‘El condón me quita sensibilidad’: ¿Qué hay detrás del rechazo al preservativo?




Hace unas semanas, el activista argentino e investigador en temas de masculinidades y sexualidad, Pablo Mas (@pablo.mas), compartió en sus redes sociales una reflexión que tituló “El preservativo me quita sensibilidad”.

En ella desarrolló: “¿El preservativo quita sensibilidad? Sí, un poco. Pero, ¿qué hay detrás de esto? En muchas ocasiones se trata de un miedo a perder la erección. Y si ese momento nos genera ansiedad, ¿qué solemos hacer para evitarlo? Intentar sacar el preservativo de la ecuación. ¿Cómo? Diciendo que preferimos no usarlo, que nuestro pene es muy grueso y que nos aprieta, que nos quita sensibilidad y que no disfrutamos”. En otra diapositiva continuó con la reflexión: “Sensibilidad nos quita la armadura viril. Sensibilidad nos quita la desconexión e ignorancia sobre nuestros cuerpos (…) Sensibilidad nos quita la cultura represiva que moldea nuestras mentes”.

A través de esa publicación, Mas –quien ofrece talleres sobre sexualidad masculina–, busca abrir la conversación; si de sensibilidad se trata, ¿por qué no nos detenemos a pensar cuáles son los factores que realmente nos alejan del sentir? En el caso de los hombres, explica, el más evidente es la armadura viril, aquella que plantea que para ser validados como hombres, hay que proyectar una única imagen hacia fuera. Una que sugiere que la masculinidad está determinada por ciertas características rígidas, entre ellas, un rendimiento sexual absoluto y constante. “Si nos preocupa conectar con el sentir, que es válido, el viaje a emprender es mucho más profundo que solamente preocuparnos de unos pocos milímetros del preservativo que nos separan del otro. Es verdad que el uso de tal genera un cambio en lo sensorial, pero no nos podemos quedar ahí. La invitación es a mirarnos en los mandatos, en las ansiedades y en las heridas”, postula.

Porque, como postula, lo primero es evidenciar la importancia de que los hombres se hagan cargo del cuidado personal y del cuidado de las personas con las que se vinculan, y por eso hablar del preservativo es de suma relevancia. Pero a ese ítem –que es probablemente el que lo motivó a compartir tales reflexiones– se le suma uno igualmente fundamental y menos conversado; detrás de esa expresión, muchas veces inconsiderada e inconsciente hacia con el otro, prevalecen ciertas inseguridades. “Desde el miedo a detenernos y ponernos el preservativo porque nos puede bajar la erección, al miedo a la disfunción eréctil, o a no rendir sexualmente o a no cumplir con la imagen viril que queremos proyectar, la idea, cuando hablamos de estas cosas, es ver qué hay detrás. Veamos por qué nos duele tanto que nuestra supuesta masculinidad se desarme frente a otro y por qué una erección es la que determina que seamos viriles o no”, sugiere Mas. “¿Por qué sentimos que si se nos baja la erección al ponernos el preservativo hemos fracasado como hombres? Porque basta perderla para que la masculinidad se destruya y la identidad masculina se hiera profundamente. Entiendo entonces que vayamos al encuentro sexual con esa pulsión de muerte, a sostener la imagen viril y validar la propia identidad ante la mirada del otro, pero desde ese miedo a fallar y no cumplir con el guión de la performance del sexo, nos cuesta mucho conectar con el propio cuerpo y con el placer y el cuidado de la pareja”.

Y es que efectivamente, la publicación de Mas nos permite entrever o dilucidar otra dimensión que se le suma a la ya clásica conversación; el uso del preservativo afecta la sensibilidad, tanto para hombres como para mujeres, pero hay en ese reclamo algo mucho más profundo. Y es hora de que esas inquietudes se puedan conversar.

