Erradicando a la machista: Feminismo es machismo al revés




Esto fue lo que pensé hace un par de décadas atrás cuando conocí por primera vez a una feminista. Eran tiempos en los que muy pocas mujeres levantaban esa bandera de lucha y me tocó compartir con una que, desde mi punto de vista, era un poco extrema. Además, el contexto histórico post dictadura politizaba mucho su discurso y no podía ver en ella más que una mujer radical, lesbiana, que odiaba a los hombres por alguna experiencia personal y que probablemente tenía como único objetivo que las mujeres dominemos o seamos superiores a los hombres.

Una figura muy alejada de mi realidad de mujer casada, enamorada y con una familia muy tradicional. Para mí, en esos años el feminismo era una lucha contra los hombres y yo que amaba con firmeza a varios –a mi marido, a mi padre, a mis hijos– no podía empatizar con esa forma de pensar. Por eso quizás me chocó tanto escucharla, porque aunque sí estoy de acuerdo con la igualdad entre hombres y mujeres, creo que tomar posturas radicales solo genera odio, en este caso, entre ambos géneros.

Y así lo pensé por muchos años. Cada vez que me encontraba con un discurso muy extremo sobre feminismo soltaba la frase: “el feminismo es lo mismo que el machismo, pero al revés”, como si habláramos del Colo-Colo y la U o de los partidos de izquierda y de derecha. El problema es que de a poco me fui dando cuenta de que no tenía más argumento que Ese, el de los extremos. Y lo peor, es que cada vez se fue haciendo más insostenible, sobre todo porque mis sobrinas y las hijas de mis amigas -todas mujeres muy queridas por mí-, me empezaron a demostrar lo contrario.

No es que discuta con ellas, yo ya estoy vieja para eso, pero al escucharlas me doy cuenta de que los tiempos han cambiado. Y aunque reconozco que me cuesta, logro entender ciertas cosas. Una de ellas es que hablar de feminismo como un opuesto al machismo, como si se tratara de dos fuerzas iguales que tiran cada una para un lado contrario, es un error. Y lo es porque implica desconocer un contexto histórico, político y cultural. Este movimiento busca terminar con todas las presiones estructurales adjudicadas a cada sexo. Habla de igualdad de derechos en lo económico, social y cultural. Es algo tan simple como estar en el mismo plano, ni más arriba, ni más abajo. Sin embargo, el machismo es todo lo contrario, ya que se ha encargado de fomentar la desigualdad entre hombres y mujeres.

Y cuando logré entenderlo y empatizar, fue cuando vi las dinámicas que se producen entre las nuevas generaciones de mujeres. Es sorprendente y emocionante lo que veo en ellas que se relacionan desde la confianza y no desde la envidia, eso que llaman sororidad y que en mis tiempos no era para nada común. Muy por el contrario, fuimos criadas con esa idea de “dividir para reinar”, sin percibir la riqueza de la experiencia compartida, sin tener conciencia de que más allá de nuestras propias diferencias las mujeres tenemos en común el género y solo eso basta para vivir cierto tipo de experiencias que son injustas y dañinas.

No tejer complicidades entre nosotras es la base de una sociedad machista y por muchos años preferimos no desarrollar esa conciencia y no ser feministas. Porque además, hacerlo implica dar un paso y no volver atrás. Y eso muchas veces nos asusta.

Yo no sé si ya esté en mis manos tomar esa lucha. Se la dejo a esas nuevas generaciones de mujeres, a aquellas que lo entendieron mucho antes que yo. Y pongo mi esperanza en un futuro que quizás no viviré, pero mis nietas sí. Un futuro mucho más humano, en el que exista realmente igualdad y se termine con las jerarquías sociales que tanto daño nos han hecho. Y para que eso ocurra, creo que todas las mujeres deberían ser feministas. Yo me demoré. Pero como dice el dicho, más vale tarde que nunca.

Ana María Valdés tiene 71 años y es dueña de casa.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.