Paula

Durante la cuarentena perdí a mi mamá y cinco meses después, murió mi abuela

Dos semanas después que diagnosticaran a su abuela con cáncer, el maquillador Marcelo Bhanu encontró a su mamá muerta en su dormitorio. Sin muchas respuestas y en pleno comienzo de la crisis sanitaria por Covid-19, tuvo hacerse cargo de los papeleos y de lo que quedaba de su familia, en un duelo de dos capítulos que aún está cicatrizando.

"Dentro de lo movida que ha estado la vida para todos en estos últimos meses, la mía se mantuvo bastante estable. Claro, soy maquillador y mi trabajo se vio afectado por el estallido social primero y por la pandemia después, pero yo y mi familia estábamos bien. Todo esto hasta el 28 de marzo.

Dos semanas antes de esa fecha, a mi abuela le habían diagnosticado cáncer y los días posteriores a la noticia estuvieron cargados de trámites y exámenes. Vivíamos un mini caos que pudimos llevar relativamente bien.

Ese sábado 28 en la mañana le darían el alta, así que el viernes anterior tomamos once con mi hermana, mi sobrino y mi mamá. Vimos una película -no recuerdo si era Buscando a Nemo o Buscando a Dory- y nos pusimos de acuerdo sobre quién haría el desayuno al día siguiente, qué almuerzo tendríamos para recibir a mi abuela en la casa y decidimos que una prima iría con mi mamá en auto a buscarla al hospital. A eso de las once de la noche nos fuimos a acostar.

A la mañana siguiente, escuchaba un especial de Lady Gaga que estaban dando en la televisión mientras preparaba el desayuno. Estaba en eso cuando llegó mi prima. Le abrí el portón y fui a buscar a mi mamá. “Llegó la Paula”, le dije. Pero no hubo respuesta. Prendí la luz y la vi rígida. Le pegué suavemente en el hombro y le dije “despierta”. Cuando entró mi prima a la pieza la miré y no supe qué otra cosa decirle: “Está muerta”.

Cuando destapé a mi mamá, me di cuenta de que la mitad inferior de su cuerpo estaba cubierta de hematomas. Recuerdo que con mi prima no hacíamos más que decirnos que estaba muerta, pienso que era nuestra manera de intentar caer en la cuenta de lo que estaba pasando. Ella llamó al SAMU mientras yo le daba la noticia a mi hermana, quien quedó en blanco un segundo y empezó a llorar sin entender qué habíamos hecho o cómo podía haber pasado algo así.

Le pedí que se calmara y que se fuera a su pieza para que Javier, mi sobrino, no se diera cuenta de lo que pasaba. Mientras tanto el SAMU nos confirmaba por teléfono que estaba muerta y preguntamos por el conducto regular. Había que llamar a Carabineros para que vinieran a constatar la muerte. Con mi prima nos seguíamos mirando sin entender nada. Yo no lloraba, estaba en estado de shock. No sabíamos por qué mi mamá había muerto. Si había sido por Covid o qué.

Empezamos a llamar gente para contarles lo que había pasado y todos me pedían explicaciones. Yo solo podía decirles que ayer habíamos tomamos once y que hoy estaba muerta. “No sé qué hacer”, les repetía.

Cuando a mi mamá le dijeron que mi abuela tenía cáncer, supe que ella no iba a ser capaz de hacerse cargo. Y lo mismo sentí cuando murió mi mamá: supe que mi hermana no lo iba a poder soportar, que no iba a ser capaz de hacer lo que había que hacer y fue por eso que me hice cargo solo.

Después de que revisaron a mi mamá completa, me dijeron que lo más probable era que había muerto por un paro respiratorio. No por Covid. Y que seguramente había estado durmiendo. Desde la PDI llamaron al Servicio Médico Legal, pero por la pandemia solo llegó un funcionario que además me pidió ayuda para meter el cuerpo al saco de cadáveres. Solo no iba a poder hacerlo, me dijo. Y me pidió que cerrara yo por arriba. Fue ese gesto el que me hizo darme cuenta de que mi mamá estaba muerta. Fue eso lo que me hizo ponerme a llorar y sin poder parar, porque por lejos lo más fuerte que me ha pasado en la vida es haber tenido que meter a mi mamá a ese saco y sin siquiera saber por qué.

Para poder llevar el cuerpo al auto llamé a un par de primos y tíos para que ayudaran. Y desde que tomé el cuerpo solo vi agua, porque no podía parar de llorar. Sobre todo al salir, cuando vi una enorme cantidad de gente aplaudiendo, llorando y gritando “adiós”. Todos me decían que había muerto en el sueño y que estuviera tranquilo, pero era mi mamá, la misma que el día anterior había estado tomando once conmigo.

Fui al cementerio a hacer los trámites y de ahí partí al geriátrico a buscar a mi abuela. Le expliqué a la doctora la situación, pero a mi abuela, que aún estaba bien de su cabeza, no le quería contar que su hija estaba muerta, no me atrevía. Fue cuando llegamos a la casa y luego de que me preguntara por mi mamá que saqué fuerzas para contarle lo que había pasado. Ordené, fui al living a verla, me agaché, me puse frente a ella y le dije: “Ayer no te fuimos a buscar porque mi mamá se murió”. Me miró y me preguntó que cómo se había muerto si la había visto hace poco y estaba bien. Agarró mi mano y me dijo: “¿Qué va a pasar con nosotros? ¿Qué va a pasar conmigo? Te vas a tener que volver a hacer cargo de la familia, no vas a poder hacer todas las cosas que quieres hacer”.

Tratando de no llorar, la miré a los ojos y le dije que ella nunca ha sido una carga para mí y que si me hice responsable de ellas desde los 20 años fue porque quise y pude hacerlo. Le prometí que nunca le faltaría nada. Tomamos once y nos fuimos a dormir. Al día siguiente tenía que madrugar para llegar temprano al SML.

