Evitar




Le pregunté a unas estudiantes sobre qué temas les gustaría leer y al unísono dijeron “EVITAR, PROFE!, todo el mundo evita y no entendemos ¿por qué?” Tomé el desafío y me di a la tarea de reflexionar sobre la evitación. Yo misma he encarnado esa sensación y me atrevería a decir que mi generación tiene un doctorado en evitar. ¿Para qué?, para  llevar la fiesta en paz, es la respuesta más común.

Muchas veces me han consultado por este tema. Recuerdo a alguien que me decía que si tenía un problema con alguien de la pega, hacía lo imposible para no encontrarse con esa persona. Le rogaba a Diosito que hiciera que el tiempo pase rápido para que se diluyera el conflicto.

Casi como un pensamiento mágico, a veces nos convencemos que evitar las emociones y situaciones incómodas es mejor que afrontarlas. Hacer como que los problemas no están, parece que los soluciona. El tiempo no lo cura todo ni resuelve las cosas, pero la evitación es una forma muy común que usamos. Tendemos a huir de lo que nos preocupa, aplazamos lo que nos estresa y asumimos que no darle importancia a lo que nos duele va a hacer que tarde o temprano deje de doler por completo.

A veces jugamos a cerrar los ojos y damos por obvio que si no vemos eso que nos duele o si le restamos importancia, va a desaparecer. Pero, voilá, sigue ahí. Huir de lo que nos hace daño hace también que muchas veces aumente el malestar y se intensifique la ansiedad.

Ya pero, ¿qué hacemos frente a este mecanismo tan común?

Podemos dejar de evitar y empezar a enfrentar. Claro, suena súper fácil.

Huir es uno de los mecanismos más comunes que cualquier especie animal utiliza frente a una agresión o amenaza. Si un cachorrito se enfrenta con un león, seguro sale arrancando porque es la única herramienta con la que contará para salvarse. Pero en los humanos, evitar no siempre es una estrategia de supervivencia, es más bien un fenómeno frecuente que da cuenta de la tendencia a esquivar aquello que percibimos como amenazante o incómodo y que, a veces, se transforma en una forma que se rigidiza con el tiempo y que usamos para escapar de emociones, pensamientos o situaciones que nos angustian.

Cuanto más tiempo pasemos evitando, se vuelve peor y más difícil de solucionar. La evitación es una estrategia para lidiar con situaciones complejas, pero tenemos que aprender a usarla. Y no se trata de nunca más evitar, sino de hacer que no se convierta en un patrón, en un hábito que rija nuestra forma de hacer frente a las situaciones difíciles.

La evitación, por tanto, es una forma por la que intentamos escapar de pensamientos, situaciones o personas que nos generan tensión, malestar o incomodidad, incluso a veces también angustia. El problema es que la evitación es un mecanismo que es poco funcional porque no nos ayuda a resolver el problema de manera más profunda y, aunque nos alivia en un principio, ese alivio es temporal. La situación no desaparece por arte de magia y a largo plazo, muchas veces suma otro problema: ¿Por qué me estás evitando? Te pueden preguntar.

Evitar, esquivar, no enfrentar. ¿Cuántas veces hemos deseado ser invisibles para no afrontar una situación? ¿cuántas veces nos hacemos “los lesos” frente a una conversación inevitable?” A mí un montón. Sobre todo cuando era más joven y dejaba pasar lo importante con la idea de “la carga se arregla en el camino”. Pero no se arregla, se pone más pesada, hiere a otros y a mí misma.

¿Por qué evitamos?

No es un mecanismo que haga a propósito, sin embargo, muchas veces está relacionado con el miedo a lo desconocido. Me explico: evito porque me genera tanta ansiedad la incertidumbre sobre lo que puede pasar, que prefiero saltármela. No voy a dar la prueba y por lo tanto me quedo en mi zona cómoda. Aquí, no ha pasado nada.

También evitamos a propósito de situaciones que en el pasado nos han generado dolor, porque creemos que se va a volver a revivir ese dolor y preferimos salir arrancando.

Otra razón plausible de evitar tiene que ver con que los otros me juzguen de manera negativa. Por ejemplo, evito una situación social como una fiesta donde haya muchas personas porque siento que las miradas se posarán en mí y aparecen pensamientos como “todos van a juzgarme” y me sentiré incómoda toda la noche. Esgrimo una excusa que no convence a nadie y no voy.

Otras veces, lisa y llanamente, es una estrategia o patrón aprendido en mi vida que persiste incluso cuando ya no me es útil o apropiado. Se me activa un piloto automático que me hace evitar situaciones, relaciones o pensamientos.

Si bien evitar reduce la ansiedad por un tiempo, a largo plazo hay una tendencia a que se incremente. El problema que evitamos permanece sin ser resuelto y se vuelve más y más grande, convirtiéndose en el elefante blanco dentro de la habitación.

También evitar desafíos nos puede limitar en nuestro desarrollo en distintas áreas y nos priva de la oportunidad de crecer, aprender y desarrollar habilidades que, de pronto, estaban dormidas.

Evitar también nos puede arrojar al aislamiento y generar dificultades en las relaciones con personas significativas. Cuando evito, por ejemplo, conversaciones difíciles, los problemas pueden intensificarse con el tiempo, e incluso puedes no recordar qué fue lo que inicialmente te llevó a evitar esa conversación.

La vida adulta requiere hacer frente a situaciones de tensión, pero si estamos acostumbrados a evitar, todo el sistema nervioso gritará fuerte y claro, “no lo hagas” cuando quieras afrontar una situación difícil. La tarea es enfrentar, poquito a poco, lo difícil. Iremos sintiendo alivio y entenderemos que no es tan terrible enfrentar en vez de evitar.

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.