Dejé de amamantar para volver a trabajar




“Tuve a mi primera y única hija hace 33 años. Estaba en pareja hace ya un tiempo y fue una decisión que tomamos después de mucho discutirlo. Yo siempre había querido ser mamá pero no podía sacarme de la cabeza la idea de que al tener un hijo, mi vida laboral iba a transformarse. Eso era inevitable. Vivíamos en un momento en que no se hablaba mucho de derechos laborales ni post ni pre natal. Mucho menos de lactancia.

Soy contadora y por ese entonces trabajaba en una oficina ligada al rubro de la construcción, un mundo bastante masculino en el que además, yo desempeñaba un trabajo también muy ligada a los hombres. Nadie podría desconocer que los números siempre han sido más de ellos mientras que a nosotras nos relacionan más con las letras o al cuidado doméstico. Donde estudié, de hecho, yo era la única mujer. Y aunque mis compañeros siempre me trataron bien y me protegieron, ser la única inevitablemente me hacía sentir rara. Rara por elegir algo así, rara por no tener con quién hablar temas más ligados a lo femenino, rara incluso por no poder hablar con alguien del compañero que me gustaba. Los hombres para mí no eran mis amigos, eran mis compañeros.

Ya en el mundo laboral la cosa se fue poniendo diferente. Y un poco cuesta arriba. Por suerte siempre he tenido consciencia de mis capacidades, pero aunque soy buena en lo que hago, sí tenía que esforzarme el doble que mis colegas para que mi palabra se tratara con el mismo respecto. O para validarme frente al resto. Así fue como estuve cerca de 9 años trabajando en la misma empresa hasta que me embaracé.

Si soy honesta nunca sentí que me miraran mal o que me hicieran sentir culpable cuando conté que iba a tener a mi hija. En la oficina se portaron súper bien conmigo y viví esos meses súper tranquila respecto a la maternidad. Salí de prenatal y aproveché esas semanas como nunca antes había aprovechado mi tiempo. Fueron días perfectos, en los que pude dedicarme a pensar en lo que se venía, ordenarme y mentalizarme.

El nacimiento de mi hija fue perfecto. Todo salió muy bien y con mi pareja fuimos aprendiendo todo bastante de la mano. Sus primeras semanas de vida las recuerdo con especial nostalgia, nostalgia de estar dedicada a ella al cien por ciento, sin distracciones, sin temores, sin prisas.

Con el pasar de las semanas comenzaron los temores. Mi cabeza se fue poblando de pensamientos negativos en relación a mi vuelta al trabajo. Temía que mi puesto ya no estuviera, me daba pánico que me cambiaran mis funciones o peor aún, que mi reemplazante -que por lo demás fue un hombre- fuese mejor que yo y que por ende me despidieran.

Ya justo al momento de volver empezaron a aparecer los miedos en relación a separarme de mi hija de solo tres meses. Pero claro, esos miedos debía callarlos rápidamente porque no volver a trabajar no era una alternativa. Necesitaba ese ingreso y necesitaba reactivar mi carrera.

La lactancia se me dio de manera bastante natural. Recuerdo que tras la primera consulta con el pediatra me felicitó porque mi niña no solamente había recuperado el peso que siempre pierden las guaguas durante sus primeros días de vida. Ella también había engordado harto. Así fue como salí de la consulta feliz y orgullosa. Pero asustada también ¿qué haría cuando me tocara volver a trabajar? ¿Sería capaz de cruzar todo Santiago para ir sagradamente cada 4 horas a darle su leche? ¿Me iban a permitir eso en el trabajo?

Me empecé a angustiar, le di vueltas, pedí miles de recomendaciones hasta que finalmente opté por cortármela. No tenía esos fantásticos sacaleche eléctricos que existen hoy ni la posibilidad de ir tan seguido a dar pecho. Y así sin más me la corté. Y mi guagua de tres meses quedó en la casa sin mí y sin su leche.

Si bien en ese momento me invadió una pena y una culpa tremenda que me tuvo muy deprimida por un tiempo, rápidamente dejé esos pensamientos de lado. No valía demasiado la pena hacerme demasiada mala sangre si, después de haber evaluado todas las alternativas, no me quedaban más opciones. Fue una decisión triste pero también una decisión que tuve que tomar con la cabeza y no con el corazón. Una decisión que muchas mujeres debimos tomar porque era la realidad de un momento determinado.

Me gusta lo que está pasando hoy en torno a este tema. Me gusta ver a mujeres empoderadas exigiendo sus derechos laborales en relación a la maternidad. Y más me gusta que las empresas hoy no vean -o no puedan ver- con malos ojos a las madres que deciden ir por el camino de la lactancia. Porque si bien a mi nadie me lo prohibió, estoy segura de que usar eso como “excusa” sí hubiese tenido consecuencias negativas en mi carrera”.

Sonia tiene 61 años y es contadora.

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