En el SML me tocó hacer un reconocimiento del cuerpo de mi mamá. Entré a una sala y se abrió una especie de ventanilla donde lo único que vi fue su cara. “Sí, es ella”, dije. Luego tuve que esperar mientras la vestían para hacer el segundo reconocimiento. Lloré mucho en ese rato, entre otras familias que estaban en lo mismo. Pasé al segundo reconocimiento, donde la vi en el féretro y ayudé a ponerle sus aros favoritos.

Cuando llegamos al colegio donde la iban a velar y la bajaron del auto, le pedí a la gente que nos dejaran con mi sobrino, mi hermana y mi abuela. Necesitábamos diez minutos a solas con el cuerpo. Mi abuela, que todavía caminaba, se paró y fue al féretro a llorar sobre el cuerpo de su hija.

Recuerdo que cuando llegamos al cementerio -y como no teníamos mucho tiempo- agradecí a todos los presentes y les prometí que iba a hacer lo posible para que mi familia siguiera bien. Sabía que quizás ahora me iba a costar más, pero sabía que todas las decisiones que había tomado habían sido las correctas. Le advertí a la gente que soy de humor negro e hicimos un par de chistes. Y es que así me crió mi mamá.

Como yo ya no tenía tanto trabajo, gran parte del día lo pasaba preocupándome de mi abuela. Fue por eso que pude estar con ella cuando a los pocos días le dio una crisis de dolor que no supe cómo manejar y terminé llevándola a una clínica en la que tuve que pagar muchos millones que tenía ahorrados para esta pandemia, porque no podía hacer otra cosa. Mi abuela sentía dolor y yo no quería que se muriera de esa forma.

Al día siguiente, se agilizaron los papeles del servicio público y los medicamentos y visitas a domicilio se volvieron gratuitos. Contratamos a una persona para que la cuidara, porque a veces mi hermana y yo trabajábamos. Durante la noche ponía alarma cada dos horas par ver que no se bajara de la cama ni estuviera teniendo alucinaciones.

Su salud mental y su salud física se fueron deteriorando a la par. Empezó a usar pañales, a mojar la cama y tuvimos que empezar a comprar cosas como sabanillas. Como mi abuela era muy pudorosa, mi hermana se encargaba de eso y yo la cuidaba durante la noche. Y aunque el deterioro fue lento, entre junio y julio se aceleró. Creo que ya a comienzos de agosto la empezamos a perder por completo. Empeoraba mucho de un día a otro.

Vivimos otra muerte pero distinta, porque esta la estábamos esperando.

Tuvimos que ver la opción de arrendar tanques de oxígeno y nos dijeron que ya no se arrendaban, ahora se vendían y costaban desde $700.000 el tubo, que dura once horas. Si necesitábamos 24 horas tenía que comprar dos y dejar un cheque en garantía. Lo conversamos con mi hermana y concluimos que tendríamos que dejarla morir. No teníamos un millón y medio para gastar a diario.

Lo que más dolía era saber que esa decisión iba a hacer que mi abuela se muriera antes y en peores condiciones a las que hubiésemos querido. Ese lunes hablé con la doctora que la trataba y me dijo que iba a hablar con el hospital San Juan de Dios para que la catalogaran como oxígeno dependiente y nos dieran los tubos de oxígeno de manera gratuita.

Una semana antes de que se muriera no podíamos sacarle el tubo de oxigeno porque no respiraba.

Fue un sábado el día en que decidimos sacarle el oxígeno, porque se le estaba acabando y no alcanzaba a llegar otro. No habían muchas variaciones en sus dolores así que de a poco, y con la autorización de los médicos, le fuimos quitando los medicamentos.

El domingo 19 de agosto mi abuela entró en crisis y a las 6.30 de la tarde nos miramos y nos dimos cuenta de que teníamos que llamar a los familiares porque para el martes iba a estar muerta.

Como a las siete de la mañana me llegó un mensaje de mi hermana diciendo que mi abuela se iba a morir. Fui a su pieza, le tomé la presión, le puse los dedos debajo de la nariz y me di cuenta de que se estaba muriendo. Decidimos dejar que así fuera y estar con ella en ese último respiro.

Durante su muerte estuvimos tranquilos.

Estamos tratando que este retorno a la normalidad sea lo más alegre posible. Botamos todo lo que nos hacía sentir que estaba ocupando espacio, regalamos toda la ropa de ambas a gente que lo necesitara. Regalamos sus camas a gente que no tenía cama. Nos quedamos solo con lo que consideramos significativo e importante.

Mandé a hacer ilustraciones y cuadros con fotos importantes de mi micro familia. Porque hoy somos solo tres, y con la muerte de mi mamá y de mi abuela esa parte de nuestros apellidos va a morir en nosotros. Sabemos que tenemos que volver al mundo tan felices como podamos, porque a todos nos pasaron cosas durante la pandemia y la idea nos es competir con quién sufrió más o menos.

A mí se me murieron mi mamá y mi abuela en un semestre y todo eso que sufrí y que estoy sufriendo me ha ayudado -y seguirá ayudando- a darme cuenta de que aunque lo estemos pasando mal, siempre podemos ayudar a los demás, a los que quizás no tienen los contactos que tengo yo o que no han tenido las mismas oportunidades. Y eso lo sé porque ellas me criaron, siempre repitiendo que si puedes ayudar a alguien que lo necesita, lo tienes que hacer, porque hacerlo sana el alma y calma el ego. Así creo que voy a poder cicatrizar el duelo.

Marcelo Bhanu (38) es maquillador y colaborador de Paula.

Ilustración: @javycarolina
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