Como explica Pedro Uribe, psicólogo y creador de la agrupación Ilusión Viril –dedicada a educar e informar respecto a masculinidades y equidad de género–, lo primero que urge es una Ley de Educación Sexual Integral (proyecto rechazado en el Congreso en octubre del 2020) que modifique dos aspectos claves que hasta ahora han definido desde dónde se plantea la educación sexual en el país; su obligatoriedad a partir de primero medio y su enfoque exclusivamente biológico y ligado a la salud reproductiva. “Si se sigue pensando que la educación sexual es hablar de reproducción e infecciones sexualmente transmitidas, y no del placer, del deseo, del consentimiento, de la orientación sexual, de la identidad sexual y de cómo nos relacionamos con los demás, no vamos a avanzar en la complejidad de las relaciones humanas”, explica. “Los canales por los cuales recibimos información desde chicos son muy escasos. A falta de otras herramientas educativas, la pornografía adquiere un rol protagónico, algo que debiese ser recreativo y entenderse desde ahí. Por eso, mientras no haya una ley integral, el proceso de aprendizaje se vuelve un espacio solitario”.

A eso se le suma que en sociedades exitistas en las que nuestro valor está en gran parte determinado por nuestra capacidad productiva cuantificable, el detenerse e interrumpir el acto sexual –o cualquier acto para esos efectos–, pasa a ser algo tedioso. Como explica Uribe, vivimos en tiempos vertiginosos en los que se nos exige actuar de manera rápida y rendir a toda costa. “En ese ritmo ansioso, tomar una pausa y ponerse el condón nos cuesta, porque queremos todo y lo queremos ya. No sabemos relacionarnos de manera sana con la espera y cualquier cosa que implique una pausa nos abruma. Más aun si se trata de una relación sexual penetrativa que además se supone es la culminación del encuentro sexual entre dos personas”, reflexiona. “Para los hombres y las masculinidades, esos escenarios implican una gran cuota de ansiedad. ¿Cómo se lidia con eso? ¿Cómo se lidia con los silencios que conllevan las pausas? Tener sexo con otra persona es también aprender a escucharla”.

Ahí entra en juego otro factor que según Uribe tiene que ver con los mandatos de género y los estereotipos que de ahí se gestan. “Como hombres, fuimos socializados para tener que responder sexualmente y rendir en la performance del sexo, cuya culminación es la penetración. Eso nos pone muy ansiosos porque sentimos que si no hubo penetración, no hubo sexo y por ende no hubo intimidad. Tendemos a igualar todo eso, cuando en realidad puede haber intimidad sin penetración. Por último, el preservativo no solo es un anticonceptivo, sino que previene las ITS, entonces es loco pensar que a tantos hombres les dé lo mismo no ponérselo. Es una práctica de riesgo para uno y para la pareja, habría que preguntarse entonces por qué nos exponemos a ese riesgo”.

Como complementa el psicoanalista Nelson Ruiz –académico de la Universidad Andrés Bello, de la Universidad Autónoma de Chile y creador del podcast La Palabra y el Vínculo–, más allá del perfil del varón en tiempos feministas, si hay algo que caracteriza a nuestra sociedad, es el rendimiento. Las sociedades del rendimiento son un efecto de un anillado de poderes entre el patriarcado, el capitalismo y el Estado, que si algo tienen en común es la explotación y el dominio en desmedro de la sensibilidad, necesaria para el despliegue de un diálogo que lleve al consentimiento, que en última instancia es otra forma de preservativo”, explica. “Vivimos en un hacer compulsivo, de no parar la máquina, y detenernos a buscar un condón no pareciera ser una opción. Una buena erección sería señal de que la máquina está bien parada. Por lo contrario, parar la máquina en una sociedad como la nuestra es de perdedores”.

¿Qué es lo que se pierde, entonces, con el uso del preservativo? Para Ruiz se pierde un poco de erotismo, pero un poco más de armadura viril. “Es como si nos relacionáramos de una manera parcial con el cuerpo propio y el cuerpo ajeno, vinculándonos sólo con una parte disponible para el consumo”.

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