. Pero no fue así. “Intentaba apretar la camilla, y respirar. (…) Era como tratar de luchar contra los instintos que uno tiene contra el dolor. La ginecóloga me decía ‘No, si no duele tanto, es un pinchazo, nada más. Todas están siendo muy exageradas”, cuenta Francisca. “Como que intentó bajarle el perfil (…) Me dijo deja de moverte, porque esto no duele tanto”, recuerda.

El reconocimiento del dolor

Este y otros procedimientos relacionados al manejo de la fertilidad están descritos en las Normas Nacionales sobre Manejo de la Fertilidad del Ministerio de Salud. En la sección del dispositivo intrauterino, solo se menciona el dolor como un posible efecto secundario, pero no durante la inserción. Dice que en caso de que la mujer consulte sobre el dolor después del procedimiento, se pueden administrar “analgésicos no esteroidales, como ibuprofeno, paracetamol o naproxeno”.

De hecho, la mayoría de los profesionales que llevan a cabo este procedimiento piensan que éste no causa dolor. El propio Dr. Parra sostiene que “este dolor está descrito como un dolor de ovario fuerte y una situación que sería frecuente, pero es realmente tolerable (...) no es una situación del otro mundo”.

El médico René Castro, profesor de Ginecología y Obstetricia de la Universidad Diego Portales y redactor de las Normas Nacionales sobre Regulación de la Fertilidad de 2006, sostiene: “Yo ya perdí la cuenta de cuántas miles de T habré colocado en mi vida, y no recuerdo nunca grandes escenas de dolor”. Asegura que el dolor durante el procedimiento de inserción “no es tema, nunca ha sido tema. Puede ser molestosa la inserción, sí, pero solo molestosa”.

Un documento preparado en 2021 por la Facultad de Salud Sexual y Reproductiva del Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos de Inglaterra, coincide en parte con este argumento. Allí se afirma que no es posible predecir con certeza si una mujer experimentará malestar durante la inserción, ya que algunas sólo sienten dolor leve o moderado.

Sin embargo, nueva evidencia apunta en la dirección contraria. En 2023, una investigación publicada en la revista internacional de medicina reproductiva Contraception, especializada en anticoncepción, concluyó que el dolor de este procedimiento puede llegar a 8 en un rango de 1 a 10 en la escala visual de dolor. Para este estudio, investigadores de dos universidades brasileñas les colocaron el DIU a 318 adolescentes. Dentro de este grupo, quienes más dolor experimentaron fueron las 83 participantes que nunca habían tenido un parto vaginal, de las cuales un 18,1% lo describió como “moderado” y el 61,4% como “severo”.

Otro estudio realizado en China y publicado en The European Journal of Contraception & Reproductive Health Care en 2015 realizó un cuestionario a 135 mujeres que pasaron por el procedimiento y a 135 médicos que colocaron el DIU. Las puntuaciones de dolor reportadas por las pacientes fueron mayores (18%) que las puntuaciones de dolor informadas por los médicos (11%), concluyendo que los doctores tendían a subestimar el grado de dolor experimentado por las usuarias.

Para este reportaje se presentaron solicitudes de transparencia a centros públicos de salud con el objetivo de llegar a denuncias de dolor en procedimientos ginecológicos. De esta manera fue posible acceder a 36 reclamos por dolor y/o malos tratos en el contexto de una consulta ginecológica, entre junio y octubre de 2023.

Pero el reconocimiento del dolor no sólo se refleja en estos medios formales. En el último tiempo también se ha hecho evidente en redes sociales. Recientemente, una publicación del periódico estadounidense The New York Times en diciembre de 2023, titulada “Getting an IUD Hurts. Why Aren’t More Women Offered Relief?” (Ponerse un DIU duele ¿Por qué no se ofrece alivio a más mujeres?), aseguraba que las redes sociales están “inundadas” de mujeres compartiendo sus experiencias de dolor con la inserción del DIU.

A principios de diciembre, el hashtag #DIU en TikTok tenía más 1,7 billones de visualizaciones, donde mujeres de países como Colombia, México, Argentina y Estados Unidos cuentan su experiencia dolorosa. Otras también mencionan la incredulidad de los profesionales: “Mi obstetra me dijo que era una drama queen”, asegura un comentario en inglés.

Estos testimonios en redes sociales están siendo materia de investigación científica. Un estudio de 2022, cuyo título en español dice “TikTok, #DIU, y la Experiencia de Usuarias con Dispositivos Intrauterinos Reportadas en Redes Sociales”, realizado por el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos, analizó 100 videos relacionados con la experiencia de usuarias de DIU. De los 23 videos que hablaban sobre el proceso de inserción, el 80,6% tenían un tono negativo, 19,4% eran ambiguos y 96,8% destacaban el dolor asociado a la inserción o como efecto secundario. Al mismo tiempo, una cuarta parte de estos enfatizaban el deseo de utilizar algún tipo de anestesia durante el procedimiento.

La mitigación del dolor

Loreto Zablah, ginecóloga de Red Salud, únicamente lleva a cabo la inserción del DIU bajo anestesia general. “Yo llevo muchos años diciéndole a mis pacientes que no pongo el dispositivo intrauterino sin anestesia”, comenta. “Si quieren ponérselo sin anestesia, les puedo recomendar a alguien, pero yo ya me cansé de verlas sufrir”.

Pero ella es una excepción. La normativa vigente no permite ni recomienda utilizar alguna forma de anestesia en establecimientos públicos para este procedimiento. Entonces, la inserción del DIU bajo anestesia general sólo se realiza en el sistema privado, y en la Clínica Alemana, por poner un ejemplo, el precio parte desde los $460.000.

Andrea Von Hoveling, directora de Ginecólogas Chile, explica que la inserción del DIU bajo anestesia general requiere de un pabellón y la atención de un anestesista y según ella, esta sería una de las principales barreras. “No se podría ofrecer universalmente por un tema de contención de costos y logística”, afirma. Pero existen otras opciones: estudios científicos indican que la anestesia local de lidocaína en forma tópica e inyectable también sirve, aunque no hay un consenso sobre cuál sería la más efectiva para este procedimiento.

Diferentes organizaciones –como la Asociación Americana de Obstetricia y Ginecología (ACOG) en Estados Unidos y la Fundación Marie Stopes en México, una organización líder en salud reproductiva– recomiendan aplicar lidocaína inyectable en el cuello del cérvix para manejar el dolor del procedimiento. De la misma manera, en 2021 el Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos de Reino Unido reconoció el dolor que sufren ciertas usuarias en una declaración oficial, y estipuló la obligación de informar sobre las distintas opciones de anestesia, pudiendo optar entre anestésicos farmacológicos orales, tópicos o inyectables.

Aun así, para el doctor René Castro todavía no hay suficiente evidencia científica para regular el manejo del dolor durante la inserción. “Nosotros en medicina tenemos un concepto muy instalado: ‘las buenas prácticas, basadas en evidencia’”, dice. “O sea, haga lo que se ha demostrado que sirve”.

El ginecólogo Guillermo Galán, quien participó en la redacción de las tres versiones de las normas, asegura que “la causa del dolor es por una acción médica, no es por una acción de la naturaleza. Entonces mitigar este dolor, por supuesto que sería un muy buen objetivo de tal manera de evitarle una molestia a mucha gente”. No obstante, “la evidencia no muestra que haya una real diferencia entre los distintos sistemas y no hay una disminución importante de dolor”. Pero se muestra abierto a encontrar una solución.

El dolor es político

“Hay una idea interiorizada y normalizada porque se ha hecho así siempre, de que esto duele y tiene que doler. En realidad, no hay una justificación (…) Hay que romper un montón de barreras ideológicas, sociales, culturales, médicas, científicas, para que empecemos a hablar de esto”, afirma Dayana Méndez, abogada especialista en género y autora de la primera tesis doctoral sobre violencia obstétrica en España.

La abogada asegura que la naturalización del dolor de las mujeres en la salud sexual y reproductiva es estructural, tanto así que ni siquiera ellas mismas tendrían conciencia de que han experimentado violencia ginecológica. Para ella, esa sería la razón por la que las mujeres tienden a no manifestarse frente al dolor. “Cómo nos vamos a quejar de lo que nunca nos han dicho que está mal, de algo que siempre nos dijeron que está bien, que es la forma correcta y que es normal”, dice.

Y aclara que no se trata de ir en contra de los médicos, pues –como explica– en la mayoría de los casos, no existe la intención de hacer daño. “Cuando se habla de violencia en el entorno médico, no cae muy bien porque (los médicos) asumen que estamos hablando de una intención deliberada de causar daño y es importante hacer énfasis en que no es así”, dice Méndez. “Hablamos de violencia porque hay una situación de desigualdad estructural”.

“Aquí no pasa porque los centros de salud no compren lidocaína u otro anestésico, sino porque las personas que hacen el procedimiento reconozcan que vale la pena usar algún analgésico o un anestésico”, complementa el médico especialista en políticas públicas de la Universidad Católica, Diego García-Huidobro. “No está dentro de la cultura local. No es algo que esté valorado como algo que se debiera de hacer”. Pensando en esto, considera que, de crearse una regulación del uso de anestésicos locales, sí existirían los recursos para capacitar a los profesionales y abastecer a los servicios de salud primarios.

Desde el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género aseguran, vía correo electrónico, que eventualmente se podría regularizar el uso de anestesia para casos específicos. Sin embargo, destacan que la regularización a gran escala podría “agregar riesgos innecesarios a un procedimiento ambulatorio (...). Además, aumentaría excesivamente los costos del procedimiento, generando una brecha de acceso muy grande”.

María Verónica Schiappacasse, profesional del área de Mujeres, Derechos Sexuales y Reproductivos de SernamEG, concuerda con el ministerio, pero asegura que es importante generar políticas públicas desde una perspectiva de género, que tomen en cuenta la experiencia de las mujeres, así como el dolor en procedimientos ginecológicos. “Si una mujer va a su control ginecológico para ponerse un DIU y tú no respetas a esa mujer que te está diciendo que le duele y sigues el procedimiento, estás ejerciendo violencia ginecológica”, dice la matrona. “Eso debería estar penado por la ley. Hoy día no lo está, solamente existen estas normas”, concluye.

* Este reportaje fue realizado por las estudiantes Sofía Torres y Antonia Ossandón, en la sección de la profesora Catalina Gaete del curso Taller de Periodismo Avanzado de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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